La puerta fronteriza reventó, pero no como se esperaba, producto de los migraciones desde Centroamérica, sino por una larga y angustiante crisis en El Caribe, en la que se mezclan desastres naturales, terremotos y magnicidios.

Para México y para Estados Unidos, una de las dimensiones más delicadas del flujo de personas migrantes, en este momento, lo representan quienes están llegado de Haití y luego de un muy largo peregrinar, muchas veces iniciado, a nivel continental, desde Curitiba, Sao Paulo y Río de Janeiro, en Brasil.

Hasta 2019, había reportes de la presencia de 13 mil haitianos cruzando por nuestro país. Pero podían ser muchos más, porque muchos de ellos ingresan en México señalando que son originarios de naciones africanas, sobre todo porque creen que así recibirán un trato menos hostil en las estaciones migratorias.

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Pero desde hace unos meses,  las cifras pudieron elevarse y es lo que explica, aunque sea en parte, los cruces masivos en Piedras Negras, Coahuila, hacia Texas y la llegada de migrantes a Matamoros y a Reynosa, en Tamaulipas.

Desde Ciudad Acuña, la frontera coahuilense con Del Río, ingresaron a Estados Unidos 10 mil personas migrantes, tan solo la semana pasada, la mayoría haitianas, pero también hay presencia de venezolanos y cubanos.

Esto hizo que se estableciera un campamento provisional, desde el que las autoridades de seguridad de Estados Unidos, están iniciando la deportación en vuelos hacia Haití. Pero siendo realistas, muchos de estos viajeros terminarán regresando a nuestro país, por lo que las presiones para su atención irán en aumento.

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A esto hay que sumar la presencia que se alarga por meses en Tijuana, de quienes quieren llegar a San Diego para de ahí viajar hasta Miami, en Florida, pero están esperando que se resuelvan sus peticiones de asilo.

Es un problema grave, porque los haitianos tienen muy pocas oportunidades en su país. La actual situación, después del asesinato del presidente Jovenel Moïse y del terremoto, es desesperante. Las pandillas armadas controlan los centros urbanos y las instituciones están colapsadas. Es decir, la salida de la isla se explica por la situación económica, pero está generando, de igual manera,  el éxodo de quienes no ven oportunidades en la política y que inclusive corren peligro.

En contextos como este, es en el que la vocación de refugio y humanitaria se pone a prueba, ante las exigencias que provienen de la necesidad, también imperiosa, de garantizar una migración ordenada. Ese es el dilema del gobierno de México y ante una frontera sur militarizada.

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Sin bien la idea de resolver los problemas desde el origen, propiciando mejoras en la economía y en la calidad de vida, hay que tener presente que la migración de los haitianos no disminuirá en los próximos años, es más, es probable que se intensifique.

En los hechos, se requerirá de paciencia y de mucha política a nivel exterior para alinear intereses que van de Washington, Ciudad de México, Brasilia y, por supuesto, Puerto Príncipe.

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