Las cifras de actividad económica en los últimos meses parecen pintar un panorama cada vez más rosado y menos gris. En la Encuesta Citibanamex de Expectativas del 20 de julio los analistas estimaron que en 2021 la economía crecerá 6%, pronóstico que se ha revisado al alza mes a mes desde principios del año, cuando rondaba el 3.5%. El FMI también ajustó su expectativa de expansión del PIB de México en 2021 a 6.3%, mayor al 5% de hace un trimestre y al 4.3% de hace dos. ¿Se extenderá esta inercia en las proyecciones de crecimiento a la segunda parte del año?

Han sido ya seis meses de vientos de cola y revisiones recurrentes a los pronósticos de crecimiento económico de 2021. (Eso sin contar los ajustes que desde el año pasado también se hicieron a las estimaciones de contracción de la economía en 2020, que en muchos casos eran del 10% o más, cuando el dato observado terminó siendo de “solo” 8.3%.) El creciente optimismo se explica, primero, por el mayor dinamismo de la economía de Estados Unidos y, segundo, porque se esperaba que las afectaciones al mercado interno por la pandemia fueran más persistentes. Sobre esto último, con el aumento en la movilidad durante la Semana Santa y ante un bajo nivel de vacunación en el país, se anticipaba que la tercera ola de contagios llegara más temprano. Sin embargo, y por fortuna, los casos, las hospitalizaciones y los fallecimientos asociados a Covid en abril, mayo y junio se mantuvieron bastante bajos (al menos en relación con nuestra propia historia pandémica), lo que permitió que la reapertura económica fuera más rápida.

Por lo que sea, el pesimismo generalizado se ha visto constantemente rebasado por la realidad, y las revisiones a las expectativas económicas siguen, hasta ahora, con el mismo ímpetu de meses atrás. Algunas proyecciones de la expansión del PIB en 2021 ya exceden el 7%, lo que no es descartable, especialmente si los sectores económicos más rezagados en la recuperación logran restablecer sus niveles de actividad aun en medio de la tercera ola (y las que estén por venir).

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No obstante, en semanas recientes también han crecido los argumentos para desestimar aún mejores perspectivas económicas en los próximos meses. Dejan de soplar los vientos de cola y surgen vientos en contra que habrá que encarar. El principal, desde luego, es el nuevo brote de coronavirus que en muchos países ha implicado nuevas restricciones a la movilidad y la operación de negocios, sobre todo en Asia. De hecho, a pesar de que el FMI reiteró su estimación de 6% para el crecimiento de la economía global en 2021, las proyecciones para China y otros países de aquel continente se revisaron significativamente a la baja. Para Estados Unidos, el ajuste fue en la otra dirección, de 6.4 a 7%, aunque el rápido esparcimiento de la variante delta y el aumento en hospitalizaciones cada vez preocupan más.

En México, las autoridades hasta ahora no muestran un sentido de urgencia, a pesar de que en muchas entidades los contagios y las hospitalizaciones ya rebasan los niveles observados en cualquier otro momento de la pandemia y/o muestran una vertiginosa tendencia alcista. Quizás se deba a que el aumento en fallecimientos ha sido limitado, como dije antes. Sin embargo, las cifras más recientes de 3 muertes diarias por millón de habitantes son prácticamente idénticas a las que vio India en el pico de su terrorífica última ola —otra de tantas muestras del menosprecio de las autoridades mexicanas por la salud de la población a cambio de la apertura económica—. En todo caso, el rápido deterioro sanitario aumenta el riesgo de una recaída de la economía.

Los factores externos también apuntan a que los vientos de cola amainan. Ciertas medidas fiscales que puso en marcha el gobierno de Estados Unidos para enfrentar la crisis caducarán próximamente y no hay visos de que se renueven. También se espera que hacia finales del año la Reserva Federal empiece a reducir el monto de sus compras mensuales de activos financieros que han inyectado liquidez a la economía en el último año y medio. Desde luego, la reducción de los estímulos deriva en parte de la fortaleza del rebote económico en el primer semestre, aunque la recuperación en Estados Unidos, como en México y el resto del mundo, ha sido desigual entre sectores y regiones, y la actividad en muchos de ellos sigue siendo frágil. Preocupan además otros elementos, como la escasez de semiconductores —que seguirá impactando a la producción mundial de autos y electrónicos—, las presiones inflacionarias globales —que merman la capacidad de gasto de empresas y hogares y posiblemente persistan en el corto plazo— y las perspectivas de tasas de interés más elevadas y de apretamiento de las condiciones financieras.

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Las cifras del PIB al segundo trimestre que publicó INEGI la semana pasada ya implican que la recuperación endeble flaqueó de nuevo en junio. El crecimiento trimestral fue de 1.5%, debajo de lo esperado por el consenso, y de hecho significa que la economía se habría contraído nuevamente en junio a una tasa mensual de entre 1 y 2%, después de tres meses de expansión.

De manera más oportuna, otros indicadores sugieren que la actividad económica se mantendrá estable en el mejor de los casos. Según INEGI, las ventas de autos en julio siguieron estancadas y fueron 23% menores a las del mismo mes de 2019, lo que difícilmente se revertirá en el corto plazo. Con datos de más alta frecuencia y más generales, Google y Apple muestran que la movilidad en el país incluso superó sus niveles “normales” desde abril-mayo, y hasta esta semana se han mantenido así. En todo caso, el empeoramiento de la pandemia complicará que suban más. El tráfico aéreo alcanzó al 90% su volumen pre-pandemia desde principios de junio, y hasta el 1º de agosto continuaba en esos niveles. (De hecho sorprende que las llegadas de vuelos nacionales e internacionales se hayan restablecido a ese grado dadas las juntas por Zoom y las restricciones aún vigentes a los viajes de negocios, pero es posible que pasado el verano, disminuyan.)  

El consumo de electricidad en el país y los cruces transfronterizos de camiones de carga hasta las semanas más recientes también señalan una “vuelta a la normalidad” desde hace varios meses. Y si bien la frontera norte sigue cerrada al tráfico no comercial en general y la eventual reapertura podría generar mayor actividad, esa fecha se vislumbra aún más lejana con el rebrote del virus. En el caso de la facturación por tarjeta de crédito y débito hacia el cierre de julio, los montos transaccionados superan desde dos meses atrás sus niveles de febrero de 2020 en alrededor de 20%. Aquí destaca que el saldo del crédito al consumo en general, y en particular el de tarjetas, todavía está 7-8% por debajo de sus niveles del año pasado en términos reales, lo que sugiere que los hogares están solventando sus pagos a la tarjeta con su ingreso corriente o con ahorros.

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A pesar de este regreso a la normalidad en algunos indicadores, la debilidad económica persiste, sobre todo en el mercado laboral. El raquítico avance en las condiciones de empleo es en mi opinión la principal explicación detrás del pesimismo recurrente en las expectativas de crecimiento —quizás solo aparejado por la atonía en la inversión, consecuencia de la incertidumbre en el ámbito legislativo y de la errática política económica del gobierno—. Uno de los datos más relevantes es la brecha laboral, que engloba a la población desocupada, subocupada o inactiva aun si está disponible para trabajar (por ejemplo, padres que están todavía cuidando en casa a sus hijos por la no reapertura de escuelas) como porcentaje de la población económicamente activa potencial. Este indicador ha mejorado desde el año pasado, pero en junio todavía se ubicaba en 26%, 1 punto porcentual por arriba del pico alcanzado en la crisis de 2009. Si bien podría disminuir una vez que reabran las escuelas, la tercera ola de covid aumenta los riesgos de que no sea así.

A todo lo anterior, se añade la posibilidad de que surjan nuevas y más dañinas variantes del coronavirus. La única probable cura al covid prolongado que aflige a la economía, al menos por ahora, es una mayor y más rápida cobertura en la vacunación. Así, la expectativa de crecimiento de 6% o un poco más este año posiblemente haya alcanzado ya un techo. Cierto, hay un tema aritmético que supone ajustes más limitados al pronóstico de crecimiento de 2021 en la segunda mitad del año, dado que ya conocemos lo que sucedió en la primera, pero en este caso es poco relevante: los vientos en contra cada vez mayores también restringen las posibilidades de una mayor expansión de la economía en 2022 —con pronósticos que hasta ahora se han mantenido sin cambio, ligeramente debajo de 3%—. En todo caso, el mejor escenario apenas haría que la economía mexicana vuelva a sus niveles de actividad de inicio del sexenio hasta 2022, implicando así cuatro años de estancamiento.

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Adrián de la Garza es economista en jefe y director de estudios económicos de Citibanamex*

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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