Una vez más el consumidor enfrenta en buen fin. Anuncios publicitarios, correos electrónicos, sugerencias de big data, redes sociales vibrantes, anuncios de radio, de televisión se vuelven impactos que buscan llamar la atención e impulsar el consumo. Oferta, descuento, oportunidad, son las palabras que nos pueblan la cabeza y nos dejan mareados. Es que no te lo puedes perder es la sentencia que repiquetea en nuestro cerebro y nos impulsa a comprar. Sentimos ansiedad de aprovechar tanto remate que terminamos comprando cosas que no necesitamos y que pagaremos a cortas mensualidades. Es más, seguramente, seguiremos pagando cuando la compra haya sido olvidada. 

La intención es buena, se persigue activar el consumo para poner la economía en movimiento. Pero, cuidado, no todo lo que brilla es oro ni todas las intenciones son tan bondadosas y virtuosas como se presentan. Todo depende de la circunstancia personal. La economía se activa si y sólo si el consumo se corresponde con la capacidad de pago. Cuando nos excedemos, cuando compramos más de lo que podemos pagar, nos metemos en camisa de once varas y el círculo virtuoso se convierte en una calamidad. La calamidad inicia en un absurdo si encima compramos lo que no necesitamos. La compra se convierte en un desperdicio que se quedara arrumbada, olvidada, pero que tendremos que seguir pagando.

Son tantos los ejemplos de compras de impulso que con la promesa de pagos tan pequeñitos nos seducen y nos convencen. De repente, los estados de cuenta llegan a reflejar montos abultadísimos que son la suma de números chiquitos que se convierten en cifras impagables. Optamos por la terrible costumbre de no pagar el total sino el mínimo indispensable y aquello que debió salir barato, termina siendo un artículo carísimo, innecesario y olvidado. El sinsentido se apodera y, como en la novela de Robert Louis Stevenson, dejamos de ser Dr. Jekyll y nos convertimos en el Mr. Hyde de las compras. Al paso del tiempo, andamos lamentándonos por los rincones y no encontramos la forma de aliviar los compromisos.

En esta nueva versión de “El buen fin” se espera una derrama económica de importante ya que participarán más de cuarenta y cinco mil empresas de todos los tamaños, desde pequeños proyectos de emprendimiento hasta tiendas departamentales. Se espera, como sucede cada año un crecimiento en ventas y una respuesta entusiasta del consumidor. Incluso, ya existe una aplicaci´n que ayuda a la gente a comparar ofertas. Por medio de la Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio y de Servicios y Turimso, las personas podremos visualizar diversas ofertas para hacer un comparativo entre productos y servicios.

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Así, los compradores podremos ver los beneficios que se ofrecen en esta temporada, buscar a las empresas que van a entrar y formar parte de esta promoción, ver sus ubicaciones, hay las que tienen disponible la tienda virtual que ponen a disposición todas las ofertas, observar los detalles de los productos, contrastar las diferentes propuestas para tomar las mejores decisiones de compra. Todo es tan fácil e incita al entusiasmo del consumo.

Nos convertimos —¿nos convierten?— en cazadores de gangas. La arenga de ¡Llegó el momento! Nos insitla una urgencia por aprovechar las buenas ofertas, las facilidades, los descuentos y hasta los bancos ofrecen créditos a tasas preferencias y premios. Promesas de que todo nos saldrá gratis, casi, casi regalado. ¿Qué más podríamos pedir? Todo el mundo está hablando de las maravillas del fin de semana —del fin de semana muy extendido, cada año son más días, hay compañías que hablan del “el buen mes”—. Claro, los oferentes quieren vender, anhelan poderse recuperar de una época de sequía, de poca venta, de freno en el consumo, de encierro y malas noticias. Es lógico y es bueno reactivar la economía. Claro, por parte de consumidor que es el que pagará lo que decida llevarse consigo hace falta  cordura y discernimiento.

El buen fin ha de verse con prudencia, especialmente en épocas en las que el crecimiento económico es cero y los pronósticos no son brillantes ni espectaculares. Como siempre, el análisis y la reflexión son el antídoto. La continencia es la mejor recomendación. El consumo inteligente activa la economía, el sobre endeudamiento, no. Es increíble la cantidad de veces que tropezamos y compramos ropa, aparatos eléctricos, electrónicos, juguetes y monaduchas que no volveremos a usar y que quedarán olvidadas en el fondo de un cajón.

De hecho, parte de las conversaciones cotidianas en estos días es preguntar ¿qué vas a comprar este buen fin? No sé, ya veré. Las respuestas parecen orientar a esas ocurrencias que pretenden adquirir lo que se nos pase por enfrente en vez de hacer una planeación de lo que en verdad hace falta. Cuando nos perfilamos a una compra impulsiva y poco razonada, lo más probable es que le hagamos un hoyo a nuestra cartera y que por ahí se nos escurra el dinero que tanto trabaj nos cuesta ganar.

Otro problema es el espejismo del descuento. Lo sabemos, hay muchos que elevan los precios de venta de sus artículos y que dicen estar ofreciendo precios de barata maravillosos y, si comparamos, llegaremos a la conclusión de que están vendiendo a precio regular y que el descuento es una promesa incumplida. Vamos a la tienda, salimos con un artículo creyendo que hicimos la mejor compra del año y se nos parte el corazón al darnos cuenta de que no fue así y que pagamos lo mismo que habríamos pagado en otra época del año. Por eso, lo mejor es detener las ansias, allegarse de información, comparar y decidir con calma para no tener quebraderos de cabeza más adelante.

Para el buen fin, el consejo de mi mamá es pertinente: cuando vayas a comprar algo, piensa en dónde lo vas a poner y cuántas veces lo vas a usar. Así, tal vez comprar una televisión o una computadora o una herramienta de trabajo sea una buena opción en vez de comprar otra camiseta de algodón color blanco que a la primera lavada quedará inservible y que tendremos que seguir pagando, incluso cuando ya nos olvidamos de ella.

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