Todos tenemos una vida profesional que tiene hitos, esos momentos clave en los que vislumbras una oportunidad que te puede impulsar adelante y que el crecimiento llega como lluvia abundante y fértil. De la misma manera, hay veces que esa lluvia se puede convertir en tormenta y lo que parece una magnífica oportunidad es una bola ensalivada que se torna en un riesgo innecesario que debimos parar a tiempo. Y, es que decir no a tiempo puede ser la mejor respuesta para nuestra carrera profesional. Claro, para muchos decir no es muy difícil.

No es una partícula lingüística cuyo comportamiento morfosintáctico es más complejo que el de todos los adverbios. Para la neurolingüística la negación es una instrucción fallida. La forma más convincente de comprender el uso de la palabra “no”, en cualquier contexto, es mediante un par de ejemplos; así podremos darnos cuenta de cuándo es más conveniente utilizarlo y cuándo no. Si alguien te pide: no pienses en un elefante azul, ¿qué ocurre? Lo más probable es que instantáneamente nos hayamos puesto a pensar en un elefante y también que lo visualicemos azul. Esto es así porque sencillamente la negación existe solamente en las experiencias secundarias, o sea, en representaciones simbólicas.

Es habitual que cuando escuchamos frases de negación como: no te subas por el elevador o no uses la máquina, para comprenderlas, tengamos que experimentar mentalmente qué se siente estar subiendo a un elevador, o, formar en la mente las imágenes de un día usando la máquina. Según John Grinder, padre de la neurolingüística, el cerebro entiende la palabra sí y las instrucciones positivas, a diferencia de las negativas cuyo efecto es una extraña vuelta en u en el sentido natural del pensamiento. Por eso, a muchas personas les cuesta decir que no y tienen en la mente una proclividad a decir que sí.

Sin embargo, en una negociación, frente a una propuesta, en ciertos momentos pivótales de nuestras vidas —personales o profesionales— decir a todo alegremente que sí puede ser la peor respuesta. El no requiere análisis, el sí es una respuesta más automática. ¿Cuántas veces nos hemos planteado lo que hubiera sucedido si hubiéramos parado el carro a tiempo? La inercia del sí puede resultar en un espejismo, en un engaño que trae más desventajas y riesgos.

Por supuesto, decir que no tiene sus propias complejidades. Dicho de otra forma, un no tiene un costo de oportunidad. Lo podemos visualizar de la siguiente manera: la vida profesional es como la de un caminante que va a avanzando por un sendero recto y sin obstáculos. Pero, de pronto, se topa con una bifurcación. Debe decidir entre ir a la izquierda o a la derecha. Cualquier elección anula la otra: la desaparece. Igual, que cuando nos plantean elecciones profesionales: o eliges el proyecto A o el B; no se pueden ambos. O decides vivir en la Ciudad de México o en Guadalajara, no es posible vivir en dos partes al mismo tiempo. O estudias medicina en Monterrey o arquitectura en Puebla.

Si se elige A, se anula B. Si se dice sí a la Ciudad de México, la posibilidad de irse a Guadalajara a fijar residencia desaparece. Si acepto este trabajo, no puedo aceptar el otro. ¿Cuáles son las valoraciones del no? Estas responden a particularidades que están directamente relacionadas con nuestros intereses más sólidos, con nuestros valores más profundos, con lo que cada uno en particular denominamos éxito. Así que, de la misma forma en la que no como partícula lingüística es compleja de comprender, las apreciaciones para decir que no son difíciles, personales y tienen directrices muy características. La principal va directamente relacionada con el análisis y la evaluación.

No es la mejor respuesta profesional cuando la opción que se presenta es peor que la que tenemos en la bolsa. Lo que pasa es que el mundo no es tan simple ni tan claro a primera vista. A veces, nos plantean una transferencia, nos ofrecen un puesto de mejor jerarquía, una oferta de empleo, una transacción más barata. Cuidado, decir que sí nos puede meter en un torbellino que lejos de dejarnos mejor, nos puede traer más perjuicios que beneficios.

Un no, ha de ser una respuesta razonada. Si vamos a anular un camino, el que ha de ser desechado es el peor. Por ejemplo, si nos ofrecen una transferencia de una ciudad a otra, habrá que valorar las conveniencias y las inconveniencias; si el puesto es de mejor jerarquía, pero en un departamento cuya actividad no se relaciona con nuestro plan de carrera, o nos hacen una oferta de empleo con más dinero, pero en una compañía que presenta riesgos o nos plantean una transacción de un producto más barato, pero de menor calidad, la respuesta evidente es no. No, gracias.

Estos son planteamientos complejos dado que nuestro primer impulso —lo que según Grinder, entiende nuestro cerebro— es decir que sí, es aceptar. Tenemos la impresión de que el no puede ser sinónimo de descortesía, de falta de agradecimiento, de incorrección. ¿Cómo voy a decir que no a determinado planteamiento? La respuesta es sencilla: con argumentos, con sinceridad.

Estas explicaciones se construyen con evidencias sólidas: no me conviene porque me resulta menos favorable económicamente: es más caro irme a vivir a otra ciudad que quedarme en la actual; funciono bien en un clima que me es agradable; no es congruente con el sentido que le quiero dar a mi carrera; no sé hablar el idioma; no me siento capacitado para ocupar la posición. Cada cual tenemos nuestras razones y nuestras apreciaciones y hemos de validarlas. Nuestros propios intereses deben vencer y tener prioridad frente a los de los demás.

Por supuesto, la palabra no da miedo, aunque a veces el sí automático nos debiera dar más. Un sí maquinal o involuntario también nos puede acercar al riesgo y puede ser el pivote de una mala decisión. Lo curioso es que no estamos programados para verlo desde esa perspectiva. Es necesario darse cuenta de cómo sacar buen provecho del uso del “no” en las comunicaciones con los demás. En la vida profesional, muchas personas aprovechan estos conocimientos para persuadir a otros sin que éstos sean conscientes de lo que está ocurriendo.

Para que una acción se cumpla o sea ejecutada con efectividad, necesitamos dar una orientación clara. Es preciso, entender y comunicar efectivamente cuáles son las razones que me llevan a detener un curso de acción y nos conduce a preferir otro. La primera persona que debe tener esa claridad somos nosotros mismos.

Una negativa puede ser el mejor impulso para nuestra carrera profesional. En tenis, cuando un jugador se da cuenta de que la bola que pegó el contrario viene tan fuerte y rápido que va a salir de la cancha, prefiere dejarla pasar para ganar el punto. Así, sucede cuando decir no es lo mejor para nuestra trayectoria profesional: dejamos pasar oportunidades que no nos resultan convenientes, propuestas que no son tan buenas y maravillosas como nos pueden resultar a primera vista. Para ello, debemos controlar nuestro impulso natural al sí, valorar y entender nuestros costos de oportunidad. Todos tenemos una vida profesional que tiene hitos, esos momentos clave en los que se vislumbra una oportunidad que nos puede impulsar adelante y que el crecimiento llega como lluvia abundante y fértil. Hay que detectarlas a tiempo, y saber diferenciarlas de las que se pueden convertir en una tormenta antes de decidir.

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