El caso Rosario Robles es fundamental para entender la lógica de la política, pero también para ubicar las motivaciones de diversos grupos que rodean a la 4T. Hay varios elementos que resultan relevantes en este caso, porque podemos ubicar diversos elementos de análisis sobre aristas que caracterizan esta época. Si bien el caso fue iniciado durante el sexenio pasado, como muchos otros, llama la atención la forma en que se ha construido y las diversas estrategias a su alrededor. En una primera instancia, el presidente López Obrador ha comenzado a administrar temas que son relevantes para mantener su popularidad, o que pueden atraer la atención de los medios ante temas como la inseguridad y el desempeño económico. Pero también, la autonomía formal de la fiscalía le permite al presidente no asumir responsabilidad formal sobre las decisiones que se toman, en términos de los casos que se construyen y el uso que de ellos se hacen. El caso Robles, resulta importante porque se está abordando uno de los reclamos más relevantes con respecto a los temas de corrupción a gran escala que han sucedido en el país, pero también porque sería, junto con el caso de Lozoya, los dos elementos más emblemáticos de la estrategia contra la corrupción de la administración actual. Todo estaría bien, si no fuera porque se han planteado sospechas sobre el uso del esquema de procuración de justicia y de los espacios del poder judicial, particularmente en el caso Robles, como parte de un ajuste de cuentas entre viejos grupos rivales. Si Rosario Robles cometió ilegalidades es algo que el Poder judicial debe determinar y pagar por ello, pero para que la estrategia sea creíble, debe incluir al resto de personas que formaron parte de la cadena de corrupción que afectó no únicamente a las finanzas públicas, sino también a la credibilidad de las universidades que participaron en el proceso. La historia de la relación entre Rosario Robles y el presidente López Obrador, y los grupos que les apoyan, no es tersa y ha sido conflictiva, no únicamente por la lucha que dio en el contexto de sus espacios de poder cuando confluían en el PRD, sino por los escándalos que ambos protagonizaron durante los inicios del siglo XXI y que terminaron con la expulsión de ella de ese partido y la pérdida de la presidencia en el primer intento que hizo López Obrador. A pesar de que el presidente ha dicho que ella es un chivo expiatorio, pero que qué bueno que se avanza en la lucha contra la corrupción, contrasta con el trato judicial y mediático que se ha dado al caso. El problema es que el combate a la corrupción a partir de casos aislados y motivados por aspectos que no están en el centro de la lucha anticorrupción implica una mala estrategia que puede tener implicaciones negativas en el futuro. La experiencia internacional nos dice que la corrupción no se combate ni con estructuras pesadas, ni con líderes que no sean corruptos, aunque eso ayuda, ni con casos fuertemente mediáticos, sino a partir de estrategias sólidas y con un enfoque sistémico, que permitan abordar los espacios de riesgo que el manejo de programas públicos tiene. Hasta ahora, no se ha planteado otra estrategia que no sea el que las escaleras se barren de arriba hacia abajo, pero el daño más relevante se da en la mala operación y desvío de recursos, intencionada o no, que se da en todas las dimensiones de la administración pública. Perseguir el mal uso de recursos es fundamental, pero también se debe asumir que la corrupción se combate todos los días en los espacios en que se comete.   Contacto: Twitter: @aglopezm Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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