DW.- “¿Pueden realmente los fascistas asumir como suya esta obra?”, se preguntaba en 1938 el compositor austríaco Hans Eisler, autor también de numerosos escritos políticos. El cuarto movimiento, y más concretamente la parte coral de la Novena Sinfonía de Beethoven, ha encarnado musicalmente muy distintas utopías. El propio Eisler había declarado la obra de Beethoven en 1927 como “propiedad espiritual de la clase trabajadora, no de la burguesía”. Durante el Tercer Reich, Beethoven era considerado como símbolo de la  “autoafirmación alemana”  e “hito del pueblo germano”. “Quien haya comprendido la naturaleza de nuestro movimiento, sabe que Beethoven lo encarna en su más elevada esencia”, escribió el ideólogo nazi Alfred Rosenberg.  Por su parte, la revista Zeitschrift für Musik aseguraba en 1938 que la Novena Sinfonía de Beethoven representaba como ninguna otra “la gran música del pasado alemán”. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, la Novena fue la pieza sinfónica más interpretada en Alemania.

Música de titanes

Uno de los puntos culminantes de exaltación propagandística de la obra durante el régimen nazi tuvo lugar el 19 de abril de 1942 en un concierto en honor de Adolf Hitler, con motivo de su 53 cumpleaños. En programa, la Novena de Beethoven interpretada por los Berliner Philharmoniker y el Coro Bruno Kittel bajo la dirección de Wilhelm Furtwängler. Hitler no acudió al evento, pero sí fueron numerosos altos mandos del régimen, ataviados de uniforme. Dos grandes esvásticas flanqueaban el escenario y Joseph Goebbels, ministro nazi de Propaganda, ofreció un breve discurso.
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Sus palabras describieron las notas escritas por Beethoven como “la más heroica música de titanes surgida jamás de un fáustico corazón alemán”. El discurso de Goebbels fue aún más allá al referirse a la parte coral del último movimiento de la Novena: ese fragmento tendría la capacidad de transmitir hasta al último alemán “el alcance y la gloria de este tiempo”, así como hacer a todos conscientes de aquel momento único y hacerlos felices “por ser testigos y partícipes de la época más grande de la historia”.

Himno y manzana de la discordia entre la RDA y la RFA

Tras la Segunda Guerra Mundial, la música de Beethoven no necesitó de redención alguna. En 1952, los versos que el poeta alemán Friedrich Schiller escribió en un rapto de exaltación de la amistad y que fueron musicalizados en la Novena Sinfonía por Beethoven sirvieron como himno alemán en los Juegos Olímpicos de Invierno de Oslo en 1952. El cuarto movimiento de la Novena se convirtió en el mínimo común denominador entre las dos Alemanias y ambas reclamaron para sí su soberanía sobre esta música. En la RDA negaban el derecho al “imperialista” lado occidental a heredar el legado de Beethoven. “Bonn no necesita música clásica, no necesita a Beethoven. Y si allí interpretan su obra, lo hacen para esconder su verdadera forma de pensar. Los bárbaros culturales estadounidenses y sus lacayos manchan el nombre de Beethoven (…)”, escribió la presidencia del Consejo Nacional de la RDA en 1952, con motivo del 125 aniversario de la muerte del compositor. TAMBIÉN LEE: Cruceros de lujo solo para amantes de la música clásica

Unión Soviética y China

En 1936, la Unión Soviética festejó la aprobación de su Constitución con la interpretación del último movimiento de la Novena. Tras las notas del compositor de Bonn, unas palabras de Stalin ponderaron la Novena como “la música adecuada para las masas” y una obra que “nunca puede ser suficientemente interpretada”. Tanto durante la dictadura soviética como en la China comunista, la música debía corresponderse con determinados ideales políticos y estéticos. El libro Beethoven in China, escrito por Jindong Cai y Sheila Melvin, describe cómo en aquel país comenzó a reinterpretarse la figura de Beethoven para encajarla en la figura del “revolucionario original”, el hombre que liberó la música y ayudó a liberar también al pueblo. En 1959,la República Popular china celebró su décimo aniversario. Para la ocasión, la Orquesta Filarmónica de China interpretó la Novena de Beethoven, con los versos de Schiller traducidos al mandarín. Con la revolución cultural, la suerte de la Novena cambió, pasando a ser considerada como símbolo de la decadencia burguesa.

 

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