Uno de los aspectos que más causan fascinación a propios y extraños es sin duda el alto nivel de popularidad del presidente de la República. Esto a pesar de haber tomado decisiones controversiales como la cancelación del NAIM, la cancelación de las estancias infantiles, o el aumento de la violencia, el desabasto de combustibles, el uso de adjudicaciones directas como mecanismo favorito para asignar compras de gobierno, la poca importancia que le da a las instituciones y contrapesos democráticos, o la marcada desaceleración de la economía. La polémica se suscita porque en una lógica tradicional era de esperarse que frente a estas decisiones de gobierno la popularidad del presidente se derrumbara como castillo de naipes, y lo que en realidad ha ocurrido es que de diciembre a la fecha su popularidad ha aumentado significativamente. La aparente contradicción nace porque la lógica de análisis tradicional asume que estamos en un mundo y en una democracia que no ha cambiado, ni en México ni en el mundo. Lo cierto es que la elección del 2018 fue una elección muy diferente, un parteaguas, definida por un voto en general antisistema en contra de lo ya establecido. Así, la popularidad del presidente tiene que ver más con su naturaleza antisistema y su ataque a los símbolos e instituciones que encarnan al sistema contra el cual se votó. Las empresas, medios, régimen de partidos, así como las instituciones tradicionales son el blanco de esta oleada antisistema y para el electorado en eso hay un valor intrínseco. Es menos un tema de “venezuelización” y más de antisistema. El tema generacional es crítico para entender la lógica antisistema. Hoy en día el mayor número de votantes son Millennials y Generación Z, que representan globalmente ese movimiento antisistema. Y también hubo un número importante de baby boomers y Generación Z que estaban hartos o para los que ya no había esperanza en el sistema actual. Valía la pena cambiar frente a “más de lo mismo”. Sin embargo, la mayoría de los medios tradicionales, comentocracia y “círculo rojo” son encabezados por boomers o Generación X. Así que, si bien sus sesudos análisis y comentarios son apropiados para una realidad prosistema, no lo son en las circunstancias actuales. Esto crea un corto circuito de comunicación: más críticas de las generaciones menos numerosas y más influyentes, y más apoyo de las generaciones más numerosas y menos influyentes. Aunque sabemos bien que en democracia y encuestas una cabeza es un voto. Lo que podemos esperar es que la popularidad del presidente sí se vea afectada por la desaceleración de la economía y otros factores asociados a la propia gestión del gobierno, pero sin que esto implique una estrepitosa caída en su popularidad como lo vaticinan algunos pues hay un valor intrínseco en ir contra el sistema. Tomando un ejemplo de los modelos disruptivos que han ido contra lo establecido, no es que se esté acabando el servicio de transporte público en automóviles públicos (Taxis), es que los taxis le están dejando la puerta a servicios como Uber. Una reflexión obligada por este movimiento antisistema es preguntarse si dentro de lo que conocemos como sistema había algo que en realidad no estaba agregando valor. Y hasta donde hay más un apego a la forma de hacer las cosas que a un resultado concreto.   Contacto: Correo: thecatalist@thecatalist.org Twitter: @MxPiensaMas Facebook: JFloresKelly Páginas web: México Piensa Mas / elcatalista Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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