Una cumbre singular porque cumple 20 años desde su primera edición en 1994, y por la asistencia de Cuba, pero con una agenda falta de conexión entre sus objetivos y la actual realidad regional.   La VII Cumbre de las Américas, que tendrá lugar el 10 y 11 de abril próximo, en Panamá, al igual que las precedentes, es el foro más importante de todo el espacio americano, ya que mediante su celebración periódica se reúne a los presidentes y jefes de Estado de América Latina y el Caribe, a excepción de Cuba, Canadá y Estados Unidos. La celebración de esta cumbre en particular posee diferentes significados que le otorgan una singularidad especial. Por un lado, se cumplen 20 años desde la celebración de la I Cumbre de las Américas, en Miami, en 1994. Por otro, la asistencia de Cuba marca un hito histórico, puesto que se encontraba excluida de las relaciones interamericanas, desde 1962, por su adscripción al comunismo. El análisis de ambos aspectos pone de manifiesto las importantes transformaciones que han tenido lugar en las relaciones entre América Latina y Estados Unidos. Muy posiblemente estos temas de gran interés mediático impedirán prestar atención a otras cuestiones que están más relacionadas con temas de fondo que con coyunturas políticas, por importantes que éstas sean. Quizá por eso se haya prestado poca atención al documento sobre el que se desarrollará la VII Cumbre de Panamá, “Prosperidad con Equidad: El Desafío de la Cooperación en las Américas”, donde es posible comprobar la falta de conexión entre los objetivos planteados y la actual realidad regional inmersa en un cambio de ciclo, que sin embargo no es mencionado en el documento y que supondría el inicio de tiempo difíciles. Muy al contrario, el mismo título de dicho documento sigue hablando de prosperidad cuando, lamentablemente, ésta ya no es la situación que mejor define a la región en el inicio de este nuevo ciclo. Lejos de ser una cuestión anecdótica, no deja de tener su importancia, puesto que el objetivo de estas cumbres es formular una agenda regional, donde se pretende orientar a los gobiernos en la forma de abordar los problemas de la realidad, con el fin de lograr la consolidación democrática y el desarrollo sostenible de la región. Sin embargo, que el documento, que propone las bases de la discusión para construir dicha agenda, no plantee dichos problemas, sino que exprese una realidad prácticamente opuesta, proporciona argumentos a aquellos que cuestionan la eficacia de estas cumbres y la necesidad de introducir cambios que resuelvan inercias propias de grandes organizaciones. En este caso, la Organización de Estados Americanos (OEA) es el organismo que respalda las Cumbres de las Américas y es objeto de estas críticas. No obstante, no por ello ha de negarse la importancia de las Cumbres de las Américas como el principal foro de encuentro de los presidentes de todas las repúblicas del Hemisferio Occidental y, por tanto, el principal escenario de las relaciones interamericanas. En realidad, la OEA contempla un espacio ámbito de relaciones interamericanas del que no puede prescindir la región. Hay otro tipo de críticas que, desde otros puntos de vista, cuestionan tanto la validez de estas reuniones como la eficacia de la OEA. En el fondo de estas observaciones se encuentra la permanente discusión sobre las relaciones hemisféricas y la influencia que históricamente ha ejercido Estados Unidos en este organismo. Sin embargo, pese a las innumerables críticas y cuestionamiento sobre la continuidad de la OEA, ningún país ha renunciado a estar presente en las Cumbres, ni a ser miembro de la OEA, incluso ni los más críticos. En cuanto a la influencia norteamericana, desde hace años éste sería un argumento sin ningún tipo de fundamentación. Por lo que respecta a las relaciones interamericanas, es ineludible tratar el tema de Cuba y Estados Unidos. Aunque su participación tanto en la OEA como en las Cumbres ya había sido apoyada por los países latinoamericanos, desde hace algún tiempo la reciente aproximación diplomática entre Estados Unidos y Cuba ha sido decisiva para que, al menos por el momento, Raúl Castro, presidente de Cuba, haya confirmado su asistencia. Estados Unidos tiene un papel complicado en esta Cumbre: ha de reafirmar su voluntad de aproximación a Cuba, para reconciliarse no sólo con el gobierno castrista, sino también con el resto de la región, y evitar así el aislamiento al que estaba siendo sometido. Por primera vez, todos los gobiernos latinoamericanos han sostenido una posición común de manera sostenida, ya que hasta entonces no había sido posible la configuración de una posición latinoamericana, pues había dominado más la división que el consenso. Sin embargo, ante la cuestión cubana, en buena parte gracias al liderazgo ejercido por Brasil, todos los gobiernos, si bien no con el mismo fervor y entusiasmo, han apoyado, sin fisuras ni divisiones, el fin del aislamiento de Cuba ante Estados Unidos. El análisis de ambos temas exige analizar la evolución de las relaciones interlatinoamericanas y las de la región latinoamericana con Estados Unidos. Ciertamente, si es difícil siempre hablar de América Latina como un conjunto uniforme, más particularmente lo es en las relaciones con Estados Unidos, puesto que cada república latinoamericana ha mantenido una particular relación con la potencia del norte. Sin embargo, hecha “la reciente aproximación diplomática entre Estados Unidos y Cuba ha sido decisiva para que, al menos por el momento, Raúl Castro, presidente de Cuba, haya confirmado su asistencia”, lo cierto es que es posible comprobar la transformación de unas relaciones que, desde 1994, se han caracterizado por un progresivo alejamiento entre Estados Unidos y la región y una intensificación de las relaciones entre las propias repúblicas latinoamericanas, manifestada en la realización de nuevos proyectos de integración y cooperación, sin la presencia de Estados Unidos, ni ninguna otra potencia extrarregional. Un factor que en última instancia también ha modificado, a su vez, los términos de la relación entre Estados Unidos y la región latinoamericana. El análisis de la evolución de estas relaciones interamericanas permite hacer diferentes reflexiones, si bien la principal es considerar la posibilidad de que con esta Cumbre, de manera simbólica, se abra una nueva etapa donde se reactiven posibles formas de cooperación entre Estados Unidos y América Latina. Ambos podrían tener interés en ello. Estados Unidos porque ha perdido espacios de relación comercial con América Latina, en los últimos años, y además tiene nuevos socios comerciales, como China. En cuanto a América Latina, en un momento de posibles complicaciones económicas y de recuperación económica de Estados Unidos, estas relaciones también podrían ser de gran interés. En este sentido, todo apunta a la posibilidad de intensificar, y según los casos, recuperar, una relación, que, sin embargo, no podría ser igual que antaño. Sin duda el reto es para ambos actores. Resumen del artículo publicado en la revista uno. 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