Hay un péndulo que describe extremos antagónicos del coworking: se escuchan maravillas y hay muchos detractores de la idea. Oímos que es una tendencia mundial y nos enteramos de compañías que se dedican a esto y la están pasando mal. Sin embargo, parece que los casos de éxito siguen floreciendo con un buen sustento: cambia un rincón de la oficina por un ápice de ideas. Si se necesita una forma para aprender, crecer y conectarse, el coworking es una buena directriz. Forjar comunidad es sumamente importante y genera un poder multiplicador de amplio impacto.

Según Francis Pisani, Recife, una ciudad brasileña al noreste de Brasil, se transformó: dejó de ser una vieja ciudad olvidada por el progreso para convertirse en el tercer polo tecnológico del país. Muchos proyectos de emprendimiento empezaron a detonarse, las incubadoras se activaron y un movimiento de generación de ideas se hecho a andar en espacios en los que la gente se reunía a trabajar al mismo tiempo. Se dedicaron a apoyarse, a soñar y crear. Algunos pensarían que estaban construyendo castillos en el aire —lo cual pudo haber sido cierto— pero se apuntalaron planes que más tarde, cuando se convirtieron en realidades, generaron empleos y fueron focos de avance para la región.

Si imaginamos a Steve Jobs en su garage en California, nos daremos cuenta de lo poco posible que eso fuese en México. Más tardaría el emprendedor en arreglar el espacio que en recibir una denuncia ciudadana y le clausuraran con horribles sellos la puerta física y de acceso al mundo empresarial. Más allá de ello, el aislamiento y la falta de colaboración son temas que no se deben padecer. El gran problema de los innovadores y de la gente que quiere emprender es que no reciben una crítica constructiva y se enconchan entre sus propios límites en vez de ensanchar sus fronteras. La virtud del trabajo colectivo es que estos espacios son propicios para la eclosión de proyectos. 

Estos espacios se dan en Berlín, en Kreuzberg, un barrio de moda en el que se combina el talento de artistas, emprendedores, empresarios. De repente, parece que estos lugares son una fusión de cafetería, biblioteca, rincón de trabajo y esquina de ideas. Por supuesto, al principio, muchos sienten rechazo, no obstante grandes empresas están optando por migrar a estos espacios. Sin embargo, no podemos negar que es una tendencia que se está abrazando no nada más por pequeños sino también por grandes corporaciones.

Cuando WeWork inició operaciones en 2009, su meta era atender a emprendedores y los freelancers. Hoy, esta compañía de espacios compartidos atiende grandes corporativos. Cualquiera pensaría que esto es un sinsentido ya que estas empresas —algunas trasnacionales— ya tienen sus propias instalaciones. Pero, el fenómeno se está dando. ¿Para qué harían algo así? No se trata sólo de cambiarse a edificios más modernos o mejor amueblados sino de que adopten la cultura de trabajo colaborativo. WeWork en México, por ejemplo, tiene una combinación muy acertada en la que hay grandes empresas conviviendo con otras que no lo son tanto.

Se trata de trabajar en forma diferente para ayudar a la gente a encontrar personas que hacen las cosas en forma distinta a como las haríamos nosotros y eso ilumina caminos de solución que de otra manera, jamás habríamos imaginado. Esta forma de colaborar está prendiendo como la pólvora: lo mismo en San Petersburgo que en Sofía, en Alemania que en Brasil, en México que en cualquier otra parte del mundo. Es decir, no es una cuestión regional sino global.

Las características de los espacios de coworking es que son abiertos y dinámicos, es una especie de concepción fractal de la creatividad. De cierta forma, la innovación tiene que estar asociada a la serendipia. Por supuesto, esto no es una cuestión de toparte con la suerte por casualidad sino, más bien colocarte en donde ya sabemos que puede ser un lugar afortunado. Estos encuentros fortuitos en el lugar de trabajo es donde se encuentra el terreno fértil para que las semillas germinen, para que estos buenos proyectos se enciendan y encuentren formas de fortalecerse y florecer.

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Si en estos espacios, una empresa encuentra a otra que le puede resolver un problema, le ayuda a bajar sus costos, le cubre una necesidad, las partes potencialmente interesadas se van a conectar. El espacio es el lugar en el que se produce el efecto de enlace. Entonces, se generan sinergias muy adecuadas entre grandes corporativos y proveedores; entre emprendedores y compañías que pueden encontrar interesante aquello que ofrecen. 

Todavía hay muchas personas que están habituadas a la vieja usanza. La gente pensaba que había que trabajar a puertas cerradas para generar mayor productividad. Es cierto, hay que luchar para convencer que el trabajo en comunidad puede traer resultados gloriosos y enlaces muy benéficos para todas las partes. Digamos que si los proyectos se encierran demasiado pronto, demasiado tiempo pierden frescura y oportunidad.

En la soledad, un fracaso parece el fin del camino. En cambio, cuando se está en un espacio de coworking, se entiende que lo que se necesita para triunfar es seguirlo intentando, sin seguir haciendo lo mismo, sino buscando formas nuevas, corrigiendo los errores. El coworking es un ecosistema en el que se está en contacto con muchas historias: tanto de éxito como de fracaso. Entendemos que los esfuerzos de hacer prender la mecha de la creación y desarrollo de empresas se malgasta al tratar de lograr lo imposible. Es curioso cómo, cuando nos aislamos, no logramos ver la viga que tenemos en el ojo y como otros pueden hacernos ver que lo que nos hace falta para darle la vuelta a un proyecto puede ser sumamente fácil. 

Los espacios de coworking dan herramientas efectivas para generar relaciones productivas, pero, cuidado. No es magia. Hay que prepararse: buscar información, preparar las palabras que vamos a usar al dirigirnos a alguien que nos interese, tejer una red de contactos adecuados, hacer la tarea para tener éxito. Sería fantasioso creer que por el sólo hecho de compartir espacio con gente triunfadora nosotros lo seremos. Pero, como cualquiera que sabe usar bien su caja de herramientas, si lo hace en forma adecuada, puede conseguir buenos resultados. Abrirse a nuevos espacios y permitir que ahí fluyan nuevos proyectos es una tendencia en la clase creativa que vale la pena explorar.

 

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