El cine de la mexicana Yulene Olaizola (Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, Paraísos artificiales) invita a los espectadores a ser uno con el paisaje que envuelve a sus protagonistas, quienes, en más de una ocasión, parecen tener en el entorno la última conexión que los mantiene unidos al resto de la humanidad. Una tradición que promete continuar en Selva trágica (2020)

Su nuevo largometraje, el quinto, debutará en pocos días en el prestigioso Festival de Cine de Venecia, mejor conocido como la Mostra Internazionale d’Arte Cinematografica, que arranca el 2 de septiembre. Es un certamen que en los últimos años le ha venido bien a los cineastas mexicanos, después de todo La forma del agua (2017) y Roma (2018) –de Guillermo del Toro y Alfonso Cuarón– iniciaron su premiado camino al Oscar en esa ventana.

Selva trágica retrocede el reloj 100 años para transportarnos a la jungla entre Quintana Roo y Belice, donde “no hay ley y los mitos prevalecen, un grupo de mexicanos trabajadores del chicle cruza su camino con Agnes, una misteriosa joven beliceña. Su presencia provoca tensión entre los hombres, avivando sus fantasías y deseos. Con vigor renovado enfrentan su destino, sin darse cuenta que han despertado a la Xtabay, una antigua leyenda que acecha desde el corazón de la selva”, como explica su sinopsis oficial.

Antes de partir a Venecia, Olaizola nos compartió un poco de su tiempo para hablar del proyecto, el encanto que le produjo la selva y sus sentimientos ante la posibilidad de que el cine y la experiencia cinematográfica se transformen de manera permanente ante la aparición del Covid-19.

¿Cómo surgió el proyecto? ¿Te enamoraste, como en tus películas anteriores, del paisaje?

Yulene Olaizola (YO): El paisaje y las locaciones donde filmo son personajes en mis películas. En este caso, mi inquietud, mis ganas de filmar en la zona sur de Quintana Roo surgieron la primera vez que pude viajar a esa zona: Chetumal, Bacalar y la frontera con Belice. Recientemente, el detonante concreto de la película fue descubrir un libro de Rafael Bernal, el del Complot Mongol, que se llama Trópico y me lo recomendó el protagonista de Epitafio, Xabier Coronado.

Muestra el contexto de los años 20, cómo se vivía en esa zona de la frontera en un momento en que el sureste del país estaba aislado, dominado por vegetación selvática que hacía imposible tener caminos y comunicación con el centro de la República. Era una zona muy peculiar donde se empezó a desarrollar la industria de la extracción del chicle, en pocos años se volvió una industria muy importante. Al leer sobre este tema, volví a descubrir lugares que ya conocía, ahora con el contexto de cómo vivían ahí hace 100 años.

Me llamó la atención la frontera con Belice, un país del que tenemos poca información como mexicanos. Sin embargo, es una frontera muy interesante, estamos separados por un angosto río hondo, lo puedes cruzar nadando. Después tuve la oportunidad de viajar por Belice y descubrir el intercambio cultural que tenemos con ellos.

Toda esa mezcla de ideas, las ganas de retratar la región dieron vida a la película.

Tus películas retratan la íntima relación del paisaje con los personajes, en este caso, la frontera parece ser un entorno muy particular.

YO: Todo se filmó en la selva, son puros exteriores, que dota a la película de una sensación mística/mágica, tiene que ver con vivir y trabajar ahí. Es algo muy místico porque dentro de la selva se escuchan mil cosas, te sabes rodeado de miles de insectos, animales y criaturas distintas pero no las puedes ver. La vegetación hace muy confusa tu ubicación, incluso los habitantes mayas que tienen conocimiento ancestral se pierden y desorientan al entrar en la selva.

Todo eso genera mitos y leyendas de las criaturas que viven ahí. Sobre la capacidad misma del lugar como una entidad viva que defiende sus tesoros, cosas que el humano siempre ha querido robar. Hay toda una cultura, una forma de hablar de la selva, en la cual le dan un tratamiento de entidad viva con intenciones propias. Filmar la película en ese entorno, está impregnada de toda esa carga.

Tu cine mezcla continuamente actores profesionales con gente que habita la locación. Por el uso de la fabricación del chicle, aquí parece ser más relevante la entrada de los lugareños.

YO: El casting se volvió uno de los elementos más complejos y ricos del proyecto. Fue difícil de resolver, porque a diferencia de las otras películas, que tenían dos o tres personajes, aquí hay hasta 10 personajes en escena al mismo tiempo. Nos llevó más de un año resolverlo. Hicimos un casting muy amplio en comunidades chicleras, que se dedican actualmente a explotar la goma del chicle. Entre los que se quedaron, varios eran chicleros de profesión. Siempre busqué gente que tuviera un contacto divino con la selva, que supiera moverse ahí, vivir y trabajar, son características que no cualquier actor puede tener.

Hay otra parte de actores profesionales que la historia me permitió mezclarlos con libertad, porque hace 100 años viajaba gente de todo el país a trabajar el chicle. Decidí incluir rostros de gente de otras regiones, así llegó Gabino Rodríguez, Gilberto Barraza que es norteño, y Eligio Melendez.

La contraparte beliceña nos llevó a otro proceso largo de investigación y casting en Belice, un país muy pequeño, sin industria audiovisual, ni instituciones culturales fuertes como las tenemos en México. La búsqueda de talento allá fue compleja, pero así encontramos a la actriz principal, Indira Rubie Adrewin, una chica muy joven que no había actuado antes. Y un grupo de beliceños, todos actores naturales y que son los antagonistas del grupo mexicano en esta frontera un poco borrosa de hace 100 años. Era un viejo oeste sin ley, ni reglas.

El ambiente pinta como si fuera un western, la única ley es la de la selva.

YO: Fue algo muy orgánico cuando escribí el guión con Rubén Imaz. Poco a poco la película adquirió características de un western, no necesariamente porque lo definiríamos así, sino la investigación sobre la producción del chicle y las disputas que desató, peleas, homicidios, en un lugar donde no había control de autoridad, era más selva. Belice estaba más desarrollado por ser una colonia británica, tenían más actividad comercial, registro civil, instituciones. El mexicano que vivía en ese entonces en Quintana Roo cruzaba todo el tiempo para comprar alimentos en Belice, alcohol, casamientos, había un intercambio mayor al actual. Era un sólo territorio.

¿Qué sentimientos te provoca poder proyectar la película en un festival y con público en medio de la pandemia?

YO: Por un lado, me tiene muy contenta. Fue una apuesta que decidimos Rubén, yo y el productor Pablo Zimbrón. Implica riesgos porque nunca sabes qué pasará. Si las cosas salieran mal en las próximas dos semanas, todo se podría cancelar. Hasta ahorita Venecia pinta como el regreso de los festivales a la esfera pública, a las salas. Eso hace el debut muy especial.

Los tres como cineastas representando la película, tomamos el riesgo de salir este año y no esperar. Asumimos que las condiciones llegaron para quedarse un buen tiempo, toca trabajar así. Muchas proyecciones se han pasado a lo virtual, por suerte Venecia sigue presencial. Tenemos mucha esperanza de poder estar ahí, presentar la película con mucho público y que eso marque el regreso de las actividades presenciales para el cine.

¿Te genera ansiedad a futuro que el COVID transforme la producción de cine?

YO: El tipo de cine que hago, la mitad de las películas la hicimos con dos o menos de diez personas. Es un tipo de cine que se filma de manera guerrillera, con poca gente. Sigo creyendo en ese tipo de cine, porque sé que entre pocas personas se logran grandes cosas, no son necesarias 50 personas.

Este tipo de esquemas te dan más libertad cuando no tienes tantos problemas en qué concentrarte, tu mente se permite experimentar más. Ahora que doy clases de cine siempre le fomento a mis alumnos que tomen las nuevas condiciones de la pandemia no como un problema a resolver, sino un incentivo de entender que el cine se puede hacer de otras formas.

¿Extrañarías la experiencia de la sala de cine a futuro?

YO: Es especial ver películas en una sala de cine. La experiencia cinematográfica es mejor, más completa y memorable. Sin embargo, por dinámicas que venían antes de la pandemia, como vivir en una ciudad como la nuestra, de pronto ir a un cine te puede llevar 50 minutos de traslado. Son actividades que he dejado de hacer por el tiempo que tengo disponible.

Me he acostumbrado a ver cine en mi casa. Trato de ser rigurosa, generar tu propio cine en casa, pero la realidad antes de la pandemia nos dio ejemplos de cómo ese tipo de actividad se está volviendo una realidad cotidiana. Sería una lástima perder la otra opción, aunque no creo que desaparezca. La gente regresará a las salas de cine.

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