Suscrito por 12 naciones de la cuenca del Pacífico, propone un mercado de 800 millones de habitantes; sin embargo, bajo la excusa de la confidencialidad se acordaron 30 capítulos que parecieran apuntar más a administrar el comercio que a liberarlo.    Por David Dayón Doce países, entre los que se encuentra una de las mayores potencias económicas del globo, son los que participan en este acuerdo. Estas naciones representan 40% del PIB mundial y son las mayores multinacionales en todos los rubros de la industria y los servicios. Dudas, conspiraciones, negociaciones secretas, patentes de medicamentos, datos e internet, mano de obra barata y oportunidades comerciales, China, Estados Unidos y la nueva dinámica comercial del mundo. Todo esto y mucho más parece traer aparejado el Acuerdo Transpacífico (en inglés Trans-Pacific Partnership, TPP). A partir de ahora se abre un nuevo mercado de millones de personas que podrían acceder a bienes y servicios con menores costos de mano de obra y caída de los aranceles. Para los detractores, como el catedrático Noam Chomsky, es “la mayor dominación corporativa” de la historia o como señala el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, no es más que un acuerdo para “administrar las relaciones comerciales y de inversión”, en donde los más poderosos y las grandes multinacionales impondrán sus reglas. Técnicamente, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica es un tratado de libre comercio entre varios países de la cuenca del Pacífico que aborda una variedad de materias de políticas públicas. En sus comienzos, el hoy conocido TPP es la propuesta de expansión del Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica, un tratado de libre comercio firmado por Brunéi, Chile, Nueva Zelanda y Singapur el 3 de junio de 2005 y que entró en vigor el 1 de enero de 2006. Desde 2008, otros países se sumaron para un acuerdo más amplio: Australia, Canadá, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Perú, y Vietnam, aumentando el número de países firmantes a 12. La cuenta podría ampliarse: naciones como Indonesia anunciaron su intención de sumarse al bloque económico de 800 millones de personas.   Impacto en Latinoamérica Andrés Rebolledo, economista egresado la Universidad de Chile, cursó estudios de postgrado en Economía Internacional y Desarrollo Económico en la Universidad Complutense de Madrid, España, y desde marzo de 2014 se desempeña como director general de la Dirección de Relaciones Económicas Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile (Direcon). Rebolledo fue el encargado de negociar por parte de Chile el TPP y le dijo a Forbes que el acuerdo “será una realidad ineludible de la economía mundial que no sólo beneficiará a estos tres países de América Latina, sino se convertirá en una referencia en el comercio internacional”. “La caída de los precios de los commodities que viene afectando a nuestra región está empujando en dos direcciones inevitables. Por una parte, establecer alianzas productivas entre los países del Atlántico y el Pacífico para diversificar nuestra matriz productiva, agregar valor a las exportaciones y mejorar la posición competitiva de la economía regional en la economía mundial”. Para ello, el referente de mercado que significa el TPP para nuevos productos de exportación resulta fundamental. Las alianzas productivas sólo deben preservar la norma de origen del TPP. Chile ha previsto esta situación y por ello la estrategia de la Convergencia en la diversidad, instalada en el gobierno de la presidenta Bachelet, es coherente. Así, “tendremos una presencia regional en el mercado del TPP y no sólo de los tres países de la región que lo suscriben”, agrega. La segunda dirección a la que se refiere el embajador chileno tiene que ver con “la urgencia de establecer alianzas entre los países de la región en ciencia y tecnología. “Eso también hay que hacerlo en una plataforma regional dada la escasez de nuestros recursos. En este caso, también la Convergencia en la diversidad nos ayuda a enfrentar el interesante desafío de avanzar en ciencia, tecnología e innovación entre países del Atlántico y el Pacífico”. En contraposición a esto, el profesor de Asuntos Internacionales y Negocios Internacionales de la Universidad George Washington, Noel Maurer, se muestra bastante escéptico a los supuestos beneficios que proclama Rebolledo y dice que el acuerdo no ayudará a los países de América Latina que no son miembros, e incluso puede hacerles daño. Maurer explica que el acuerdo sirve a Chile, Perú y México para “ordenar la maraña de reglas de origen”. La otra ventaja que señala es que los países miembros “podrán conectar en las cadenas internacionales de valor mediante la producción de componentes que formarán parte de otro producto”. Pero en este punto es donde comienzan los problemas para el especialista estadounidense. “Esto significa que, dada una elección, un productor preferirá insumos de Perú en lugar de El Salvador, aunque el salvadoreño sea más barato, a esto se le llama la desviación del comercio y es perjudicial para los países que no son del TPP”. Bajo sus dudas, el académico afirma que el TPP va a crear todo un nuevo comercio para sus signatarios latinoamericanos. Sin la creación de comercio para los países miembros, no habrá ninguna desviación del comercio hacia los países de afuera. Y lleva su razonamiento un poco más lejos asegurando que “más allá del acceso al mercado japonés, el TPP no es una gran cosa. “Los aranceles ya son bajos (especialmente para México) y la protección de inversiones son bastante fuertes”. Por su parte, el economista en jefe de Managament&Fit, Matías Carugati, es bastante explícito respecto de las posibilidades de aquellos que no forman parte del acuerdo, al asegurar que en lo que se refiere a la posibilidad de enlazar cadenas productivas, “es algo escéptico”. Es común en los acuerdos de libre comercio estipular hasta qué porcentaje de un bien final puede proceder de un país extraacuerdo, de forma tal de que dicho bien no pague aranceles. “El TPP seguramente tendrá este tipo de cláusulas, limitando la posibilidad de los países no firmantes de enlazarse productivamente con el resto”. Pero viendo que los países buscan acuerdos comerciales para sortear las barreras arancelarias, la pregunta que surge es si existe la posibilidad de que otros países de la región, en especial los que conforman el Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y Venezuela), podrían sumarse de alguna manera al acuerdo. reuters_tpp_orientales Factores sensibles En la mayoría de los países que participan de lo que será el bloque comercial más grande del mundo se levantaron muchas voces críticas al acuerdo y no sólo por lo que se firmó, sino por las formas en las que se negoció. El silencio en el que se desarrollaron las negociaciones generó un halo de oscurantismo respecto del rol que estaban jugando los lobbies de las grandes multinacionales, ya que el tratado contiene nada menos que 30 capítulos que terminan por edificar un contenido que aun hoy se desconoce. Chile ha sido muy claro en asumir las críticas formuladas por la confidencialidad. Como consecuencia de ello, en marzo de 2014, recién instalado el gobierno de la presidenta Bachelet, se reinstauró la instancia del “cuarto adjunto”, en la cual ya han participado representantes de más de 120 gremios productivos, ongs y academia. Allí se ha entregado toda la información relativa al proceso, incluidos los aspectos más controversiales. “Nuestra evaluación del ejercicio es muy positiva”, explica el negociador chileno Rebolledo. Pero mientras quienes lo apoyan lo presentan como el mayor acuerdo comercial de la historia que impactará directamente en una rebaja arancelaria, quienes se oponen afirman que sólo seis de los 30 capítulos se refieren a la rebaja arancelaria. El ejemplo de Chile es quizá el más claro para entender que no es simplemente un acuerdo arancelario, ya que ese país tiene tratados de libre comercio con el resto de las 11 naciones que firman el TPP, por lo que ya cuenta con beneficios arancelarios. Según los especialistas, lo que se discutieron fueron 18,000 posiciones arancelarias. Sin embargo, ese no es el corazón del Transpacífico. Lo que lo hace latir y lo empuja a crecer es el acuerdo de normas en lo que se refiere a reglas de origen, obstáculos al comercio, medidas fitosanitarias, lealtad comercial, competencia, compras públicas, servicios, inversiones, comercio electrónico, propiedad intelectual, medio ambiente, competitividad, desarrollo de pymes, entre otras. Un ejemplo de esto es que Estados Unidos impuso ciertas normas laborales en lo que se refiere al costo de la mano de obra, que apunta a que se prohíba el uso de menores y que se cumplan condiciones laborales. Más allá de un acto de humanidad de parte del gobierno estadounidense, la norma esconde que es competencia desleal que países como Malasia pongan en el mercado productos elaborados por chicos o trabajadores sin ningún tipo de cobertura. Pero, un capítulo fundamental, y que genera una gran oposición de parte de varias ONGs, es el que establece un mecanismo para resolver conflictos denominado IDS (investor-statea dispute settlementsystem), que no es más que un órgano judicial paralelo que le entrega a las empresas el derecho a demandar a los Estados cuando se incumplen las condiciones del acuerdo. En esos términos, por ejemplo, lo que podría suceder es que si uno de los Estados miembros realiza alguna modificación en alguna normativa o ley que alguna empresa entienda que dificulta el comercio, podrá ser denunciado y se tratará el tema en una especie de justicia comercial “paralela”. Otro de los que más incomodidad está generando es el capítulo de las patentes medicinales. Los grandes laboratorios instalados en Estados Unidos buscaron 12 años de protección de derechos para productos medicinales, lo que aumentaba el plazo de tiempo para que se liberaran medicamentos y se conviertan en genéricos. La presión y discusión entre los miembros logró que se mantuvieran en cinco años, como es la norma internacional. Sin embargo, los laboratorios lograron forzar un mecanismo de control que le suma tres años, extendiendo la protección a la patente de los medicamentos hasta los ocho años. El verdadero problema son las disposiciones para la propiedad intelectual. Todavía no hemos visto la versión final, pero las primeras versiones establecen modificaciones a las patentes de los medicamentos y extendieron los plazos de derechos de autos a más 70 años. Otro asunto no menor en el acuerdo es la responsabilidad de internet. Mientras se habla de la democratización del acceso a la información, el TPP busca imponer que los proveedores del servicio puedan determinar unilateralmente cuando se infringe la propiedad intelectual, con penas para los usuarios.   ¿Y China? La pregunta del millón es por qué China no participó. La mayor economía asiática participó de las reuniones del TPP, pero en determinado momento decidió dejar de hacerlo. Para Patricio Barbini, licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Buenos Aires (UBA), el gigante asiático “decidió no participar porque el espíritu del TPP, principalmente desde la entrada de Estados Unidos en adelante, responde a un criterio de equilibrio de poder, que busca balancear el crecimiento del comercio chino en el mundo y, particularmente, la cada vez más fuerte influencia del gigante asiático en la cuenca del Pacífico”. El especialista en política internacional sostiene que la incorporación de Estados Unidos al TPP responde a un doble objetivo de su política exterior: “Por un lado, forma parte de su iniciativa por reactivar las negociaciones comerciales, luego del estancamiento en la OMC; por el otro, atiende al giro en su política exterior, definiendo la cuenca del Pacífico como un área estratégica para el despliegue de sus objetivos (económicos, políticos y militares)”. Barbini señala que China no está dispuesta a aceptar la agenda comercial de un organismo impulsado por su principal competidor y que pueda poner límites normativos a su comercio. “Desde la entrada de Estados Unidos, este tratado se vio por un lado fortalecido y legitimado, pero por el otro generó un liderazgo institucional que China no está dispuesta a aceptar ni a obedecer; menos, cuando la mayor parte de sus miembros son fuertes aliados históricos de Estados Unidos”.

 

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