Etiopía guarda un secreto: uno de los últimos lugares inexplorados, tarde o temprano sólo podrá disfrutarse  a través de postales.    Por David Hochman   La carretera, (en realidad es un sendero), al corazón del pueblo mursi es larga. Steve Turner, nuestro guía, estima que han pasado cinco o seis años desde que un vehículo transitó por aquí. Vamos a visitar las tribus perdidas del Valle de Omo en Etiopía, uno de los grandes y últimos lugares por descubrir en África y en el mundo.
Todo este territorio virgen se encuentra en peligro inminente. Se ha programado para el próximo verano el inicio de las operaciones de la enorme y controversial Presa Gilgel Gibe III, a varios cientos de kilómetros río arriba. El plan duplicará la producción de electricidad en Etiopía, pero podría desplazar hasta 200,000 indígenas que dependen de los ciclos naturales de inundación del río Omo; y cuyo terreno con probabilidad se secará.
El viaje se improvisa sobre la marcha. La Land Cruiser se desplaza con pesadez y torpeza por el camino; cada 100 metros más o menos, el vehículo se detiene por un momento, las puertas se abren y salen el conductor y el guía para observar el surco, árbol o torrente que bloquea nuestro camino. Hace calor y las moscas tse-tse acechan. A juzgar por la enorme zanja en la que estamos, presiento que Turner está siendo optimista acerca del lapso de tiempo que nos llevará salir de ahí.   Peligro y extinción   Aún en nuestra era cuando todo está globalizado, los 15 grupos étnicos que habitan las colinas y orillas a lo largo del Omo están tan aislados que no tienen lenguas escritas o calendarios (un “reloj” Omo es una cuerda con nudos amarrados para indicar el número de puestas de sol antes de una reunión o ceremonia). Los extranjeros intrépidos contactaron tribus como los mursi, por primera vez, en la década de 1930, pero hasta ahora Turner es el único que ofrece excursiones por el río Omo. La compañía de safari de Lorentz en Ciudad del Cabo, Passage to Africa, es famosa por planear excursiones únicas entre un conjunto de viajeros experimentados. La compañía se niega a revelar los nombres de sus huéspedes, pero presume tener una lista de clientes que incluye importantes directivos de Wall Street, fundadores multimillonarios de Silicon Valley y personalidades famosas de Hollywood. Además de Turner, contamos con la experiencia de un segundo guía, Michael Lorentz (Turner es su operador en tierra). Por lo regular, Lorentz vuela a los hogares de estos clientes meses antes para aclarar cada detalle: helicóptero privado, mozos, los mecanismos, etc. No se trata de mochileros sedientos de adrenalina, sino de los “viajeros de los viajeros”, que entienden que el lujo más grande ahora es regresar con la experiencia más especial. El río Omo es un lugar donde siempre se necesita un Plan B. Por ejemplo, el día que navegamos zumbando en la única lancha motorizada, nuestro motor fuera de borda de repente se apagó. Lorentz, percibiendo nuestra ansiedad, dijo: “No cedan ante el miedo espectral. Si fuera necesario flotaríamos río abajo con una sombrilla de remo”. Correcto: Plan B. Durante gran parte de nuestro viaje de diez días, observamos ritos ancestrales y las costumbres cotidianas. Algunos son hermosos y, muchos, verdaderamente horripilantes. Una tarde nos topamos con un grupo de 42 jóvenes exuberantes de la tribu karo, que se decoraban con pintura blanca y adornos de barro en la cabeza. Los adolescentes están a punto de engrosar las filas de los hombres de más edad de su tribu. Unos minutos después, unos ancianos flacos esgrimiendo largas varas verdes (y los omnipresentes AK-47) comienzan a azotar con fuerza a los chicos, correteándolos hasta la comunidad cercana de Dus. Ahí se unen a unos cuantos cientos más y bailan con júbilo hasta la noche. Al día siguiente, nos dicen que somos los primeros extranjeros que presencian un evento así. Dadas las circunstancias reales del territorio, también podríamos estar entre los últimos.   Extrañas Sensaciones   ¿Cómo responde un occidental a una ceremonia dassanech que festeja la circuncisión femenina?¿O saber que la buena o mala fortuna de un niño se determina en el nacimiento a través de la lectura de los intestinos de una cabra o de una vaca? ¿O presenciar el acto del mingi, que sostiene que los niños que se consideran “contaminados” (tener un diente astillado es suficiente) deben ser abandonados o asesinados para prevenir la mala suerte? Y nosotros tomamos fotos Mis compañeros de viaje, cada uno de ellos pagó 16,000 dólares por la travesía, incluyendo un ejecutivo de una compañía de tecnología de Silicon Valley y la esposa de uno de los cofundadores de Starbucks. En una ceremonia de salto de toro que forma parte del rito de casamiento de la tribu hamar, fotografió más de cien veces a un niño corriendo desnudo detrás de ganado. Otra mañana, nuestro intérprete le pide a una mujer nyagatom que se quite la parte de arriba de su vestimenta, para que podamos tomar los detalles de sus cicatrices artísticas. Durante la puesta de sol en Dus, Turner acomoda a una docena de personas de la tribu karo a la orilla del río Omo para que tomemos fotos de sus siluetas exóticas. Es tan embarazoso como parece, y aún más extraño por el hecho de que debemos pagar por las fotos. A los adultos les damos 5 birr, aproximadamente 25 centavos de dólar; a los niños 2, el equivalente a 10 centavos de dólar. El día que por fin encontramos al pueblo mursi, comenzó con un llamado para levantarnos a las 4:30 a.m., para después emprender un viaje de 11 horas. Valió la pena cada minuto del mismo. Las mujeres del pueblo mursi perforan sus labios inferiores durante su adolescencia y se insertan un plato de madera o barro de hasta 17 centímetros de ancho para atraer a un esposo. Algunos hombres tienen cicatrices rituales en forma de corona. Ver estos ornamentos de cerca es impactante, inspiran asombro. Pero junto a muchas otras cosas en el Valle de Omo, saber que las tradiciones se perderán, causa tristeza.

 

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