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Es conocido y reconocido que la educación pública requiere de la participación social. Ha costado mucho, en México, salir de la idea de que la escuela pública es “escuela de gobierno”. Para ser verdaderamente pública, todos tenemos que comprometernos con ella: apreciar su cultura, multiplicar sus fortalezas, transparentar sus recursos, apoyar a sus maestros. La escuela pública sólo es pública cuando a todos admite y entre todos la vigilamos y la sostenemos. La responsabilidad principal de los gobiernos no es, sin embargo, ni exclusiva ni excluyente. Como estableció la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la Tesis CLXX/2015 (10a.), “…la efectividad de este derecho [derecho a la educación] se logra mediante el cumplimiento de obligaciones que recaen en distintos sujetos, es decir, se requiere de la intervención tanto del Estado, como de los particulares, así como de asociaciones civiles, en la promoción, protección, respeto y garantía…”. La filantropía en educación tiene larga data en México. Es una combinación de libre voluntad de servicio y comprensión de esa obligación a la que se refiere la tesis citada. Además del establecimiento de escuelas para poblaciones vulnerables, práctica presente desde la época virreinal, con el tiempo se fue entendiendo que el sector productivo bien podía dar un paso adelante para reforzar las instituciones oficiales. Así, surgió todo tipo de campañas e iniciativas para la mejora de la infraestructura escolar y el mantenimiento o remozamiento de las instalaciones. Todavía un estadio más avanzado se alcanzó cuando se constituyeron organizaciones para ofrecer hardware y software para las aulas públicas: destaca la Unión Nacional de Empresarios por las Tecnologías de la Educación (UNETE), que ha equipado miles de aulas en el país. Es meritorio ofrecer acceso a la tecnología como medio para el aprendizaje, especialmente si, con ello, se cierran las brechas que todavía hoy condicionan lo que niñas y niños pueden usar dependiendo del poder de compra de sus padres. Si los dispositivos y programas son sólo aquellos que las familias pueden pagar, la brecha digital no es sino otro rostro de la inequidad educativa. Pero (y aquí viene el gran “pero”), no se trata de repartir aparatos y sembrar de litio tóxico (las pilas no renovables que traen dentro casi todos los smartphones y tabletas de cualquier precio) en todo el territorio nacional, y ya con eso avanzamos. Las posibilidades se ganan (o se frustran) en el uso deliberado para el aprendizaje (y mejor si es lúdico e intuitivo) y no en la mera manipulación física. Donar y regalar aparatos puede ser algo bienintencionado, pero también puede favorecer el estallido de una crisis ecológica y, a la vez, propiciar el aislamiento, la pasividad y la fuga en los aprendices. Tampoco es un avance pretender que una biblioteca digital masiva (miles de videos con lecciones cortas) resuelva el asunto. “Subir” contenidos a la nube está bien, pero sirve de poco, si no se garantiza la conectividad sin un costo que los “baje”. Así que, lanzo una propuesta: La mejor filantropía tecnológica sería que los concesionarios de internet hicieran un gran donativo de conectividad a escuelas y a alumnos, bien focalizada, multianual, auditada en su apertura y monitoreada en su consumo efectivo. Y, una segunda: Que, desde la filantropía, se asegure la suficiencia y actualización del hardware y el software que la Federación y los estados necesitan para el sistema informático que nos traiga la deseada transparencia de plazas, nombramientos, pagos, estado de infraestructura, transferencias para alimentación, tiempo completo, inglés y artes. Las nóminas salen de casualidad, porque el parque informático de educación pública está viejo, dañado, desfasado y a punto de colapsar, salvo reducidas excepciones. Dar las computadoras, el software y la conectividad para control escolar, evaluación de los alumnos y los centros, la administración y gestión, sería un donativo para hacer historia.   Contacto: Correo: [email protected] Twitter: @DavidResortera / @Mexicanos1o Página web: Mexicanos Primero Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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