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Provocar emociones profundas en el ser humano es una capacidad innata de la naturaleza. Desde producir una alegría desbordada hasta crear un estado de alerta constante, cada elemento en el hábitat posee connotaciones que, consciente o inconscientemente, le hemos atribuido los seres humanos.

Una búsqueda incansable por emular estas sensaciones desde la arquitectura transita por diversas bifurcaciones, que apuntan a la sostenibilidad, la biofilia e, incluso, la neuroarquitectura. En todas ellas, un elemento común se erige como ente hegemónico: preservar la naturaleza en su estado más puro.

Neuroarquitectura y naturaleza
Foto. ©Alexandre d’La Roche

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“El uso de materiales sustentables no es una tendencia, sino un deber ser, una condición que deben poseer todos los proyectos”

Sostiene, en entrevista con Forbes Life, Gerardo Broissin, fundador y director ejecutivo de Broissin Architects.

Por ello se tiende a incorporar, cada vez más, una mayor cantidad de materiales sostenibles y fabricados de modo local. Así se crea un estado de armonía con el entorno que incita a estar en contacto con diversos elementos, como agua, vegetación, luz natural, siluetas y formas botánicas.

Neuroarquitectura 2
Foto. ©Alexandre d’La Roche

“Algunos lo llaman ‘biofilia’. La realidad es que un edificio no necesita parecerse a una planta para replicar los mecanismos positivos que genera la naturaleza en las personas”, remarca Juan Carlos Baumgartner, fundador y director de SpAce Arquitectura.

Desde su perspectiva, la verdadera respuesta a dicha tendencia está en la neuroarquitectura, un concepto que ha cobrado fuerza en los últimos años y que busca entender cómo afecta el espacio en el cerebro de las personas y, en consecuencia, en su estado emocional y comportamiento.

Esta exploración condujo a la creación de The Academy of Neuroscience of Architecture (ANFA), con sede en la ciudad estadounidense de San Diego, California. “Cuando entiendes qué elementos de la naturaleza activan partes positivas en el cerebro, puedes replicarlos artificialmente. Estamos hablando de temas como sección áurea, diseño fractal e iluminación”, señala.

Lo interesante, agrega, es que “estamos en un punto de transición en el cual la arquitectura no sólo está preocupada por no dañar el medio ambiente: también nos estamos cuestionando muchísimo las cosas positivas que logra la naturaleza, pues ésta conlleva grandes beneficios para el ser humano”.

Naturaleza
Foto. ©Alexandre d’La Roche

Espacios que curan

Dos estructuras que parecen un espejo (separadas por un patio vacío y un curso de agua lineal que dirige la vista hacia el Oceano Pacífico) albergan el Instituto Salk de Estudios Biológicos, uno de los principales referentes de
espacios neuroarquitectónicos. A través de ellos, se han estudiado los efectos que provocan en las personas elementos como la luz, el ruido, la morfología y la altura de los techos.

Juan Carlos Baumgartner comenta que, en algunos años, se comprenderá
que la arquitectura es capaz de sanar: “El máximo lujo, entonces, serán estos espacios a los que llegas… y [de los que] sales sintiéndote mejor de como entraste”, afirma.

El primer proyecto desarrollado con neuroarquitectura en Latinoamérica está en Puebla. Es un edificio de la firma Faurencia, diseñado por
SpAce. Ahí se evitaron al máximo los ángulos rectos, porque en la naturaleza, explica Baumgartner, no existen los 90 grados.

Foto. © SpAce Arquitectura.

Como dice Gerardo Broissin, esto tiene que ver con el contexto físico del lugar y también con las alturas en la vegetación. “Si es un desierto, hay que considerar elementos muy importantes, como los valores térmicos, para tener concordancia con el lugar.”

Baumgartner considera que esa es la parte funcional de la geografía donde se desarrollan los proyectos arquitectónicos. Pero, cuando en la ecuación se incluye al ser humano, ya no tiene que ver con eso, sino con lo que el cerebro de cada persona interpreta a partir de lo que ve. Es ahí donde la arquitectura buscará enfrentar nuevos retos de diseño de cara al futuro.

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