Por Milagros Oreja*

Los especialistas en salud no pueden darnos casi ninguna certidumbre: no saben cuándo se pasará de una fase a la otra de la pandemia, ni las cifras de las víctimas que se cobrarán en cada país, ni cuándo saldrá la vacuna para la cura. Tampoco saben explicarnos cuáles serán las otras consecuencias, las emocionales.

El crecimiento de las depresiones, los suicidios. El impacto para la psiquis de los más pequeños que viven el confinamiento desde un lugar de pleno aislamiento forzado, vulnerabilidad y angustia, lejos de sus lazos sociales de la escuela y en muchos casos, con imposibilidad de darle continuidad a su educación formal, porque son muy pequeños para prestarle atención a las clases remotas, no tienen conexión en sus casas o incluso, porque sus padres no pueden pagar las cuotas.

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En medio de una catarata de incertidumbres sobre la salud, hay una sola cifra en la que otros especialistas, los de la economía mundial, sí se atreven a coincidir. Casi todos afirman, sin dudarlo, que entre los coletazos que traerá el Covid-19 habrá una crisis mundial equivalente -o peor- a la vivida en la Segunda Guerra Mundial. O incluso, la peor vivida desde 1870.

Sí: estamos frente a meses o años similares a los que nuestros antepasados vivieron en posguerra. Hambre generalizada, pérdida de trabajos, crecimiento de las estadísticas de la pobreza y cierre de miles y miles de empresas. Tan solo en abril, en México se perdieron 500,000 puestos de trabajo y cerraron 5 mil empresas, la mayoría PyMES.

Según el Banco Mundial, en Latinoamérica la contracción económica será de un promedio del 7.2%. El país más afectado de la región será Brasil, donde esperan una caída de 8%, seguido de México con 7,5% y luego Argentina con 7.3%. En tanto, Estados Unidos tendrá una contracción de 6.1%. La Zona Euro tendrá una caída de 9.1%; en Japón será de 6.1%, mientras que China registrará un crecimiento de 1%, por debajo se su ritmo de crecimiento anual.

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En las estimaciones, esta crisis puede arrastrar a entre 70 y 100 millones de personas a la pobreza extrema, una cifra mayor a la estimación previa del banco que proyectaba que 60 millones de personas estaban en riesgo.
Por eso, y he aquí el quid de la cuestión, el rol de las empresas es igual o aún más importante que el de los Estados.

Serán ellas, las grandes corporaciones, quienes demuestren de qué material están hechas. Porque como las personas que las lideran, es en las crisis en donde se ve el verdadero ADN de los humanos que las enfrentan.
Por eso hoy, más que nunca, se necesitan empresas empáticas con visión estratégica están ideando nuevas fórmulas para poner el inmenso potencial productivo de la empresa privada al servicio de la lucha contra la pandemia y sus impactos.

Las maneras en las que las empresas tienen la posibilidad de arremangarse y ponerse en el lugar de los más vulnerables son, literalmente, casi infinitas.
Hay quienes optan por armar a pasos acelerados planes de Responsabilidad Social o voluntarios para donar ventiladores, cubrebocas y alcohol en gel o llevarle comida o elementos básicos a las poblaciones más afectadas; quienes lanzan créditos especiales para las PyMES; quienes generan productos innovadores que ayudan a diagnosticar la enfermedad a través de dispositivos especiales; quienes crearon de cero o implementaron de manera más intensiva planes para ayudar al medio ambiente.

Las industrias de moda se pusieron a generar barbijos desde sus tiendas con material reciclado; algunas de turismo, como ciertas plataformas de renta temporal de hogares compartidos, han abierto las puertas a médicos y enfermeras de forma gratuita.

Pero la RSE -o las empresas con calidad humana y propósito social- no sólo se miden desde la mirada de qué hacen por el exterior. El termómetro también se aplica a la decisión de cara a sus propias estructuras. En este sentido, hay compañías que han decidido aplicar planes de salud mental para sus miembros o hasta cursos remotos de meditación o yoga.

También están las otras, especialmente las pequeñas y medianas, que tuvieron que elegir entre despedir o recortar- o aceptar que no había otra salida que ejecutar ambas acciones- por falta de flujo de capital, y lo hicieron desde las mejores condiciones posibles para sus empleados. Con indemnizaciones completas y llevando de la mano a quienes se vieron afectados hasta el último minuto.

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Sí, el coronavirus impone un momento duro -durísimo- de realidad humana. Una instancia inesperada, repentina y aplanadora de replanteos, incertidumbre y desesperación generalizada. Pero no todo es negativo.
Esta crisis abre la oportunidad de crear una nueva forma de ejercer el liderazgo desde las empresas. Desde sus líderes. Invita a tomarla de la mano y darle la bienvenida, como carta de iniciación para una nueva forma de conectar empresas con personas.

Como posible examen final para aquellas compañías que verdaderamente entiendan que la empatía es la nueva forma de poder positivo de relacionarse con sus consumidores que son, antes que nada, personas que sufren por un contexto de crisis y que, gracias a sus ahora sí, esfuerzos estructurados, pueden tenderles un puente de compasión y ayuda real para que todos salgamos de este huracán un poco menos dañados y, en el mejor de los casos, humanamente fortalecidos.

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*La autora es periodista, consultora y líder de equipos en el sector de la comunicación para el sector público, privado y el tercer sector de México, Argentina y la región. Colaboró con la comunicación de las charlas TED en México y columnista en diversos medios sobre temas de emprendimientos social.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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