Por: Nora Méndez*

Me preocupa ver que haya muchas personas –mujeres y hombres– que sigan creyendo que las movilizaciones del 8 y el paro del 9 son una exageración. Que son un golpeteo político o un pretexto para la flojera o el vandalismo.

Me preocupa ver a muchos queridos amigos –muchos de ellos inteligentes, sensibles y evolucionados– absolutamente desconcertados sin saber cómo reaccionar.

Me preocupa que haya muchos que piensen que estas movilizaciones únicamente se refieren a los casos de los feminicidios de Ingrid y Fátima que, si bien por sí mismos nos desgarran, son lamentablemente, solo la punta de un iceberg de proporciones descomunales.

Me preocupa que, como sociedad, no estemos entendiendo nada y, por consiguiente, todo siga igual.

Estas convocatorias son, sí, un grito de YA BASTA por ellas, pero también por las miles de mujeres víctimas de feminicidio cuyo nombre no llegamos a conocer: 11 hijas, hermanas, madres, abuelas, que no vuelven a casa cada día en este país.

Son una exigencia desesperada para que el Estado actúe, pero también para que todos reflexionemos sobre las causas que están detrás de esta monstruosidad.

Y sí, mexicanas y mexicanos vivimos actualmente en un clima de violencia estructural que alcanza dimensiones sin precedentes y que es necesario resolver en su conjunto. Y sí, dicen los hombres, también a ellos los están matando… pero no por el hecho de ser hombres.

A las mujeres sí. Un feminicidio implica odio o desprecio hacia la mujer; placer por la dominación sexual, deseo de posesión en el que se la ve como un objeto de su propiedad, al que subyace la creencia de subordinación de la mujer al hombre.

La gran mayoría de mexicanas enfrenta permanentemente inequidades, acoso, discriminación, abusos y violencia, desde la casa de sus padres hasta los espacios de trabajo, pasando por la escuela y, por supuesto, sus relaciones de pareja. Cuando menos, todas enfrentamos cotidianamente circunstancias sumamente incómodas, aguantando comentarios y situaciones que, ni por equivocación, viviría un varón, como lo ilustró muy claramente el hashtag #ComoHombre, que inundó Twitter hace apenas unos días.

Del otro lado de la moneda, hay también muchos hombres atrapados en arquetipos arcaicos que ya no les funcionan, viviendo bajo un concepto de masculinidad vinculado a una obligación de proveduría, fortaleza inquebrantable y virilidad comprobable que les ahoga.

La reflexión y acción colectiva a la que nos están urgiendo estos grupos de valientes feministas es, justamente, para reconocer que las relaciones que hemos establecido, a partir de las concepciones tradicionales de lo que es ser hombre o mujer, están rebasadas y nos afectan a todos en diferentes formas, aunque a veces no lo alcancemos a ver.

No se trata, queridos caballeros, de señalarlos a todos ustedes como violadores o asesinos en potencia, como perciben algunos que se sienten profundamente agredidos. Tampoco se trata, como han dicho otros, de hipersensibilidad, hipercorrección política, del fin del flirteo o de una guerra de sexos.

Se trata, sí, de quitar el velo a actitudes y lenguajes aparentemente inocuos; a estructuras de poder y arreglos institucionales que, cotidianamente, reproducen condiciones de desigualdad entre géneros; que limitan el pleno ejercicio de los derechos de las mujeres, propician la violencia hacia ellas y reflejan conceptos de masculinidad y femineidad que, a estas alturas de la historia, nos urge superar.

Escribía hace algunas semanas en este espacio sobre la necesidad de, como mujeres, analizar aquellos pensamientos, frases y actitudes machistas que subyacen en nuestro actuar y nos llevan a reproducir, aún sin querer, prácticas que perpetúan la violencia e inequidad. Hoy quiero insistir en esta invitación, haciéndola extensiva a todos, como sociedad.

En conjunto, mujeres y hombres, requerimos deconstruir –a lo Derrida– conceptos y costumbres que hemos normalizado, identificando sus componentes socioculturales e implicaciones; las estructuras de poder que subyacen a estos y las voces que acallan, a partir de lo cual podremos corregir lo necesario y, reconociendo las diferencias, construir un nuevo arreglo social, más justo, equitativo y sano para todas y todos.

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Nora Méndez es directora de Fundación Aliat

  Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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