Por Alfredo Kramarz*

Un acto solemne que facilitó la cita del testimonio con la diplomacia. El diseño de las agendas bilaterales resultó tan meticuloso como las prácticas de rememoración y su concurrencia describe un signo de nuestro tiempo: la estructura universal del duelo aporta una “estetización” compatible con el realismo político. 

Auschwitz -75 años después- continúa alterando las coordenadas espaciotemporales bajo la promesa de un aprendizaje moral y su mención encierra una doble paradoja: por un lado, es un espacio físico cercano a Cracovia (Oświęcim) donde se cometió un crimen de proporciones inimaginables y al mismo tiempo, evoca la topografía dispersa del trauma; por otro, es un pasado trágico indispensable para perfilar la identidad contemporánea israelí, fuente moral del autoentendimiento ciudadano en Alemania y una experiencia de negatividad que abastece de contenidos al cosmopolitismo institucionalizado. Un lugar/no-lugar que implica una meditación profunda sobre cuestiones como el significado del progreso, la banalidad del mal o la relación entre barbarie y civilización occidental. 

El campo de exterminio nos sitúa ante el desafío de lo transferible y frente a los motivos que obligan a dar cabida en el ámbito institucional a una memoria fragmentada que se resiste a quedar cautiva en un archivo. Es fuente de desencuentros estéticos y en su digestión visual caben propuestas que van desde Hollywood a la filmografía de Claude Lanzmann. Comporta una visión panorámica sobre todos los tipos de injusticia y ayuda a reflexionar sobre las vías abiertas para la transmisión generacional de la memoria. Además, problematiza los usos públicos de la historia y en su condición de genocidio paradigmático -retomando la terminología de Cecilie F. Stokholm- establece puentes de comprensión hacia otras violencias o las silencia. 

Es una pieza central de la modernidad que confronta las dimensiones globales del recuerdo con narrativas propias de los Estado-nación y representa la transgresión simbólica de la tradición cultural que hizo viable su existencia. Contribuye a pensar de otro modo la mitología fundacional de Israel y la relación de Israel con el resto del mundo. Permite a los críticos postsionistas la denuncia de los andamiajes ideológicos del Estado y otorga a las autoridades un aura de excepcionalidad por la posibilidad anunciada de la catástrofe. Liga conocimiento/poder y es una referencia de legitimación o deslegitimación a la hora de juzgar ciertas decisiones gubernamentales.

A este respecto, el filósofo Vladimir Jankélévitch señaló -a mediados de los años 60- una tensión que afectaba al devenir de Israel: la convivencia entre el Israel visible y el invisible. Defendía que Israel nunca sería un Estado como los otros, pero le intranquilizaba la conmemoración obsesiva de la tragedia: “sería abocar a Israel, como el amor brujo, a los murciélagos de la memoria”. Según su parecer, a los sionistas de la época les correspondía salir de las habitaciones de la pesadilla, rebelarse contra el pánico por la inminencia del futuro y aceptar las tareas seculares que imponía la gestión de lo real. Jankélévitch sostenía en su ensayo que el proceso de asemejarse-desemejarse a otros Estados asignaba un buen número de tareas que debían afrontarse; sin embargo, no aventuraba la conciliación entre pensar Auschwitz y guardar estrecha fidelidad al porvenir. 

Esa vertiente paralizante del recuerdo se hace material en Yom HaShoah (Día de la Shoah) cuando las autopistas de Tel Aviv detienen su tráfico al compás de las sirenas. Interrupción del ritmo del mundo que sobrecoge y angustia. Tiempo de expectativa.

Cuando los murciélagos de la memoria sobrevuelan nuestros ecosistemas anuncian las cuentas pendientes con la justicia y advierten que no hay salida satisfactoria frente a las paradojas enunciadas. Son mamíferos nocturnos bajo sospecha, polinizadores de semillas racionales, que alertan sobre los peligros de entender el pasado descuidando el presente. Seres imprescindibles para la vida en las sociedades libres.

 

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LinkedIn: Alfredo Kramarz

  *El autor es Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid y Experto en Política y Relaciones Internacionales.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

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