Hay un mundo en el que nos han hecho creer que las diferencias generacionales han llevado a un grupo de personas nacidas en ciertos bloques tienen valores diferentes que los de otras. Nos hemos llegado a tragar la píldora en la que nos dicen que los boomers son reflexivos y lentos, los de la generación X son el conjunto que padece de adicciones al trabajo, los millennials son irreflexivos y veloces y los de la generación Z son hijos de la inmediatez. Se ha escrito tanta tinta sobre si los de la generación X no saben irse de vacaciones y desconectarse, que los boomers no son espontáneos sino estructurados y no saben improvisar, y los millennials ni ven el largo plazo y sólo les interesa el goce y el disfrute, mientras los Z son de mecha corta. Pero, Robert Louis Stevenson tiene un ensayo que nos hecha todas estas ideas por la borda. En defensa de los ociosos se escribió en 1877 cuando quien inventó estas divisiones no había nacido.

Stevenson hace una defensa del ocio en un mundo en el que estamos obligados a emprender una vida profesional lucrativa sin importar el nivel de sacrificio que tengamos que hacer para conseguirlo. Me llama la atención que este texto siga con esta vigencia universal y me temo que las divisiones generacionales sirven para distinguir grupos de personas que tienen diversas maneras de pensar, no por los años en los que nacieron sino por los valores que abrazan. Si leemos lo que sostiene Stevenson podemos deducir que hay personas que están dispuestas a sacrificar todo por conseguir reconocimiento en un mundo altamente competitivo y otros que no.

Es cierto, hay quienes se sienten obligados a estar todo el tiempo conectados a su trabajo “so pena de ser condenado en ausencia por delito de lesa respetabilidad” (Stevenson, p.7) Son personas que no se contentan con trabajar lo necesario y prefieren mantenerse al margen del disfrute, el descanso y no les importa pagar sus cuotas de aislamiento, salud y renuncia a la vida social. Son personas que se sienten disgusto al estar fuera de su ámbito profesional y quieren estar presentes siempre y en toda ocasión. Desprecian a las personas que tienen otras actividades y las ven con un dejo de superioridad considerándolas bichos inferiores.

Concuerdo con Stevenson cuando afirma que no debiera ser así. La ociosidad no consiste en ser flojo, en no hacer nada, sino en hacer muchas cosas que no están reconocidas en las dogmáticas prescripciones de la clase dominante. Esto que sería algo que hemos se dice de los millennials y lo vemos como un gran descubrimiento, fue dicho en 1877 por este autor escocés. Entonces, concluye que los físicos condenan a los que no se dedican a desentrañar los misterios de las leyes de la materia, los financieros no toleran, más que superficialmente a los que no entienden de alzas y bajas de valores y los literatos desprecian a los iletrados y, todos desprecian a los que no desempeñan ninguna. 

Si ese tipo de forma de pensar ha prevalecido —a pesar de ser criticado desde el siglo XIX— no es de extrañar que exista una especie de pena por permanecer sentado disfrutando del clima, contemplando el bullicio y la fascinación de la realidad. Por eso, si pusiéramos un poco de atención, atestiguaríamos como nos hemos convertido en una Humanidad con la cabeza gacha. Vivimos con la postura jorobada, con la mirada clavada en una pantalla y no elevamos la mirada para ver nuestro alrededor. Si queremos saber si va a llover, en vez de mirar al cielo, se lo preguntamos a nuestros aparatos electrónicos, texteamos en vez de hablar y nos introducimos a la compulsión esclavizante de una aplicación, en vez de correr en la playa con los pies descalzos. Si una persona está tan distraída todo el tiempo, si nada más sabe pensar en estudiar y trabajar, está teniendo un pálido sustituto de la vida. En vez de vivir en primera persona, lo hace en forma catatónica.

Si pudiéramos echar la vista atrás y recordaremos, estoy seguro de que evocaríamos muy pocas horas plenas, intensas e instructivas. Más bien, nos vendrán a la mente ratos tediosos en los que andábamos papando moscas sin estar realmente concentrados en lo que teníamos que hacer. Pero, arrugamos la boca cuando sabemos que alguien prefirió irse de vacaciones con su familia que quedarse a hacer guardia, cuando no contestan los mensajes en ese preciso instante o cuando se va a su casa al terminar la jornada laboral, en vez de quedarse hasta que se vaya el jefe. Muchos de esos han envejecido con esa actitud de búho vigilante y se vuelven secos, torpes e irritables en vez de brillantes y mejores personas.

En cambio, la pueril satisfacción de quien aprecia el descanso y en esos momento se abandona al ocio mostrará una serena tolerancia a todo tipo de personas y opiniones. Mientras estamos de vacaciones podemos descubrir verdades extraordinarias que teníamos en la punta de la nariz y que no pudimos contemplar porque el cansancio y la rutina nos tenían agarrados al asiento y con los ojos vendados. Al descansar, entenderemos la falsedad de la fatiga innecesaria. 

No, no hay novedad en esto de la división de las generaciones. Dice Stevenson: “Las sombras generacionales, los estridentes y estruendosas guerras se pierden en un vacío definitivo… Una diligencia excesiva en el trabajo, en la escuela, en el oficio es síntoma de una vitalidad deficiente.” Debemos ser personas integrales, conscientes de que vivir es algo más que estudiar y trabajar. Lo peor es que muchas de esas horas las pasamos metidos en una especie de coma aburrida o, de angustia existencial si no estamos generando utilidades. La constante devoción para mantenernos ocupados nos lleva a una terrible indiferencia a muchas otras cosas.

Concuerdo con Stevenson cuando dice que muchos de los actores en el Teatro de la Vida representan un papel glorioso resultado de sus fases de ocio. Cuando una persona irradia buena voluntad es como si se encendiera una luz, es como si hubieran descifrado el gran Teorema de la Vida. Así, una vida merece ser vivida. Por lo tanto, si una persona no puede estar sin trabajar, sin estar conectada a un aparato, absorta en sabe Dios qué, se debe cuestionar si eso la hace feliz. Si no es así, ¿para qué tanto desvelo? Si se nos califica y clasifica como la generación del cansancio, la indiferencia y la desigualdad, tal vez sea tiempo de dedicarle tiempo a nuestro disfrute y a darnos un respiro. Las filas de la vida están llenas de gente gris que consume sus horas sin sonreír. 

Más vale un momento de ocio que soportar una vida amarga, es más útil un bribón que nos haga reír que un amargado que nos haga soportar su humor irritable. Momento, no digo que nos dediquemos con fruición al ocio y mandemos todo lo demás a volar, digo que cuando vayamos a descansar, lo hagamos de verdad. La facultad del ocio, según Stevenson, es estupenda y me temo que tiene razón.

 

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