La “cortesía internacional” o principio de comitas gentium rige la convivencia entre las naciones desde el siglo XVII. En su forma evolucionada, los Estados firmantes de la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961 (y adoptada en 1964) adoptaron como muestra buena voluntad los estatutos para coexistencia pacífica y el respeto entre las naciones.

En el artículo 47 de esta Convención se describe el principio de la reciprocidad internacional, con el que se enmarca el establecimiento de un trato recíproco y favorable entre los países que tienen relaciones diplomáticas activas. 

La tradición diplomática mexicana había sido constante en lo que respecta al trato diplomático, las relaciones internacionales bajo el principio de la no intervención y la postura de neutralidad en los conflictos internacionales, siempre con posicionamientos claros y a favor del respeto a los derechos humanos y siempre a favor de la paz. 

Sin embargo, durante los últimos cuatro años el presidente de México ha hecho de la diplomacia, una tarea de un solo hombre. Así como se deciden todos los temas desde la tribuna mañanera presidencial, las relaciones y la política exteriores se gestionan y toman ritmo a partir de los juicios de valor, las radicalizaciones ideológicas y los caprichos presidenciales. Lo que ha mostrado una postura de injerencia en diferentes asuntos de las agendas nacionales de otros países.

De acuerdo con el Derecho Internacional, la soberanía es el derecho inalienable de los Estados, por lo que su respeto y reconocimiento es la base para el buen entendimiento entre las naciones. La injerencia abierta y tajante no sólo lastima ese derecho, sino que abre frentes de conflicto y vulnera el propio ejercicio de los tratados internacionales y la participación de los países en los organismos internacionales.

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La reciente expulsión del Embajador de México ante Perú obedece al abierto respaldo otorgado por el presidente López Obrador al señor Pedro Castillo que en su figura de presidente de Perú orquestó un golpe de Estado para evadir su destitución y juicio político. Como parte de este respaldo, el presidente mexicano se ha negado a reconocer al nuevo gobierno y ha decidido brindar asilo a la familia del expresidente peruano. 

Esta serie de eventos, además de lastimar la imagen de México en el exterior y prácticamente anular la neutralidad y la tradición diplomática mexicana, lastima una relación bilateral de importancia para ambos países.

Aunque las relaciones bilaterales tuvieron una breve fractura en 1932, la historia conjunta y las grandes coincidencias en el origen de ambas naciones habían hecho de las relaciones entre México y Perú un entramado de sólida cooperación, desde lo cultural y lo educativo hasta lo económico y lo comercial. 

A partir de 2016 se reforzaron los mecanismos de intercambio comercial y a pesar de las complejidades de las agendas internas no se veía en el panorama un momento tan álgido como el que nos toca atestiguar.

No hay registro de la expulsión de algún embajador mexicano previo a este, tampoco de una postura injerencista e intervencionista, mucho menos de un precario trabajo desde la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, quizás porque hasta hace unos años había Cancilleres y no candidatos.

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