De repente, es buena idea hacer un alto en el camino y reflexionar sobre nuestros pasos. Preguntarnos si vamos avanzando y hemos sufrido algún retroceso o andamos algo desviados resulta útil para ubicarnos en un mapa de vida y tomar las acciones pertinentes que nos lleven a donde queremos estar y no a otro lado. Las autocomplacencias no sirven. Los parámetros sí. Fijar un punto de comparación para descubrir qué tal andamos nos da referencias objetivas de evaluación. Un aspecto fundamental para diseñar estrategias, tanto personales como corporativas en incluso de políticas gubernamentales adecuadas es el conocimiento de nosotros mismos. Entender cómo somos como entes individuales y como sociedad nos ayuda a ubicarnos y a dar un mejor rumbo a nuestros esfuerzos. Eduardo Sojo hace un planteamiento muy interesante. Dice que, a partir de la información que publica el Inegi podemos describir la situación de un individuo desde tres dimensiones: la educativa, la ocupacional y la económica. Pero, para entender adecuadamente el escenario en el que se encuentra cada persona, es fundamental comparar. Por ello, el académico del CIDE propone confrontar la situación del proveedor principal de cada hogar cuando el individuo contaba con catorce años de edad. Efectivamente, la comparación nos da un reflejo de la situación propia con respecto a un parámetro que nos permite evaluar si vamos progresando o no con respecto a la generación anterior. El ejercicio resulta interesante. Por ejemplo, si ocupáramos como referencia a una persona nacida entre 1965 y 1970 -que son quienes hoy tienen hijos de catorce años o mayores y pueden servir de pivote para esta comparación- los resultados pueden darnos cierta luz. El Centro de Estudios Espinosa Yglesias ya había fijado la atención en este tema. Los resultados son sumamente reveladores. En términos educativos, los abuelos de esta generación fueron, en general, personas que llegaron a concluir estudios de primaria y difícilmente habrían obtenido un certificado de secundaria. La razón es que a principios del siglo XX las secundarias estaban en las ciudades como Guanajuato, Guadalajara, Monterrey, Ciudad de México y el país era eminentemente rural y campesino. En cambio, los padres de esa generación ya habrían accedido a estudios universitarios y ellos mismos tendrán una licenciatura y probablemente un posgrado. Sus hijos estarán cursando estudios de secundaria o preparatoria y tendrán en la mira conseguir un título universitario. En esos términos, parece que vamos avanzando. En el terreno ocupacional, cuando los individuos de esta generación, que usamos como ejemplo, tenían catorce años, lo más seguro era que sus padres estuvieran en plena actividad productiva y con una carrera laboral en ascenso. Seguramente, al tener catorce años, sus abuelos también estaban trabajando y gozaban de estabilidad laboral. Sin embargo, esas mieles no han sido gozadas para la mayoría de quienes hoy tienen un hijo de esa edad. El desempleo y el subempleo se han hecho presentes y el fantasma de la desocupación ha habitado en la vida de muchos de los habitantes de diferentes zonas económicas del mundo. El fenómeno de escasez de trabajo digno ataca a países desarrollados y subdesarrollados y es la primera causa de migración. La situación económica por cuestiones de ocupación se ve directamente afectada. Anteriormente, las familias tenían un solo proveedor y el ingreso alcanzaba para mantener bien a familias con muchos hijos. Hoy el ingreso uniparental no es suficiente para satisfacer las necesidades de un hogar. Lo más común, en la generalidad de los casos, es ver que padre y madre tienen que salir a trabajar, si ambos tienen la suerte de estar empleados. Además, la situación de los jubilados es precaria. Muchos de los padres de esta generación tuvieron la suerte de trabajar toda su vida, pero no previeron el momento en que estarían pensionados. Si para esa generación, cuya situación laboral fue estable, los ingresos se les ven disminuidos, imaginemos lo que sucederá con quienes no tendrán acceso a ahorros de retiro. Lo curioso de estos resultados es que hoy estamos mejor educados, mejor preparados para conseguir un empleo que como estaban nuestros padres y nuestros abuelos. Antes, según Sojo, el proveedor principal no tenía escolaridad. El Inegi dice que en esa generación no tenía niveles de escolaridad y eso cambió a un 72% de escolaridad en la actualidad. Sin embargo, esto no se tradujo en mayor estabilidad laboral ni en mejor situación económica en el 60.7% de los casos. Es cierto, cerca del 40% de la población sí encontró una mejora de su situación. Qué tanto ese progreso educativo se refleja en un mejor nivel de vida es un punto que se debe estudiar con mayor profundidad. Para saber de qué lado de la frontera estamos, la propuesta de Sojo me parece muy pertinente. ¿Cómo estás tú con respecto a tus padres y tus abuelos? Recuerda tu situación cuando tenías catorce años y haz la comparación, verás como la respuesta da una luz que ilumina puntos muy certeros. ¿Cómo percibes tu situación actual en comparación lo que se vivía en tu casa cuando tenías catorce años? Habitabas en un lugar más grande o más pequeño, la colonia contaba con mayores y mejores servicios que los que se cuentan ahora, hay más o menos deuda, se vive con mayor o menor desahogo, tienes un mejor grado educativo que el de tus padres, viajas más o menos, tus hijos van a mejores escuelas, tienes mejor auto. En fin, la lista puede extenderse tanto como la imaginación nos alcance. Lo cierto es que este parámetro nos ayuda a conseguir una respuesta concreta: ¿Nos está yendo mejor o peor que cuando teníamos catorce años?   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @CecyDuranMena Blog: Las ventanas de Cecilia Durán Mena Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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