La historia de la administración y su conformación como una disciplina de estudios ha tenido una evolución vertiginosa si se le compara con otras áreas del saber como la Filosofía, Matemáticas o Economía. Sin embargo, a partir de la Revolución Industrial, la reflexión administrativa a girado en torno a la definición de un negocio. Muchos pensaron que un negocio nacía con una buena idea, otros con un producto, hubo quienes lo vieron como un proceso productivo, como la infraestructura, como un intangible, como su gente. Todos coincidieron en que un negocio para serlo, debe dejar utilidades. Para ello, la administración ha buscado evitar el caos.

Claro que con los cambios sociales y tecnológicos, el punto de vista empresarial ha cambiado mucho. Antes se buscaba que los negocios duraran, una aspiración legítima era que las empresas trascendieran a sus fundadores y que fueran heredados a la siguiente generación. Aspiración que no siempre se cumplía, pero el anhelo era autentico y común. Hoy en día, si los negocios son efímeros, lo afecta a nadie. Es más, muchos proyectos están diseñados para durar poco: por temporadas y una vez transcurrido el plazo, se bajan las cortinas —virtuales o físicas— y se piensa en lo que sigue.

Imagino que los artesanos del siglo XVIII se sentirían muy confundidos con un escenario tan fugaz ya que ellos necesitaban una cédula monárquica para ejercer su oficio y el compromiso era de por vida. Seguro que para la gente de aquellos tiempos, esta brevedad les sería difícil de asimilar. No obstante, la velocidad de la vida se aceleró y la Humanidad ha tenido que reaccionar al nuevo estado de cosas. Claro que hay valores administrativos que se pudieron aplicar en el pasado y que siguen siendo vigentes en nuestro tiempo.

El progreso y los cambios tecnológicos nos han dado facilidades que devienen en una mutación. Lo que antes era válido ahora no lo es, podríamos asumir. Sin embargo, esos saltos son peligrosos porque hay valores que desaparecieron y otros que siguen vigentes. Por ejemplo, la subordinación vista como obediencia ya quedó en el pasado, los liderazgos autocráticos que querían mantener el orden por decreto y sustentados en el miedo, hoy son poco funcionales —aunque siguen existiendo—. Pero, si entendemos cuáles son los elementos esenciales entenderemos que se trata de constantes que permanecen inamovibles a pesar del tiempo y el adelanto que nos traiga la ciencia.

Estoy segura de que la administración no podría haber llegado a su actual estado de sistematización y progreso si no fuera por esa sabiduría que se nos ha sido heredada y que nos remite a la forma de actuar, de hacer bien y mejor las cosas, del análisis y comprensión del negocio en sí mismo y del entorno en el que se encuentra. Los valores que se siguen aplicando en los negocios tuvieron que ver con planteamientos que le deban importancia al presente y los ayudaban a interpretar lo que sucedería en el futuro, no como un oráculo, sino como una posibilidad de prever y planear lo que vendrá.

Seguimos en la búsqueda de generar utilidades y de atraer clientes que nos prefieran y quieran dejarnos su dinero en la caja registradora. Esa es la esencia de la administración. Queremos hacer más con menos, comprometer a todo el equipo de trabajo; ver el cambio y la estabilidad como parte de la naturaleza de las cosas, inspirar visión y los valores culturales, permitir que la gente trabaje creativa y armónicamente. Estos valores administrativos han sido y siguen siendo pilares para la actividad empresarial.

Perseguimos la eficiencia administrativa, es decir, continuamos tratando de hacer más con menos. Lo hacemos porque vivimos en un mundo en el que nuestras necesidades son infinitas y nuestros recursos son limitados. Si no existiera esta condición, no habría necesidad de rentabilizar nada. Si viviéramos en un paraíso en el que la tierra, el trabajo y el capital fueran infinitos, la eficiencia no sería un tema de preocupación. Pero, en realidad, nuestros anhelos siempre superan nuestros recursos.

Las empresas que han sorteado mejor sus operaciones en las vicisitudes del tiempo han estado atentas a los valores que los diferencian, al conocimiento de su equipo de trabajo y comprometer a la gente con el proyecto administrativo para que, como un grupo cohesionado, se consiga un mejor margen de utilidades. Se trata de integración en la que todos saben qué tienen que hacer y por qué es relevante.

En los albores de la administración Taylor y Fayol tuvieron muy claro que el cambio era una variable con la que tendrían que lidiar constantemente. El espíritu que ellos imbuyeron en sus teorías no ha muerto, se siguen utilizando, con sus adecuaciones pertinentes porque anticipaban el cambio y se preparaban para afrontarlo, no se dejaban sorprender. Sabían que el cambio y la estabilidad son parte del proceso natural de los negocios.

Hoy en día, la administración moderna apela a esos valores primigenios. Los empresarios que han reaccionado con mayor resiliencia y se han adaptado a las nuevas formas de hacer negocios reconocen la espiritualidad, la transparencia, la honradez, la cooperación como base para su quehacer. Autores como Drucker, Toffler, Porter sustentan sus teorías en misión, visión, estrategias, metas. Cuando los colaboradores entienden, se afilian y se logra armonía en el desempeño.

Lo fascinante de este tema es que el mundo cambia rápidamente: lo que hoy es novedoso y útil, mañana puede descartarse. Hay quienes creen que con el quehacer administrativo pasa igual y que según vengan los vientos, nos tenemos que amoldar a la actualidad. Y, aunque esto es así, hay valores administrativos que se seguirán aplicando en los negocios. Con independencia de las necesidades empresariales y mercantiles, hay fórmulas de conducción que permanecen. Conocer el giro, buscar utilidades, integrar un equipo armónico, aprovechar los tiempos de estabilidad y anticipar los cambios, inspirar un cultura organizacional y permitir que la creatividad fluya jamás pasará de moda.  

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