Por Vanessa Arenas
Alejandra Mustakis, diseñadora industrial, fundadora de cuatro empresas, inversionista de muchas más, mamá de dos varones de 21 y 17 años —lo que considera lo más importante en su vida—, es una de las 14 CEOs activistas de Latinoamérica elegidas por la consultora LLYC y Forbes en Español en su informe “El activismo del CEO como palanca para la sostenibilidad“.

Este informe plantea la “Licencia Social para Operar” como un acuerdo implícito entre una empresa o marca y las comunidades en las que desarrolla su actividad, definiéndola como “la aprobación social necesaria para que una compañía y su actividad sean consideradas como aceptables por parte de la comunidad en la que opera, necesaria para que los grupos de interés de los que depende su éxito decidan apoyarla. Se basa en la capacidad de la empresa o la marca para operar de forma que satisfaga las expectativas sociales, económicas y medioambientales de la comunidad”.

“Para mí es un honor estar ahí y sí, soy activista y creo que a través de las empresas se puede cambiar el mundo. La herramienta empresa es una de las mejores maneras de cambiar la sociedad”, dice Mustakis en conversación con Forbes en Español.

Para la fundadora de Medular, empresa de diseño de muebles; Kauel, de tecnología con Inteligencia Artificial; iF, espacio colaborativo, y 1ko, modelo de emprendimiento cooperativo, el modelo empresarial ha cambiado y “estamos en una era femenina, de emociones, sensibilidades”.

Por ende, ya no se trata de por qué les cuesta más a las mujeres estar en cargos altos en organizaciones, sino “qué difícil para el que no tiene mujeres en altos cargos, qué difícil para el que no tiene en la mesa a mujeres tomando decisiones: el que no lo ha hecho, está en un problema”.

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¿A qué edad fundaste tu primera empresa y cómo fue el proceso? ¿De allí cómo fue el proceso de fundar más?

Cuando yo estaba en la universidad no se hablaba de emprendimiento, era una época en la que hablábamos cosas distintas y, además, yo estudié Diseño Industrial. Yo me crié con una mamá de origen palestino, no fue que me criaron para hacer negocios ni que alguien me estuviese enseñando. Además, era mujer y como que no esperaban eso de mi, sino como que ‘ah, la niña estudia diseño’.

Cuando salí de la universidad fui mamá que es, lejos, lo más importante de mi vida, pero sentía que en lo profesional yo quería mucho más y sin tener claro qué hacer, me junté con un amigo que había estudiado Diseño en la Universidad de Santiago de Chile (Usach) y partimos, en 2008, con una empresa de muebles que era lo más cercano a lo que había hecho en la universidad (Medular). Es una empresa de retail de diseño de muebles y quería lograr marca y mostrar que podíamos competir con China y eso se logró. Esa fue la mejor universidad. Antes había hecho un par de cosas que no funcionaron, pero siempre muy avanzada, muy soñadora, creo que todo se puede, no creo en los límites.

Ahí me empiezan a llamar muchas organizaciones como que ‘eres mujer y eres emprendedora, wow’ y se me abrió otro mundo porque empecé a conocer a gente que estaba en eso y en tecnologías. Conocí a los que son mis socios ahora en Kauel y dijimos ‘¿cómo no vamos a hacer una empresa de tecnología y que nos comamos el mundo?’.

Empezó a ser una causa para mi el desarrollar en Chile, desarrollar talento. Acá está superdesarrollada la industria minera, los commodities, la banca o el retail, pero lo que siento que en Chile no hemos desarrollado lo suficiente y que, podría decir también en Latinoamérica, es el talento de las personas.

Si uno como mujer llegaba con grandes sueños le costaba mucho más que alguien creyera en nosotras que cuando llegaba un hombre con los mismos sueños. Yo tampoco había estudiado ni en la Universidad de Chile ni en la Universidad Católica, que eran las universidades tradicionales, ni tenía una carrera tradicional, pero yo soy tan porfiada, como que tengo tan claro lo que voy a hacer que lo hago. Pero sí, a las mujeres se les cree menos y siento que además tenemos más roles que cumplir en la sociedad, por lo tanto tenemos más peso. Para un hombre, si es seco (bueno) en su trabajo, es como que ya cumplió con todo. La mujer tiene que ser buena madre, buena mujer, verse bien y la sociedad te hace sentir culpable si no estás a la altura en esos roles.

Alejandra-Mustakis
Alejandra Mustakis. Foto: Rodolfo Jara / Forbes Chile.

Fuiste reconocida por un informe de la consultora LLYC y Forbes en Español como una de las CEOs activistas que genera cambios positivos en la sociedad. ¿Siempre quisiste eso cuando fundaste tus empresas?

Yo creo que el Estado, da lo mismo quien sea el presidente, está hecho para una época totalmente distinta, el pasado. Es una estructura muy jerárquica y muy pesada y, por lo tanto, anda lento. Es muy difícil que el Estado sea el que resuelva millones de problemas a la vez; por eso yo sí creo que una real sociedad debe tener emprendedores sociales que se dediquen cada uno a un problema y que eso genere
un modelo económicamente rentable y con eso se vayan cambiando un montón de pequeños detalles en la sociedad. La herramienta empresa es una de las mejores maneras de cambiar la sociedad, con estas y la innovación podemos incluir a muchísima gente y generar oportunidades. Soy una activista y creo que a través de las empresas uno cambia el mundo.

¿Cómo han cambiado el mundo tus empresas?

Tienen causas distintas, pero todas las hemos desarrollado en Chile. Mis empresas valen mucho, no porque tengan mucha inversión necesariamente, sino porque tienen alto valor de talento, que es algo que en Latinoamérica hemos tendido a valorar menos.

La última empresa que partí se llama 1ko, que significa una comunidad. En algún minuto yo fui presidenta de un área de emprendedores, que era la ASECh, que partí casi desde cero y mientras yo estuve allí llegamos a tener 50.000 socios. Y yo viajaba de región en región y me llegaban todos los microemprendedores y la verdad es que uno a uno era muy difícil de ayudar porque le faltaban muchas cositas que no eran tan simples individualmente y me vino la obsesión con las cooperativas. Y asumí que la única manera de hacer una real gerencia era haciendo cooperativas porque puedes poner herramientas sobre muchos en vez de uno a uno.

Decidí hacer una empresa bajo este modelo cooperativo y 1ko partió en Bajos de Mena, en Puente Alto, una zona roja muy compleja en la que viven 180.000 personas, donde hay gente que siente que nunca ha sido parte del modelo de Chile y empezamos con los líderes sociales de allá. Ellos son todos socios de la empresa y hemos desarrollado el talento de los grafiteros, costureras, artesanas, desarrollando productos
y servicios que le estamos vendiendo a muchas empresas y la verdad es que ha sido increíble. Ha sido un aprendizaje. Hemos tenido que aprender cómo se maneja una empresa entre todos, a cómo sacar los mejores talentos, llevamos dos años y ellos se sienten cada vez más empresarios.

¿Cuál es tu visión sobre la sostenibilidad en las empresas y cómo ha venido evolucionando en Chile?

Desde el simple decir “soy sostenible” hasta la verdadera conciencia de lo que eso significa y el impacto de eso en los consumidores. Me fascina hablar del nuevo lujo, el que no se refiere a algo vacío. No sé si en esto me van a entender todas las generaciones. A mi también me gustan las cosas lindas, soy diseñadora, pero cuando, además de un lindo diseño, sabes que en ese producto que tienes hay mucha gente de una comunidad siendo parte, ha cambiado vidas, es superdistinto lo que te parece y lo que te produce la experiencia de tenerlo.

Yo creo que también lo que viene, sobre todo con la conciencia de los jóvenes, que están mucho más conectados y hay cada vez más información, se van a necesitar empresas que muestren que su sentido es generar oportunidades, que muchas personas puedan ser parte de beneficios, de sacar lo mejor de sí mismos, de mostrarle al mundo que desde cualquier lugar se puede, de que el talento está en todos lados. Yo quiero ser una empresaria que cambie las reglas del juego. Creo que también hablar de la palabra empresario, CEO o activista, implica tomar ese nivel de compromiso y de riesgo, hacer las cosas distintas.

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