En las próximas semanas iniciará un proceso de apertura de actividades en los municipios que lograron sortear los contagios del Covid-19. 

En la Ciudad de México, en cambio, las medidas de distanciamiento y restrictivas se tendrán que prolongar por lo menos hasta mediados de junio, debido a que la capital del país se encuentra en lo más alto de la ola de contagios. 

Hay incentivos, bastante fuertes, para apurar el retorno a lo que se llamará “la nueva normalidad” y la mayoría de ellos tienen que ver con reanudar las cadenas de suministros de exportación y de modo central en el sector automovilístico.  

Diversos analistas y expertos han señalado que existe un riesgo muy alto de que las cosas salgan mal, porque no se cuenta con la información adecuada, debido a que no se realizaron pruebas de detección del Covid-19 y no hay datos que hagan pensar que esta decisión, una de las más importantes que tomó la Secretaría de Salud vaya a cambiar.

Iremos, de algún modo, a ciegas y habrá que esperar que no se desate un rebote que obligue a un nuevo cierre de la economía, con un daño todavía más profundo y con graves consecuencias para el ánimo de la ciudadanía. 

Es evidente que nada será como antes. Para que estemos seguros ante el Covid-19 tiene que existir una vacuna, y obtenerla demorará, en el mejor de los casos, un año o dos. Los científicos, sin embargo, no lo saben con certidumbre, aunque trabajen con denuedo para obtener resultados. Es más, en procedimientos normales, hay medicamentos que pueden demorar una década y un lustro para llegar al mercado.  

Después vendrán retos logísticos nada menores, como adquirir la vacuna, distribuirla y poder aplicarla a la población. 

Ante ello, hay que admitir que estamos solo al principio de una situación que puede prolongarse por mucho tiempo. Así viene ocurriendo con el VIH desde hace 30 años, a razón de un millón de fallecimientos por año a lo largo del mundo, y se ha tenido que aprender y desarrollar políticas publicas de atención y de reducción del daño. 

Igual ocurre, en diversos puntos del planeta, con el Zika o el Ebola. 

En México hay mucho que hacer, por ejemplo, se debería de investir más en ciencia y en proyectos que se ocupen de prevenir la próxima pandemia. Tenemos una comunidad de expertos de nivel internacional, pero hay que apoyarlos, no hostigarlos con reducciones salariales y presupuestales. 

El Sistema de Salud debe fortalecerse, pero ello no ocurrirá bajo la lógica de la reducción de gastos. Son muchas las lecciones de estos días, y más vale irlas aquilatando, porque más allá de algunas narrativas triunfalistas, la emergencia del Covid-19 y sus implicaciones están muy lejos de haber llegado a su fin.  

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