Desde hace más de 30 años, México apostó por un modelo de desarrollo económico basado en la apertura y la globalización. Equivocadamente, creímos que el momento llegaría para quedarse, pero el mundo cambió, y posturas proteccionistas provenientes de economías desarrolladas agregaron riesgos al escenario mundial, turbulento por la desaceleración global y la incertidumbre. México apostó a la apertura indiscriminada al comercio mundial y abrazó la globalización pensando que iba a ser permanente e irreversible. Si bien la globalización, en muchos casos, podría ser un proceso irreversible, va a requerir muchos ajustes. Como bien lo señalaba el autor de origen polaco Zygmunt Bauman (1925-2017) en su libro Tiempos líquidos, hay un cambio en la estructura del Estado-Nación; transitamos de gobiernos sólidos y estables a otros más flexibles, donde las políticas son locales, pero el poder es global. Quienes, en algún momento, fueron los principales promotores del libre comercio, Estados Unidos y Reino Unido, son lo que ahora lideran las posturas proteccionistas en el mundo. Las dudas de estos imperios se han tornado en políticas de aislamiento y, bajo la defensa de la soberanía, se construyen muros que esconden miedo e inseguridad. Por más de tres décadas, México generó las condiciones para apostar por el libre comercio como mecanismo de desarrollo. Se tienen acuerdos comerciales con 46 economías y acceso a los mercados de prácticamente todas las regiones del mundo, además de que se realizaron grandes esfuerzos por mantener las estructuras de la economía en equilibrio. La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) fue la joya de la corona del proceso de apertura: la oportunidad de acceder a los mercados más importantes del mundo (Estados Unidos y Canadá) y de generar sinergias para el crecimiento económico no se ponían en duda. México pasó de ser una nación exportadora sólo de petróleo a una centralizada en las manufacturas, en especial la relacionada con la industria automotriz. México tomó como un triunfo el concepto del TLCAN, sin considerar, como muchos dijimos en su oportunidad, que se requerirían acciones paralelas internas, como una política industrial flexible con diversificación de mercados y, en especial, una ampliación de la base industrial, para no caer en la monoproducción de automóviles… que se convirtió en la exportación sustitutiva del petróleo. Perdimos la oportunidad que ofrecía la globalización. De alguna manera, México se convirtió en un país maquilador. Las cifras del programa Immex son contundentes: de todo lo que exportamos, necesitamos importar el 76%. Nadie duda que el TLCAN fue importante. Tan es así que, en las declaraciones de la administración de Trump, se destacó que nosotros nos beneficiábamos más que ellos y los canadienses, cosa que está sujeta a dudas; pero, para la actual postura proteccionista, esta afirmación es un argumento que les beneficia políticamente para cuestionar al libre mercado y la globalización, lo cual es verdaderamente contradictorio dentro de los países hegemónicos, que buscan expandirse. Aquí juega un papel determinante la reacción de China frente a las amenazas de la nueva administración de Estados Unidos de América y lo más probable es que las fuerzas se vayan neutralizando y tengan que resolverse las controversias de manera abrupta, lo que genera el peligro de una guerra comercial financiera, con el riesgo de extenderse a un conflicto armado. Obviamente, este nuevo paradigma toma a México muy poco preparado, muy confiado en que el país había hecho las cosas a la perfección. Equivocado concepto. Hoy no vale lamentarse, sino actuar con valentía, capacidad y patriotismo. Por lo tanto, se requiere una política internacional de diplomacia bidireccional holística, que permita usar todos los recursos que tiene México, tanto internos como externos, para negociar con gran fuerza. Vamos a vivir momentos muy difíciles que van a generar miedo y angustia, y el riesgo es que, si se canalizan mal estos sentimientos negativos, pueden generar anarquía y violencia internamente, y una división social que sólo favorecería a los grupos políticos y personas que desean apoderarse del poder, como beneficios personales y perdiendo la estructura de la lealtad a la patria. Por todo esto, México está a prueba.   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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