Entre los muchos efectos que ha dejado a su paso la pandemia por Covid-19, uno de los más dramáticos es el retroceso global en términos de seguridad alimentaria.

De acuerdo con Naciones Unidas, en 2020 se registraron entre 720 y 811 millones de personas que padecieron hambre a nivel mundial. Un incremento de casi 120 millones con respecto al año previo.

“La inseguridad alimentaria es un asunto de la más alta relevancia, pues los retos que hay que enfrentar van en aumento”, advierte Nicolás Amaya, uno de los líderes más destacados en la industria alimenticia de la región y presidente de Kellogg Latinoamérica, gigante en la producción y comercialización de alimentos en el mundo.

“En nuestra región y el resto del mundo, vemos cada vez más personas en estado de vulnerabilidad con algún tipo de carencia alimentaria, y, con la llegada de la pandemia, esta situación se magnificó”.

Se trata de un problema de impacto mundial en el que gobiernos e industrias tienen papeles decisivos. 

Para Kellogg Latinoamérica es de vital importancia el desarrollo de las compañías y la aplicación de tecnología y conocimiento para combatir esta crisis humanitaria. 

“Somos conscientes de los retos a los que año con año nos enfrentamos; somos una empresa global consciente del papel que juega la innovación en la oferta de productos. Estamos dedicados a elaborar cereales nutritivos y saludables para las familias de Latinoamérica y en todo el mundo”, puntualiza Amaya.

Kellogg es una de las compañías más longevas y con mayor presencia en la región, pues desde el siglo pasado ha desarrollado campañas, en conjunto con The Global FoodBanking Network, para mitigar el impacto de la producción, así como adaptar las diferentes dietas a cada zona, gracias a su presencia en 17 países, con 4 redes nacionales y más de 200 Bancos de Alimentos, entre los que destacan Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala, México, Puerto Rico, entre muchos otros.  

“Desde nuestra trinchera, nuestras armas más poderosas para aportar a reducir la inseguridad alimentaria en los distintos países donde operamos son la estrategia de responsabilidad social global llamada Mejores Días y nuestras alianzas clave”, refiere Nicolás Amaya.

De acuerdo con la compañía, el programa Mejores Días ha llevado alimento a 375 millones de personas alrededor del mundo, con el objetivo de alcanzar a 3 mil millones de personas en situación vulnerable para finales de 2030.

Tan solo en la primera mitad de este año y, a pesar de la pandemia por la que estamos atravesando, Kellogg ha logrado beneficiar a más de 28 mil niños y familias en toda la región, a través de programas de alimentación regular. Ha donado más de 11 millones de porciones de alimento y, gracias al apoyo de los colaboradores, ha aportado más de 270 horas de voluntariado a 20 diferentes organizaciones sociales.

Uno de los casos más importantes es México, donde Kellogg trabaja en conjunto con la Red de Bancos de Alimentos de México desde hace 15 años, apoyando a comunidades vulnerables a través de programas de donación, educación y generación de capacidades para impactar en su entorno.

Foto: Programa Mochilas Saludables de Kellogg en conjunto con BAMX. Cortesía.

“Gracias a esta alianza, hemos llegado a cerca de 13 millones de personas hasta la fecha. En total, desde 2006, hemos donado casi 3 millones de kilos de alimento”, comparte Amaya. 

En países como Colombia, Argentina, Ecuador, Guatemala y Brasil se han impulsado programas relacionados con desayunos saludables, así como trabajo conjunto con los bancos de alimentos que atienden a las comunidades con mayor urgencia de apoyo alimentario.

De acuerdo con Amaya, la industria alimentaria tiene la capacidad de transformar la agricultura y los sistemas alimentarios, sin embargo, también enfrenta el reto de la sostenibilidad.

“El 22% del total de emisiones de gases de efecto invernadero proviene del sector alimentación, así como 30% del consumo de energía en el mundo”, reconoce Amaya.

Esto supone un doble problema: por una parte, la industria puede implementar programas para disminuir los efectos del hambre, pero la huella contaminante es un obstáculo.

“Dejar de producir alimentos no es la solución”, dice Amaya. “Por el contrario, es necesario producir cada vez más pues, mientras la población sigue creciendo en todo el mundo, los suelos cada vez están más degradados y las áreas productivas están disminuyendo”.

De acuerdo con el directivo, las empresas pueden optar por cambiar los métodos de producción para reducir el impacto y la huella ecológica que dejan en el proceso.

“Si tomamos esto en cuenta, es imperante cambiar totalmente a modelos de producción cada vez más sustentables que permitan alimentar a la población sin dañar el medio ambiente”, añade.

Foto: Kellogg en colaboración con CIMMYT. Cortesía.

Por ello, a nivel global la compañía creó el programa Kellogg’s Origins con agricultores para apoyar la resiliencia climática, social y económica con proveedores de ingredientes, instituciones de investigación y organizaciones no gubernamentales para brindar a agricultores y otros trabajadores del campo entrenamiento y asistencia técnica para mejorar la productividad del campo, la salud del suelo y proteger especies y hábitats, reducir las emisiones de los gases de efecto invernadero y mejorar sus medios de vida de manera que protejan y respeten los derechos humanos.

El objetivo es alcanzar a un millón de agricultores. En México se ha implementado un programa de Apoyo al Abastecimiento Responsable, en conjunto con el CIMMYT, con el cual se impulsa a que los agricultores produzcan maíces amarillos sostenible en regiones como Sinaloa, Guanajuato y Chihuahua.

Además, en toda la región se llevan a cabo diversos programas similares en países como Ecuador, Bolivia, Argentina, entre otros.

La realidad del conflicto alimenticio a nivel global enciende alarmas y se suman otros factores, como el cambio climático y la huella de carbono; en esta difícil carrera, Kellogg ha puesto manos a la obra en las soluciones.

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