En Perdida (2019), José María de Tavira (Arráncame la vida) interpreta a Eric, un impetuoso y perfeccionista director de orquesta cuya esposa, Carolina (Paulina Dávila), desapareció sin dejar rastro. La policía sospecha de Eric, sobre todo por su reciente ligue con Fabiana (Cristina Rodlo), una mesera que sin muchas dilaciones se ha instalado en la aislada casa del músico en el Desierto de los Leones, donde un par de extrañas situaciones insinúan que un espíritu habita el lugar, ¿será el de Carolina?

El proyecto más reciente del realizador Jorge Michel Grau (Somos lo que hay, 7:19) es un remake de la cinta colombiana La cara oculta (2011), donde las pasiones humanas y la venganza se desbordan a consecuencia de un juego mal ejecutado, una lección que revelará la verdadera naturaleza de la pareja, punto que trae a la memoria la Perdida (Gone Girl, 2014) de David Fincher, cuyo trabajo estético reverbera a lo largo del de Grau. 

Perdida propone a sus espectadores un juego donde lo real y las sugestiones de los personajes (con la pareja, lo sobrenatural) se intercambian de manera bastante fluida. Fabiana desea que las sospechas de la policía sean mentira con la esperanza de concretar su relación con la estrella de la sinfónica, como Carolina busca que los coqueteos de su pareja no sean más que eso. Ambas son víctimas de poner sus esperanzas en el mismo hombre, un sujeto desinteresado en otra cosa que no sea su trabajo.

La prueba, la “broma”, diseñada por Carolina pondrá a descubierto la verdadera naturaleza de todos los involucrados, desde el egoísmo cotidiano de Eric y su pataneria disfrazada de talento artístico, al virulento comportamiento de las autoridades encargadas de investigar la desaparición o el férreo interé$ de Fabiana por Eric y su falta de empatía para con Carolina. 

Algunos han visto en Perdida un thriller hitchcockiano, término que busca emparentar cierto tipo de película –generalmente llena de giros argumentales “sorpresivos”– con la obra de Alfred Hitchcock, aunque la mayoría de los intentos por emularlo se queden en llenar el guión de “vueltas de tuerca”, que podría ser el caso de Perdida. Recuerden la atención con la que Hitchcock teje, por dar un ejemplo, la relación entre Cary Grant y Joan Fontaine en La sospecha (Suspicion, 1941), el tiempo invertido en las interacciones de ambo dan no sólo profundidad a los personajes sino que crean interés en el espectador, haciendo más efectivos los giros en el argumento. La posibilidad de un asesinato entre la pareja principal tiene resonancia emocional porque se invirtió tiempo en dotar a cada uno de ellos de personalidad. En Perdida, Fabiana, Eric y Carolina no gozan del mismo beneficio, sólo de los cambios de veleta. 

Hay tantos giros de tuerca en el desarrollo de Perdida –elementos que ya presentaba la versión colombiana del filme– que estos terminan por minimizar el impacto de su final, donde  el terror no es descubrir de lo que es capaz tu pareja sino el nunca haberlo sospechado.

 

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