Todo ocurrió días antes de la explosión mediática generada por la llegada de la pandemia de Covid-19 a México, a inicios de 2020 y en el extremo sureste del país, al pie de un manto acuático que revelaba la belleza portentosa del Caribe. La sed de aventura conducía a Tulum, destino turístico mexicano que al fin escapaba del mundo de los deseos para tornarse real. El Sol ofrecía un abrazo cálido a sus visitantes, acompañado de sonidos caribeños frente a la marcha de turistas y lugareños. De aquellas personas se desprendía una mezcla de idiomas y acentos que abonaba en la construcción de una atmósfera cosmopolita y, al mismo tiempo, poseedora de un fuerte arraigo local. Al verlos, esa fantasía de todo viajero, de mudarse al lugar de sus sueños tras pasar las vacaciones de su vida, se confirmaba por completo. En aquellas coordenadas, todo abonaba a la sensación de respirar una atmósfera de completo bienestar. La primera parada del itinerario marcaba un encuentro con el mar. Gitano Beach Club habría de regalar la primera impresión de un destino que suele encabezar la lista de sitios por descubrir “algún día”; día que, por fortuna, había llegado más temprano que tarde.
Tulum

PUERTA AL CARIBE. Gitano Beach Club tiene acceso privilegiado a una caleta que propicia la inmersión total en el Tulum más natural.

A minutos de pisar el destino, cualquiera puede sentirse ansioso y buscar en el horizonte una salida al mar, la más cercana posible. Y, con un poco de suerte y como ocurre algunas veces en los sitios menos esperados, la vida puede regalar un instante que incluso a meses de distancia es capaz de hacer regresar cada tanto. Rápidamente, recuerdo haber cruzado un pasillo de madera que llevaba a la playa para (¡al fin!) meter los pies en la arena y pisar el umbral de aquella puerta al paraíso. A los pies, un tapete de espuma dando la bienvenida; a lo lejos, la voz de una mujer cantando bossa nova. Lo que siguió fue caminar al encuentro con el mar de Tulum… y el flechazo fue instantáneo. Después de unos minutos y tras voltear en dirección a la orilla, descubrí a lo lejos un par de cabañas antecedidas por tumbonas, cojines, bancos y mamparas que competían por atención; todos lucían como el mejor lugar posible para iniciar la contemplación del mundo. Un par de horas después, en torno a una mesa enorme de madera, James Gardner, fundador de Grupo Gitano, brindaba, empuñando uno de los tragos más pedidos del club de playa: el “zero waste”, coctel sostenible creado por el bartender de casa (un ciudadano del mundo que, como James, también fue seducido por los encantos de Tulum). Provisto de una energía vital inusual, el anfitrión de la tarde mencionó uno a uno los atractivos de un destino a todas luces fascinante. El resumen de la charla apuntaba a una realidad contundente: Tulum es vida; y, en Tulum, Gitano es el alma de la fiesta. Después, un nuevo encuentro con el Mar Caribe pausó la tarde.
Tulum

SEDUCIDO POR TULUM… James Gardner es fundador de Grupo Gitano, empresa que destaca en la industria de la hospitalidad internacional, a través de conceptos que conjugan gastronomía y bienestar. Foto. Gitano

DE NOCHE

El rumor de la gente se hacía más intenso a medida que se acercaba la noche. Afuera de la habitación, todo delataba un ánimo festivo que operaba como imán y guiaba a una multitud en una misma dirección. Al menos así se percibía todo desde la terraza. Al cabo de unos minutos y ya a nivel de calle, las sospechas se confirmaron mientras seguía aquella ruta compartida con extraños hacia un mismo destino. Era viernes. Lo había escuchado un par de veces en la playa y era cierto: En Tulum, la noche del viernes pertenece a Gitano. Coronando un acceso rústico creado con troncos y ramas de palmas, un letrero de neón en color rosa convocaba a los sibaritas hambrientos de nuevas experiencias. Al cruzar aquel acceso, la vista de una barra gigante se adivinaba como primera parada, antes de mirar hacia ambos lados de la estancia. Estaba en la antesala de un laberinto a media luz, con reflejos dorados en las paredes a causa del tintinar de las velas; y, antes de instalarme en un espacio frente a la banda, decidí hurgar en aquellos pasillos especialistas en avivar la curiosidad. Al cabo de unos minutos de avanzar entre mesas y risas, descubrí unas escaleras acordonadas que prometían conducir a un destino misterioso.
Tulum

La antesala de un laberinto a media luz, con reflejos dorados en las paredes. Foto. Gitano.

Subí con prisa hasta llegar a un nuevo escaparate frente al universo en pleno. Era una terraza bordeada por los ruidos de la selva, donde un grupo silente disfrutaba un auténtico concierto de estrellas. Pude haber pasado la noche absorto en la contemplación del infinito si el aroma proveniente del laberinto conocido no hubiera salido al paso. Ya en la mesa, los colores y texturas de la propuesta gastronómica del chef Alexandros Gkoutsi robaron cámara. El cocinero condujo, con generosidad y paciencia, una travesía de sabores que inició con unas tostadas de sashimi, rábano y aguacate (frescas y crujientes); dio paso a unas quesadillas de queso Oaxaca y epazote, y aterrizó en un pork belly rostizado a fuego lento. El cuadro sensorial se completaba con tortillas hechas a mano y salsas mexicanas.
Tulum

Los colores y texturas de la propuesta gastronómica del chef Alexandros Gkoutsi roban la atención. Foto. Gitano.

EN LOS LABIOS

Al día siguiente, aún con el sabor de la noche en los labios, el reencuentro con el mar era imprescindible. De vuelta a Gitano Beach Club, tras disfrutar la contemplación del mundo, reté al vaivén de las olas nadando más lejos, hasta encontrar un nuevo estado de calma; extrañamente, la paz aumentaba con la distancia. Con el agua al cuello, la conexión con el Tulum más puro me condujo a una epifanía que me acompaña desde entonces: la verdadera belleza es natural; tiene que serlo. Horas más tarde, una nueva cita nocturna me condujo al restaurante insignia de Grupo Gitano: Meze. Aquí, los sabores que atiza el fuego de la cocina del chef Gkoutsi compartieron espacio con entradas que proponen un acercamiento original a los ingredientes mexicanos. Entre Baba Ganoush, aceitunas, taramas y hummus, la esencia del Tulum sibarita emergió al calor de las brasas y, de nueva cuenta, con una voz femenina privilegiada como fondo. La sucesión de platillos compartió espacio con una muestra de coctelería que exaltó los sabores mexicanos. Todo, en el marco de una sensación de bienestar que, hoy lo entiendo, también se vive de noche.
Tulum

Foto. Gitano

Con el paso de los días, estas memorias parecen formar parte de un sueño lúcido. Sin embargo, todo ocurrió antes de la pandemia en México, al cobijo de un manto acuático del cual es inevitable emerger renovado y en fiel sintonía con la mejor versión de uno mismo.

EN CALMA

A la mañana siguiente, la marcha de una camioneta apuntaba el rumbo hacia el aeropuerto de Cancún, mientras bordeaba un mar conocido, cerca de esa mezcla inconfundible de idiomas y acentos locales, cosmopolitas, que emanan de la marcha cotidiana del destino. Tulum en la distancia, mientras tanto, se percibe listo para propiciar nuevos reencuentros. Artículo originalmente publicado en la edición impresa de Forbes México (Julio 2020). También te puede interesar: Náay Tulum, la reinvención de hoteles boutique de lujo en el Caribe mexicano Síguenos en: Twitter Facebook Instagram Suscríbete a nuestro newsletter semanal aquí

 

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