Adriana Castaño no tuvo que salir de Colombia para ser uno más de los viajeros varados por la pandemia. Divertida muestra su ropa ya con agujeros: para agosto contaba con 5 meses atrapada en su casa en la montaña, en la zona de la Vereda de Suralá, Colombia, que visitaba solo los fines de semanas. La pandemia la dejó ahí, junto con su esposo, sin poder bajar a su casa de la ciudad, en Bogotá. 

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“El gobierno hizo un simulacro de cuarentena por cinco días, aprovechando un puente feriado. Lo que pocos imaginamos es que se prolongaría indefinidamente: primero agregaron 15 días adicionales a la cuarentena, luego otros 10, luego 20 más y más y más… así nos quedamos atorados en la montaña indefinidamente, pues se cerraron caminos y carreteras en todo el país”. 

Adriana recuerda haber llevado poca ropa de verano y muy pocas cosas. Con los meses, el invierno ya había llegado y no tenían forma de bajar por algo más abrigador. Y aunque ella (empresaria) y su esposo (científico) podían trabajar de forma remota, el acceso a internet les resultaba complicado: costoso y de mala calidad, así que no les quedó de otra más que adaptarse. 

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Empezaron a trabajar en las madrugadas cuando la señal de internet les llega mejor, reciclan su ropa y ella ha tenido que sembrar y a organizar su vida diferente. Una vecina les presta de vez en cuando su lavadora pues de lo contrario, tiene que lavar a mano y tender sus prendas a medio campo. También ha cambiado su dieta: comen y cocinan lo que encuentran.

“Hemos aprendido a vivir con lo que hay. Para octubre, decidimos que queríamos quedarnos aquí, en donde todo es más económico y se puede estar más tranquilo”.

Para el mes de julio pudieron gestionar los permisos necesarios para bajar a la ciudad. Viajaban con infinidad de papeles: un permiso para bajar de la montaña, otro para entrar a la ciudad, otro más para salir de la ciudad y uno último, para entrar a la montaña, así como un permiso para circular en su auto. Y han tenido que gestionar un permiso especial para mudar sus muebles y cosas a la montaña, en plena pandemia, pues en Bogotá, las personas sólo pueden estar en la calle, cerca de sus domicilios y en días permitidos. 

“Hace unos meses mi vida estaba muy cómoda en la ciudad. Hoy hasta cosecho lo que como, aprendí a vivir con lo mínimo y me siento muy en paz haciendo actividades muy diferentes a las que hacía antes, pues mi acceso a internet es limitado”

 

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