Se nos ha dicho que la violencia ha existido siempre; desde la primera generación de los descendientes de Adán y Eva o la lucha territorial entre los grupos de homínidos primitivos de 2001 Odisea del espacio, cuando los seres humanos se ven obligados a coexistir pueden surgir asperezas, desordenes psicológicos, conflictos, arrebatos, conductas antisociales o delitos en los que se manifieste y explote de forma aberrante.    

Agresión, maltrato, crueldad, ensañamiento, profanación, acoso, suicidio, humillaciones, homicidios, atropellos, injusticias y maldad están en la lista de los contenidos más virales; materiales filmados además por espectadores que no intervinieron, sino que además prefirieron grabarlos antes de hacer algo, pedir ayuda o bien eran cómplices de tales eventos.  

La reacción normal de miedo o al menos precaución, solidaridad, empatía, rescate, ayuda ahora ya no surte efecto. Lo más importante es tener el video de primera mano, el testimonio más cercano y transmitirlo en tiempo real a todos los seguidores, ganándole la nota a los medios tradicionales e incluso siendo capaz de venderlo al mejor postor.  

La nota roja de las redes sociales es mucho más efectiva cuando es acompañada de casos de aislamiento, agotamiento, pérdida, luto, dolor e incertidumbre a escala masiva; los efectos psicológicos, sociales y conductuales de tal bombardeo arrojan graves y profundos estados de ansiedad, depresión, stress, agresividad, soledad y adicciones tanto en espectadores, curiosos, testigos y multiplicadores que potencian la ola expansiva de estos eventos. 

Saturación, desinformación, contradicciones, una sucesión interminable de infortunios, un hambre insaciable y una sed morbosa de cosas peores, más retorcidas. Audiencias dispuestas a adaptarse y la desesperanza de una “nueva normalidad” o recuperación que nunca se consolidan generan diversos tipos de respuesta que -llevados al extremo- resultan nocivos para todos. 

El circo romano era efectivo por su capacidad de mostrar poder y hacia de la violencia un instrumento de condicionamiento, alineación, sometimiento y propaganda política, hoy el anfiteatro inunda las redes sociales, se explota y comercializa con profundas y severas consecuencias.  

Los chats se llenan de posicionamientos admirando la violencia en el mundo real tal como si fuera una escena de película, video juego o teleserie, parece no haber distinción entre uno u otro. Ahora pueden contar con personajes de carne y hueso, en un mercado, una calle, una escuela o un domicilio que algunos reconocen con gente con la que se cruzaron alguna vez y la reacción es casi la misma que la que ocurre al presenciar un espectáculo deportivo.

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Estados emocionales contradictorios. Por un lado,preocupación, aislamiento, desconfianza, miedo e incertidumbre exagerados y obsesivos; las personas experimentan ataques de pánico, no se atreven a casi a salir y se imponen rutinas, gastos y restricciones bajo un estado de angustia, irritación y alerta permanente.

El estado de zozobra personal los lleva al aislamiento permanente, compras compulsivas de equipos de seguridad y alarmas; un ciclo de conductas agresivas, rechazo y señalamiento hacia los desconocidos o contra cualquiera que sea percibido como una amenaza potencial. 

En contraste, hay quien opta por la indolencia y la creación de un halo de invulnerabilidad, donde todo -hasta la propia vida- le vale, no le importa. El riesgo irracional y sin sentido es gratificante, es una proeza, tentación, signo de valor y -sobre todo- atractivo para multiplicar tus seguidores. 

Nada les puede pasar, todo es permitido, la adrenalina fluye y miles de mensajes llegan cuando existe una audiencia atenta a lo que estas haciendo. Buscan la oportunidad de ser los primeros en difundir la pelea, un asalto, una persecución o un tiroteo en medio del tráfico; los accidentes en carretera también generan buen rating y son la base de sitios, influencers y contenidos con gran difusión. 

Todavía más serio, resultan las advertencias de terroristas, mensajes suicidas, amenazas, gente al borde de un colapso o planeando un atentado que puede difundirlo y pasar inadvertido para las autoridades hasta que es demasiado tarde; porque los leales fans lo mantuvieron en secreto hasta después de que se confirmó, esperando que ocurriera y deseando tener la primicia o estar en primera fila cuando llegue el momento. 

Cuando te toca, aunque te quites; cuando no te toca, aunque te pongas.  Que el destino está escrito y no se puede remediar, que hay un plan superior y que las victimas serán consoladas en la otra vida se utiliza como forma de condicionamiento extendido a veces ya ni eso; es que las cosas son así y “ni modo”. 

Se ha llegado al peligroso extremo de fomentar la polarización y exasperación social, política y psicológica lo que deriva en muchas conductas violentas apoyadas por grupos que desafían a las autoridades y bloquean las acciones preventivas, además de oponerse y que además alientan la “protección social” hacia las bandas criminales. 

Para las víctimas, no queda más que el aislamiento, la inseguridad y las expectativas canceladas, una sensación de soledad, abandono, tristeza, vacío; las autoridades confían en que esto se vuelva irrelevante, cotidiano, extensivo; por lo tanto, “generalizado, normalizado, tradicional, subyacente a la naturaleza y personalidad de un pueblo” (sarcasmo e ironía por supuesto) para que su ineptitud, complicidad y corrupción pasen desapercibidas.

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