Llegó la hora. Después de tres intentos, Andrés Manuel López Obrador se convertirá este sábado en presidente de la República. Sus principales retos parecerían obvios: desigualdad y pobreza, corrupción, desarrollo social y seguridad; sus señalamientos y críticas constantes y el enojo en torno a estos asuntos, lo llevaron al máximo cargo al que puede aspirar un político: dirigir los esfuerzos y encauzar las aspiraciones de su país. Estos desafíos los enfrentará, además, en un contexto global que transita hacia la ultra derechización y el conservadurismo, implicando la centralidad de mercados especulativos, políticas fiscales que benefician a los más ricos en perjuicio de las políticas de justicia social y de cooperación internacional, así como un nacionalismo recalcitrante que puede afectar con particular énfasis a economías como la mexicana, cuya balanza comercial ya de por sí es frecuentemente deficitaria, en un contexto en el que la movilidad de inversiones es instantánea. A decir de expertos, una desaceleración económica mundial antes de 2021 es muy factible. En este sentido, los verdaderos retos de López Obrador van mucho más allá del diseño de políticas públicas eficaces: su principal reto desde el primer día es la gobernanza democrática del país, entendida como el ejercicio de autoridad política, económica y administrativa para manejar los asuntos de la nación…  mecanismos, procesos, relaciones e instituciones por medio de los cuales los ciudadanos y los grupos articulan sus intereses, ejercen sus derechos y obligaciones y median sus diferencias. La capacidad que tenga el presidente de la República para transformar sin poner en jaque su propio proyecto a manos de poderes fácticos, que llevan días mandando mensajes en la bolsa de valores, pondrá a prueba su destreza política y la de su equipo. Lo mismo hará su habilidad para conciliar los múltiples intereses sociales y cupulares que coexisten en el país, para cumplir su compromiso de renovar la vida pública y las instituciones, sin volverse indiferente a las expectativas sociales, pero dándoles el sentido correcto para llegar a los fines deseados. Por eso, Andrés Manuel tiene también el reto de saber elegir a quienes escucha para tomar sus decisiones. Al respecto, retomo una frase del diálogo en prisión entre Sócrates y Critón: “Ojalá, Critón, las mayorías fueran capaces de cometer los mayores males, porque de esta manera serían también capaces de hacer los más grandes bienes… pero no pueden ni lo uno ni lo otro; porque no depende de ellas hacer a los hombres sabios o insensatos…” Al tomar esta cita, no pensemos con nuestros sesgos; pues igual juzgan y obran al azar las personas trabajadoras que las elites, las clases medias y altas que las bajas, sin importar género, preferencias, religión y color de piel. Es así porque cada grupo suele pensar en sus propios intereses, realidades, necesidades, miedos, anhelos, corajes y prejuicios. Por eso, el mayor reto de López Obrador será definir el interés y bien común, en la gran diversidad de exigencias de aquellos a quienes va a gobernar. Suena fácil, pero aunque la retórica del interés común siempre ha estado presente, ninguno de los gobernantes de México, en más de cinco décadas, han logrado construir un consenso de proyecto nacional que incluya a todas y todos. Por eso, vivimos en un país tan profundamente desigual, polarizado y con un tejido social destrozado. En ese sentido, si bien tener un consejo de empresarios (increíblemente solo integrado por hombres) es un cálculo para acercarse a un sector renuente a su proyecto, hacerlo sin considerar a otras representaciones sociales, no en forma de corporativismo la del PRI sino de forma abierta y democrática, no es buena señal. Si la política es, entre otras cosas, el arte de distribuir pérdidas y ganancias, su forma de hacerlo determinará el éxito de su sexenio; algo que nunca consideró el gobierno saliente con el Pacto por México. Otro factor por considerar es la posición de Morena. Cualquier gobernante aspira a tener la mayoría del Congreso, sin embargo, una mayoría inexperta, con muchos cuadros poco capacitados para la responsabilidad que tienen en sus manos y con liderazgos que no tienen puentes de diálogo con actores de mucho poder, genera nerviosismo en los mercados ante cualquier iniciativa presentada o anunciada, con impactos altamente negativos aún en procesos legislativos inacabados. El poder de Morena puede ser, paradójicamente, una de las principales debilidades de López Obrador en el corto plazo y puede ser utilizado por esos poderes fácticos como pretexto para deslegitimar al gobierno y frenar cambios profundos ante las amenazas de generar inestabilidad económica. Frente a este panorama, los marcos referenciales del análisis político se modifican. Considerando las reflexiones de Adam Kahane, en situaciones complejas y conflictivas, como las que enfrenta México, no se puede controlar lo que otras personas harán, pero López Obrador deberá decidir, en cada situación, si colabora con sus opositores y con cuáles, o si se enfrenta a ellos; sabiendo que la colaboración no siempre es una opción y que el apoyo de sus bases no es suficiente para salir airoso en un panorama nacional y global altamente complejo. Es el ejercicio del poder. Iniciará así el primer gobierno de un partido de izquierda en México; un hecho histórico que, por sí mismo, habla de los profundos cambios que ha vivido el país en las últimas décadas, de muchas batallas perdidas para las causas sociales. Si a López Obrador le va bien, en seis años deberíamos estar hablando de un país más justo y con menos rencor.   Contacto: Twitter: @fer_salazarm Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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