El fentanilo hizo saltar por los aires los esfuerzos por avanzar en políticas más liberales respecto al consumo de drogas. Son compresibles las alarmas, porque es un producto cincuenta veces más poderoso que la heroína y sumamente adictivo.  

Esto complica, por supuesto, el avance de dinámicas más centradas en la esfera de la salud pública que en los terrenos del combate directo al crimen organizado. 

Al parecer, la Guerra contra las Drogas que declaró Richard Nixon el 17 de junio de 1971, es una especie de rueda de molino cuya inercia no la hace detenerse jamás, más allá de opiniones de expertos, expresidentes e inclusive los que han estado en el terreno del juego, como son policías y militares. 

En 2021, que es el último dato registrado, en Estados Unidos murieron 108 mil personas por sobre dosis, un rango escalofriante y que coloca la situación en los niveles de epidemias como las del LSD o inclusive el opio.  

La historia indica que, cuando estas espirales de muerte se profundizan, el endurecimiento de las políticas en Washington suele hacerlo en igual intensidad.

Para la DEA el fentanilo es la peor de las amenazas, y ello quedó muy claro en la comparecencia de Anne Miligram ante un comité del Senado de los Estados Unidos, donde además señaló que el gobierno de México no está haciendo lo suficiente en el combate a ese opioide.

Las quejas de Miligram se sustentan, de alguna forma, con los cambios que se impusieron en la relación con la agencia antidrogas luego de la detención del general Salvador Cienfuegos y con las restricciones de operación que derivaron de ese conflicto. 

Pero los reclamos actuales de la DEA tienen que ver con la falta de información y de acción que signifique resultados contra las bandas delincuenciales. Desde el norte le Río Bravo, no se percibe enjundia alguna de sus contrapartes mexicanas. 

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Es un señalamiento que más vale aquilatar en toda su dimensión, aunque requiere de diversos matices. 

En efecto, una de las zonas de mayor producción de fentanilo es México. Los precursores químicos llegan de China y en laboratorios clandestinos en Michoacán, Jalisco y Sinaloa, primordialmente, se culmina con su fabricación.

Es un negocio en el que participan, y se disputan, las dos organizaciones con mayor presencia: el cártel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación. Una de las explicaciones de la violencia, relacionada con la rivalidad criminal, sobre todo en la región del Pacífico, tiene que ver con el pulso entre estos grupos. 

Más allá de las apariencias discursivas, sí hay en México un combate persistente contra la producción y tráfico de fentanilo, como lo demuestra el desmantelamiento, la semana pasada, de un laboratorio en Sinaloa, en el que se aseguraron 629 mil pastillas de fentanilo, 128 kilos de fentanilo granulado y 100 kilos de metanfetaminas.

Es un golpe fuerte y de precisión el que dio el Ejército, porque el lugar tenía 28 reactores de síntesis orgánica, lo que permitía una elevada producción.

En el fondo, será una batalla también por las percepciones, pero que no puede ser soslayada, porque ello conlleva a dificultades diplomáticas y políticas, que suelen complicar la acción de las fuerzas mismas de seguridad. 

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