El 22 de septiembre de 1973, un avión de la Fuerza Aérea Mexicana, esperaba en el aeropuerto de Pudahuel, en Chile, al poeta Pablo Neruda y a su esposa Matilde Urrutia.

El presidente Luis Echeverría le ofreció asilo en México y el embajador Gonzalo Martínez Corbalá realizó las gestiones pertinentes ante la Junta Militar que días antes había derrocado a Salvador Allende, quien se quitó la vida en el propio Palacio de la Moneda.

Las horas pasaban en Santiago de Chile con la velocidad inquietante que proviene del caos y la violencia.

A Neruda lo ingresaron en la clínica Santa María y en la habitación 406 se reunió con Martínez Corbalá para pedirle que el viaje se pospusiera hasta el lunes 24.

Así se acordó, aunque los apremios tenían sentido por lo que estaba ocurriendo, cuando las detenciones de políticos y personajes cercanos al gobierno de la Unidad Popular eran frecuentes.

Neruda contaba con cierta protección, porque un par de años antes había recibido el Premio Nobel de la Literatura, sus contactos con el exterior eran constantes y de relevancia.

Pese a ello, sus residencias fueron cateadas por pelotones del Ejército, la Marina y los Carabineros.

En Isla Negra, la morada habitual de Neruda, llegaron elementos del Regimiento número dos de Ingenieros Tejas Verdes, bajo el mando Manuel Contreras, un personaje siniestro, que iría escalando posiciones en los escalones del poder en los siguientes años.

Neruda nunca llegó a la cita acordada, porque falleció el 23 de septiembre, de acuerdo con el certificado de defunción, por cáncer de próstata, que el médico dictó por teléfono y sin ver al paciente, ya que estaba vigente el toque de queda.

Manuel Araya, quien se desempeñaba como chofer del poeta, insistió, desde entonces, que la muerte en realidad era un asesinato, que a su jefe le habían inyectado en el estómago algo que “lo quemaba por dentro”.

Araya, al salir de la clínica para comprar una medicina, fue detenido y conducido al Estadio Nacional, donde permaneció varios días detenido.

En 2013 se exhumó el cadáver y se realizaron los estudios respectivos, que no encontraron nada extraño en los restos del poeta. Pero ello no terminó con las dudas, ni con los esfuerzos para esclarecerlo.

En 2015, en Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior, que indagaban lo ocurrido décadas antes por instrucciones de la presidenta Michelle Bachelet, llegaron a la conclusión de que no era claro el motivo del fallecimiento de Neruda y así lo hicieron saber al juez del caso. 

Hace apenas unos días se anunció que un grupo de expertos ya tienen nuevos datos y que están bajo análisis de la juez Paola Plaza. Es probable que ahora sí se tenga un veredicto sobre el fin de la vida de un escritor de la mayor calidad y potencia, pero también de un miembro del Partido Comunista que tuvo un escaño en el Senado y que se desempeñó como embajador de Chile en Francia.

Su muerte, hay que tenerlo presente, frustró el establecimiento de un gobierno en el exilio y silenció a una de las voces que más inquietaban al general Augusto Pinochet.

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