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Estas son las 30 promesas de los negocios 2024

Manuel Cebrián y José Balsa-Barreiro*

Pensemos en cómo hemos llegado aquí. Todo empieza con unos casos de neumonía atípica en China que, por alguna razón, en Europa eran causados por una pequeña gripe estacional. Como la situación fue empeorando, se optó por eliminar lo de pequeña y se nos tranquilizó con el mantra de que “el virus sólo afectaba a personas con un sinfín de patologías previas”.

Días después no eran sólo éstos, sino también otros muchos con dolencias comunes como el asma, diabetes o hipertensión… y de ahí, a jóvenes sanos y deportistas de alto nivel que, de repente, eran colectivo de riesgo.

Lo más paradigmático no es la historia en sí, sino el tiempo que transcurre entre noticias incoherentes y totalmente inconsistentes. Aunque el despropósito máximo se da cuando una noticia se contradice con la siguiente o, directamente, se contradice a sí misma.

La reacción de una sociedad ante una situación dramática parece confusa y visceral. Sin embargo, ésta sigue un patrón de transición emocional descrito en el modelo Kübler-Ross, según el cual nuestras reacciones siguen una secuencia lógica donde el paso entre fases sucesivas depende de nuestra capacidad de adaptación.

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Pues bien, este modelo plantea una teoría válida… o, al menos, la planteaba hasta esta pandemia, en la cual hemos vivido un verdadero atropello emocional.  Todos hemos sentido ansiedad, terror, humor, esperanza… pero de una forma agregada y simultánea: ¡Todo a la vez! Ante esta vorágine, no queda más que resignarse y dar la bienvenida a la metamodernidad.

Según esta teoría, la sociedad actual vive dentro de un sistema altamente inestable que no deja de oscilar a lo largo del espectro conceptual, perceptivo y psicológico. Así, lo que hoy es verdad, mañana ya no lo es. Lo que hoy es controvertido, mañana es cotidiano ¡Y viceversa! Siendo ambos extremos verdad… aunque ninguno a la vez. Esta es la primera pandemia metamoderna de la historia de la humanidad.

Si el pasado es el prólogo del futuro, uno se pregunta qué hemos hecho para merecer esto. Por supuesto, la metamodernidad estaba ahí de antes y ha seguido estándolo cuando la tragedia ya era un hecho consumado.

En abril, aunque España presentaba los índices de letalidad más altos del mundo, su gestión de la crisis era elogiada por la OMS. Mientras que en televisión se afirmaba que la célebre curva de fallecidos se aplanaba… el número de muertes seguía aumentando porque probablemente habíamos entrado en un repecho.

La buena gestión de Corea del Sur apuntaba al uso masivo de test. España, como muchos otros países, decide comprar muchos test para ser uno de los países que más test hacía en el mundo… aunque horas después era de los países que menos test hacía en Europa.

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En Madrid, el colapso sanitario obligó a reclutar personal sanitario de urgencia, aunque también eran frecuentes los despidos masivos de médicos. Mientras las UCIs de los hospitales madrileños estaban completamente desbordadas, 2,200 plazas nunca llegaron a ocuparse.

Pero no sólo fue el impacto sanitario, sino también el social. Según los medios, tras semanas de confinamiento, la gente está deseando salir de sus casas, aunque en realidad nadie quiere salir porque tiene miedo del virus. Por supuesto, la gente quiere volver al mundo de antes para viajar y salir ¡pero no!, ésta es la gran oportunidad para hacer un mundo mejor.

El virus está matando a mucha gente, no se sabe muy bien cuánta pero, si se mira bien, puede estar salvando vidas ya que reduce la contaminación y ayuda a solucionar el cambio climático.

En China, Wuhan vuelve a la normalidad tras un largo confinamiento pero el problema es que hay asintomáticos y ya no es Wuhan, sino es Wuhan 2.0, un escenario espectral como salido de una película de ciencia ficción.

La pandemia actual se ha convertido en el caso tristemente paradigmático de cómo la metamodernidad ha impedido a muchos gobiernos occidentales asumir, desde un primer momento, la gravedad de la situación y actuar en consecuencia. El primer ministro británico Boris Johnson anunció que buscaría la inmunidad del rebaño aunque cuatro días después opta por la estrategia contraria. Su asesor más influyente, Neil Ferguson, aboga por un confinamiento radical y estricto, pero tiene que dimitir porque ni siquiera él se lo toma en serio, saltándose el confinamiento en dos ocasiones para quedar con su amante.

A nivel científico, un grupo de expertos apuesta que habrá una vacuna en otoño, pero nunca antes de 18 meses o quizás nunca, por eso la inmunidad de rebaño es la mejor estrategia.

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Pero si adoptamos esta estrategia tendrá que infectarse del virus en torno al 60% de la población mundial, aunque ciertos laboratorios farmacéuticos temen que, aun así, no se infecte una cantidad suficiente de personas para poder testear sus vacunas.

Los test de seroprevalencia constatan que sólo una pequeña parte de la población ha estado expuesta al virus, aunque esto es malo porque el virus no se ha propagado lo suficiente y la inmunidad de rebaño está lejos, aunque esta estrategia haya sido descartada hace semanas.

A nivel espiritual, “Quedémonos en casa”… aunque seamos realistas, esto es una pandemia y no podemos hacer nada, pero bueno, tenemos Netflix y tampoco apetece tanto salir. Es más, nosotros mismos tenemos amigos que no creen en el virus, pero aun así no piensan salir de casa hasta que exista una vacuna, pero cuando la haya no se la pondrán porque seguramente Bill Gates la habrá usado para inocular un microchip de control mental.

No han sido solo los medios, sino también los gobiernos, equipos científicos, supuestos expertos y así hasta llegar a cada uno de nosotros.

Vivir oscilando constantemente entre realidades diametralmente opuestas supone estar en una zona de confusión y paralización permanente que nos vuelve extremadamente indefensos y desorientados.

El daño de la metamodernidad debe entenderse en el contexto de las sociedades líquidas definidas por Zygmunt Bauman.

Vivimos en sociedades de consumo masivo en las que la información, tiempo y atención son simples bienes de consumo. Las redes sociales se han convertido en el principal motor, tanto de interacción social como de consumo de información.

Éstas optimizan la información para lograr una exposición masiva a través de titulares pretenciosos, imágenes sensacionalistas y memes. Esto ha obligado a una reinvención de la prensa, especialmente la digital, optando en ocasiones por presentar información de forma sesgada e incompleta.

Hasta la fecha, la metamodernidad ha demostrado ser una estrategia muy eficiente de desmovilización y desinformación ciudadana. Así, mientras los gobiernos plantean actuaciones de censura ante fake news, las cuales pueden ser filtradas y contrastadas, no existen acciones concretas para hacer frente a la metamodernidad y al espacio de incertidumbre generado.

P.D.: Son las 8:00 pm. Hoy toca aplaudir por la gran labor de los sanitarios, los grandes guerreros en esta pandemia.  Mientras me dispongo a aplaudir, siento como la adrenalina recorre mi cuerpo por ser uno de los millones de héroes anónimos que ha luchado contra este virus quedándome en casa. Aunque unos segundos después siento, de repente, una vergüenza indescifrable por aplaudir ante una situación que no entiendo muy bien. No puedo evitar que se me escape una risa. Esto confirma que soy una víctima más de la metamodernidad.

  • Son investigadores del Max Planck Institute for Human Development Lentzeallee 94, 14195 Berlin (Alemania)y el MIT Media Lab, Massachusetts Institute of Technology Wiesner Building (E15), 20 Ames Street 02139-4307 Cambridge, MA (EEUU)

-Este artículo es una versión corta del ensayo “La Primera Pandemia Metamoderna” publicado en Los Angeles Times el día 15 de agosto de 2020.-

 

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