En el ámbito humano, incluido el empresarial, la libertad es un ideal que se valora y promueve generalmente de manera legítima. Existe, por ejemplo, la libertad de tomar decisiones creativas, conscientes e independientes. Innovar y forjar libremente el camino para el sano progreso de una organización son también consideraciones esenciales de la mentalidad emprendedora. Sin embargo, cuando observamos más detenidamente la complejidad del comportamiento humano encontramos que la relación entre libertad y cumplimiento de las normas o decisiones no siempre es tan clara ni viable como parece. Algunos seres humanos, a pesar de afirmar que anhelan libertad, muchas veces, sin darse cuenta, limitan o boicotean su propia autodeterminación.

La libertad la confunden con libertinaje, y en aras de ser libres dirigen sus deseos y voluntad esencialmente para hacer solo lo que ellos quieren en todo lugar y momento. Perciben las normas o decisiones de autoridad como limitantes a su autocomplacencia. No obedecen las leyes y les anteponen actitudes de rebeldía en contra del “sistema social u organizacional predeterminado”. De ahí la necesidad de identificar, analizar y evaluar tales comportamientos desde la perspectiva de la psicología, la neurociencia y la biología bases de la naturaleza humana.

DILEMAS DE LA LIBERTAD

Tal parece que todos coinciden en que si una ley es notoriamente “injusta”, no debería obedecerse. Con independencia de ello, generacionalmente siempre han existido los “rebeldes con o sin causa”. Esos rebeldes al orden que perciben el control social como adoctrinamiento o aparente manipulación de los “muy pocos de arriba” en perjuicio de los “muchísimos de abajo”. Frente a ello, vale la pena recordar la famosa frase que ha permeado hondo en la humanidad moderna: en el sentido de que debe existir “tanta libertad como sea posible, y tanta autoridad como sea necesaria”, como forma para intentar garantizar el orden social justo.

En temas de libertad nadie es inmune a los instintos primitivos de supervivencia, y a querer formar parte de un grupo o conglomerado social y, simultáneamente, querer explorar lo distinto, lo original, lo autónomo. Incluso hay autores que han afirmado rotundamente que “la autopreservación significa que anteponemos la supervivencia a las reglas, a las normas o a las costumbres”.

SERES INDEPENDIENTES, AUTÓNOMOS Y AUTOSUFICIENTES

Los expertos en psicología identifican, entre otros, dos miedos importantes que todos compartimos: el miedo a la soledad y el miedo a la falta de autenticidad o a la pérdida de identidad. Tal parece que ambos se originan en los instintos más arcaicos: la búsqueda de pertenencia e individualidad.

En el ámbito social y empresarial el miedo a la soledad ejerce una influencia poderosa que a menudo impulsa a los individuos a adecuar su comportamiento para encajar en un grupo y evitar la posibilidad de sentirse excluido o socialmente exiliado. Esta tendencia suele manifestarse en la renuncia de ideas, valores y principios propios, cediendo ante las expectativas de los demás por temor a ser marginados. Este temor es capaz de llevar, a quienes sucumben a la presión de su entorno, a incumplimientos o participar en actividades ilícitas para mantener aceptación, reconocimiento, prestigio, reputación o simplemente nivel socioeconómico. Todo para asegurar “un lugar” frente a los otros. Los miedos influyen en nuestras decisiones. Nadie es libre cuando deposita y cede su autoestima en los demás.

El miedo a la pérdida de independencia e individualidad se relaciona con la necesidad innata de mantener una sensación de autonomía mientras se pertenece a un colectivo. Generalmente a nadie le agrada sentirse como marioneta, por lo menos no conscientemente. Autoengañarse es muy común para convencerse a sí mismos de que nuestras decisiones están supuestamente basadas en la razón, la propia intuición o en nuestro “libre albedrío”. La paradoja existe cuando se sacrifica la sana autodeterminación para solo satisfacer las expectativas y cumplir los deseos de grupo o de la autoridad. Aquí se potencializa la vulnerabilidad humana. Por ejemplo, cuando el individuo cuyos valores están más atados a cuestiones externas, como dinero o fama, se hace más propenso a incumplir las reglas de control y del orden con el propósito de mantener su estatus o saciar sus ambiciones, sin importar si esto le significa cruzar a la ilegalidad o burlar el compliance.

REACTANCIA PSICOLÓGICA

Psicólogos organizacionales sugieren que la “presión grupal” desata el mecanismo de alarma de un individuo, distorsionando su proceso de toma de decisiones. Tal presión grupal no siempre emana de organizaciones abiertamente delictivas. En muchos casos es suficiente con que sus integrantes mantengan una actitud negligente o laxa en cuanto al cumplimiento de la ley para generar una dinámica problemática. Incluso, algunos individuos en ocasiones perciben que su libertad ha sido restringida, limitada o amenazada por alguna decisión de los directivos de la organización. La psicología indica que esta percepción, sea o no real, puede tener como reacción el incumplimiento de las normas.

Este fenómeno se conoce como “reactancia psicológica”, y se manifiesta como una especie de acto de rebeldía o motivación que lleva al individuo a restaurar una libertad que considera amenazada. Es una reacción para negarse a hacer algo que “los demás o las leyes quieren”, anteponiendo el propósito de preservar la propia autonomía aparente.

Los miedos influyen en nuestras decisiones sin darnos cuenta, de manera inconsciente. Es un hecho que el dolor psicológico generado por la sensación de soledad activa las mismas áreas del cerebro que el dolor físico. Tal dolor psicológico ocurre cuando nos sentimos rechazados. Algo de esto sabían los griegos, quienes consideraron al “ostracismo” la peor forma de castigo en la antigua Atenas. Recordemos que los ciudadanos eran desterrados o exiliados de la ciudad por un período de diez años, siendo una pena tan severa que incluso se sancionaba con la muerte a quien intentara regresar antes del tiempo estipulado.

La exclusión y la falta de reconocimiento en ciertos individuos provoca un sufrimiento o daño real. Por tanto, cualquier situación que amenace su estatus social se convierte en un catalizador para buscar maneras de eludir esa incómoda sensación de no pertenencia. Aunque generalmente a todos les abruma el rechazo, su impacto varía significativamente de persona a persona. Y esta susceptibilidad depende en gran medida de las experiencias, creencias, traumas y perspectivas de cada individuo.

Las decisiones corporativas u organizacionales reflejan intrínsecamente las mentalidades y valores de quienes las toman e implementan. Por eso, cada vez se habla más del concepto de “consciencia colectiva”, que supone la adopción de un compromiso grupal con los principios éticos y legales. Al adoptar una mentalidad de unidad, donde “todos navegamos hacia la misma dirección”, las organizaciones fortalecen su cohesión interna y promueven una cultura de integridad mientras se posicionan estratégicamente para mantener su reputación empresarial.

SENTIRSE, CREERSE O SER REALMENTE LIBRES

Es importante detectar la evolución hacia una cultura que mitigue los riesgos de las decisiones impulsadas por intereses individuales cortoplacistas. Este tema es central en la pugna entre el individualismo en el seno corporativo y el bien común organizacional. Pero lamentablemente las consecuencias y efectos de cada forma decisiva no suelen verse en el corto plazo, sino cuando el daño está hecho.

La psicología individual tiene aciertos y desaciertos frente a la psicología organizacional. El identificar, analizar y evaluar ambas para el desarrollo empresarial resulta fundamental. Las empresas que sepan reconocer y abordar la complejidad de la psique humana estarán en mejor posición para evitar en su seno acciones o comportamientos potencialmente ilícitos, ilegales y dañinas. En última instancia, el desafío para los líderes empresariales radica en equilibrar la libertad individual con un firme compromiso hacia las decisiones legítimas inmersas de “sentido y bien común” como fines fundamentales.

El éxito a largo plazo, en este contexto, no se mide solo en términos de rentabilidad, sino también en cómo las empresas pueden ser catalizadores de cambio positivo, promoviendo un sano impacto social y económico que trasciende los límites de las propias libertades individuales. Por ello más vale comprender el contenido, alcance y efectos de la frase: “tanta libertad como sea posible, y tanta autoridad como sea necesaria”.

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