Por Alfredo Kramarz* Dar nombre a un lugar es la expresión de una relación de fuerza trasladada a las lindes del lenguaje que evidencia la voluntad de dominio sobre una zona conquistada o en disputa. Bajo esas circunstancias el capitolio de los estados tiene que regular el miedo emanado por cualquier ejercicio real de soberanía e introducir discursos iusfilosóficos de fundamentación decisoria. Un ejemplo actual, que incide en los vínculos entre poder y nombrar, lo encontramos en la respuesta diplomática a la incursión en el espacio aéreo coreano-japonés de aviones militares rusos. Las islas de Takeshima (Japón) o Dokdo (Corea del Sur) son un enclave geográfico ubicado en el Mar del Este (según los coreanos) o en el Mar de Japón (atendiendo a la terminología nipona). Las protestas coreanas contra Rusia y japonesas contra Corea del Sur y Rusia revelan la dimensión de un conflicto sin visos de solución. Cada país reivindica que la soberanía violada fue la suya y espera de terceros apoyos/simpatías en la denuncia (la visita de John R. Bolton a Seúl -a finales del mes de julio- escondía ese mensaje y revelaba la capacidad de Estados Unidos de dar coherencia a la acción exterior de sus aliados). El trasfondo de la polémica es similar al que afecta a las relaciones sino-japonesas (me refiero a las divergencias respecto a quien posee la soberanía sobre las islas Senkaku o Diaoyu) y al choque con Rusia respecto a las islas Kuriles o Territorios del Norte. Todos ellos son archipiélagos que reflejan los intereses contradictorios de los principales actores regionales de Asia. Un rompecabezas lingüístico-emocional que expresa un nudo de rivalidades condimentado con el rechazo moral que genera el recuerdo del imperialismo japonés. Cabe señalar que -recientemente- tribunales coreanos han dictado nuevas sentencias condenatorias contra las compañías japonesas que durante la etapa colonial (1910-1945) favorecieron formas de trabajo forzado. Ajuste de cuentas con la historia amplificado por dos altavoces inesperados: 1º. Amenazas mutuas de mayor restricción comercial (concretadas con la retirada de la condición de socios preferentes); 2º. La posible renuncia a la cooperación bilateral en temas de seguridad. Estrategias de intimidación entrecruzadas a las que se unen las multitudinarias vigilias celebradas en Seúl bajo el lema: “No Abe!” (referencia directa al primer ministro Shinzō Abe). La pugna por los topónimos desemboca en autoestimas desenfrenadas y aunque en el caso coreano-japonés es la espuma de un mar de fondo, acentúa otras heridas que operan como dardos semánticos para el inconsciente colectivo. Tesis que invita a pensar si en la lengua imperial no habitará el eco del racismo de los estados. Un análisis de la lógica del poder que guarda parentesco con los aportes de Michel Foucault respecto al llamado padecimiento lingüístico: el filósofo francés señalaba que hay palabras que incorporan la “marca de una nación” o el “estigma de una presencia foránea” (encontramos la cita en su libro Defender la sociedad. Curso en el Collège de France 1975-1976). Imponer nombres en los mapas es un instrumento valioso de legitimación y, como hemos visto, no es una práctica exclusiva de regímenes totalitarios. Podemos citar otros ejemplos que evocan sentidos de pertenencia excluyentes: la denominación palestina de Cisjordania en contraste con la posición israelí que habla de Judea y Samaria, o las negociaciones de los gobiernos de Atenas y Skopie para consensuar el significado de Macedonia. La resolución de conflictos exige no minusvalorar la traducción política de las geografías patrióticas. El nervio narrativo de las identidades es frágil e irritable y al ser dañado desata dolores para los que la racionalidad crítica no tiene remedio. En el bautismo del mundo a veces queda espacio para la comedia de las equivocaciones (como decía Stefan Zweig en su biografía de Américo Vespucio), pero sobre todo es la arena propicia para el duelo trágico de las naciones. *Doctor en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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