Por Julián Andrade* La portada de Charlie Hebdo, el semanario satírico francés, de la primera semana de enero de 2015, estuvo dedicada a Michel Houellebecq y su obra Sumisión, que se ocupa de la llegada al poder de un presidente islamista y de los cambios que ocurrirían, con ello, en toda la sociedad. El dibujo, una caricatura del escritor que dice: “En 2015 perderé mis dientes y en 2022 practicaré el Ramadán.” Cuatro años después, los editores optaron por una frase dura: “El retorno del oscurantismo” y el trazo de un obispo y un imán, solándole a una vela. Los radicales anidan en los extremos y se desenvuelven en todas las religiones. Saben de lo que hablan, porque lo vivieron en carne propia, cuando dos terroristas irrumpieron en la redacción y asesinaron a 12 personas e hirieron de gravedad a otras cuatro. Los autores de la masacre, los hermanos Said y Cherif Kouachi, quienes serían abatidos por la Gendarmería horas después, provenían de la Francia de la periferia, de los cinturones aledaños a las grandes ciudades, donde florece el adoctrinamiento integrista y la frustración. Es ahí donde Alqaeda y el Estado Islámico moldean, con paciencia, a quienes protagonizarán capítulos de su guerra. Son enemigos internos, que responden a intereses y doctrinas que se alimentan del odio y que aprovechan los errores de las grandes potencias occidentales en lugares como Siria, Paquistán o Irak. Les llaman lobos solitarios y son uno de los desafíos más grandes para las agencias de seguridad y para las políticas de prevención. Aquel episodio en contra de Charlie Hebdo aún conmueve y da pistas de los riesgos que corren las democracias ante el fortalecimiento de los extremismos. Hay que tener presente que el ataque lo fue también al significado profundo de Francia, a su protección por las libertades y a una manera de vivir en que la felicidad es la consecuencia del ejercicio de los derechos. Dos millones marcharon, de modo silencioso, en las calles de París, para condenar la barbaridad cometida en nombre de la oscuridad. Se mostró una sociedad fuerte y dispuesta a no dejarse amedrentar. Pero era el principio de una escalada que tendría su punto más álgido en noviembre de ese mismo año, cuando terroristas irrumpieron en el centro de baile Bataclan y dejaron sin vida a 89 comensales, la mayoría jóvenes que asistían al concierto de Eagles of Death Metal. Aquella noche morirán en París 130 personas por ataques reivindicados por una facción del Estado Islámico. El horizonte no se percibe tranquilo, ya que el fortalecimiento de los populismos, ligados a la ultraderecha, avanza en toda Europa. Lejos de ser el antídoto contra los fundamentalistas islámicos, van a funcionar como el catalizador de agravios históricos, anclados en una realidad donde los inmigrantes son vistos con recelo. El camino correcto es el de fortalecer los valores europeos, los que tienen como objetivo el bienestar de la población y que entienden que la convivencia entre naciones es la piedra angular de todo futuro promisorio. *Periodista y escritor. Es autor de la Lejanía del desierto y coautor de Asesinato de un cardenal   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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