EFE.- Los Tigres UANL mexicanos se clasificaron este domingo a la final del Mundial de clubes de Catar, con la estrategia de robarle al rival brasileño algo que parecía el coto privado de aquel país: el juego bonito y la alegría.

Ante el Palmeiras, de Brasil, campeón de la Copa Libertadores, los mexicanos le dieron la vuelta a las maneras de su padre putativo, el entrenador Ricardo Ferretti, un sabio de mal humor, que cayó vencido al ver cómo sus chicos se divirtieron con el pretexto de buscar la victoria que los momios calificaron de improbable.

Los Tigres no se dieron cuenta de que iban por un imposible, mantuvieron el orden y apostaron a tocar el balón con gracia en la mitad de la cancha, en la que el argentino Guido Pizarro, el mexicano Javier Aquino y el brasileño Rafael Carioca mantuvieron a raya al rival.

Tigres tuvo la posesión 51-49 en la primera mitad, llegó tres veces a puerta por una su contrario, pero con lo que ganó confianza fue con la sensación que se divertía con el humilde acto de jugar.

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Luis Quiñones, un colombiano que por su irreverencia algunos confunden con un volante de Sao Paulo, hizo de la banda su patio particular. Dribló, se sacudió marcas y puso asistencias para goles que no fueron, mientras Jesús Dueñas ensayó una chilena casi pueril, no para convertir, sino para salvar un balón.

El travieso principal fue André Pierre Gignac, un hombre de 35 años que si tuviera la barba blanca podría pasar por un Papá Noel, pero olvidó el detalle y sin importar lo lejano de la Navidad, se apareció con un gol de regalo, que podría ser el más importante en la historia del equipo.

Ferretti, un militar frustrado que este mes cumple 67 años, es uno de los mejores entrenadores del fútbol mexicano. Ganó la liga cinco veces en los últimos 10 años, alcanzó la final de la Copa Libertadores 2015 y en diciembre pasado se hizo del cetro en la Liga de campeones de la Concacaf, pero nada de eso le quitó la pose de sargento.

Brasileño con carácter de nórdico, el estratega suele exigir a sus hijos adoptivos que sean perfectos. Los regaña, los amonesta y una vez llegó al extremo de, recién operado de cadera, quitarle el balón a uno en un entrenamiento y cobrar de manera perfecta un disparo de larga distancia, para luego burlarse de su talento de señor con vista cansada.

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De observarlo por tantos años, los futbolistas se contagiaron en Catar de su disciplina. Este domingo fueron un batallón ordenado, pero alegre, que derrotó al rival con trotes casi infantiles con los que los volantes le dieron balones a Gignac y al paraguayo Carlos González, dos dolores de cabeza para la defensa.

Tigres se convirtió en el primer equipo de la Concacaf finalista del Mundial, pero más que todo ha dado una lección a los supersticiosos hinchas mexicanos, que llevan años convencidos de que su mala fortuna en las competencias internacionales es asunto de la Divina Providencia, cuando quizás el problema sea más sencillo: la ausencia de alegría.

 

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