Al escritor japonés Haruki Murakami no le preocupa mucho la llegada de la Inteligencia Artificial (IA) a la literatura y defiende la manera tradicional de concebir y elaborar la obra por su autor, pese a ser consciente de que esa manera “lenta” de transmitir información en un mundo digitalizado es para una minoría.

“Mi cabeza está llena de fallos y yo escribo con esa cabeza. Si una computadora tuviera tantos fallos como tengo en mi cabeza se podría romper”, ironiza Murakami (Kioto, 1949) en una entrevista con EFE.

El escritor está en la ciudad española de Oviedo (norte), donde el viernes recibirá el Premio Princesa de Asturias de las Letras.

Para el autor de “Tokio blues”, “la cabeza del ser humano es capaz de funcionar incluso con fallos, pero una computadora no es así”.

Su desconfianza hacia la Inteligencia Artificial la hace extensiva a las redes sociales, pese a haber puesto en marcha iniciativas como la de un consultorio con sus lectores a través de una página web, una experiencia que reflejó en uno de sus libros.

“He probado un poco las redes sociales, pero llegué a la conclusión de que no me sirven, así que no las uso ahora”, reflexiona Murakami tras lamentar que, en un primer momento, podrían ayudar a crear una democracia “de alguna forma nueva” y haber terminado “decepcionado”.

La influencia de las redes sociales y del proceso de digitalización pueden hacer que a una gran mayoría de usuarios de internet el ritmo de las novelas les parezca “muy lento”, señala el escritor japonés más leído del mundo, aunque a la vez se mostró convencido de que las obras literarias “perduran más”.

“Por eso tengo fe en el poder de las novelas y de las historias. A lo mejor hay muy poca población en el mundo que acepta una información más tardía o lenta. Aunque sea el diez o incluso el cinco por ciento, confío mucho en la fuerza de esas personas”, subrayó.

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Si una computadora tuviera tantos fallos como mi cabeza se podría romper: Haruki Murakami

“Solo escribo lo que me da la gana”

Murakami, que ya fue premiado en otras ocasiones en España, asegura sentirse “agradecido” por un galardón para el que, al igual que para el Nobel, sonaba hace décadas.

El jurado reconoció su capacidad para expresar algunos de los grandes temas y conflictos de nuestro tiempo como la soledad, la incertidumbre existencial o la deshumanización en las grandes ciudades, además de un carácter de “puente” entre la cultura oriental y la occidental del que él reniega.

“Yo solo escribo lo que me da la gana y no pienso nada sobre desempeñar un papel del Este o del Oeste, ni en servir de puente”, advierte Murakami, que llegó a la literatura tras años como traductor de autores como Truman Capote, Scott Fitzgerald, J.D. Salinger, Raymond Caver y John Irving, a los que leyó en inglés en su etapa en el instituto.

Así, cuando decidió cerrar el bar de jazz que regentaba en Tokio junto a su esposa para dedicarse por completo a la literatura, su “desafío” consistió en cómo expresarse en lengua japonesa a partir de la innegable influencia que habían tenido sobre él esos autores.

Catalogado inicialmente como autor de culto y convertido después en uno de los escritores más vendidos del mundo, un Murakami esquivo con los actos públicos admite no sentirse “cómodo” con ser famoso, dado que se considera “una persona íntima que escribe historias íntimas”.

“Prefiero una vida tranquila. Estoy feliz solo con tener conmigo libros, música y gatos. Aun así, me alegro mucho de que me lea mucha gente”, afirma el autor de “Baila, baila, baila”, reconocido melómano, aunque confiesa orgulloso haber sido capaz de alejar la música de sus últimas novelas.

No obstante, advierte, la música le sale “naturalmente” y siempre le acompaña. “Al levantarme y cuando empiezo a escribir escucho música clásica. Cuando corro o conduzco el coche, escucho rock y por la noche, jazz”, afirma sobre la dieta musical que sigue a diario.

Y recuerda, también con agradecimiento, la propuesta de Patti Smith de que el Nobel otorgado a Bob Dylan debió ser para él.

A sus 74 años Murakami también se muestra satisfecho y sin arrepentirse de haber cerrado a finales de la década de los años 70 su club de jazz en Tokio, el Peter Cat: “Me vino bien trabajar todo el tiempo concentrándome en escribir como un escritor dedicado solo a ello. Fue muy difícil compaginar dos profesiones”, recuerda.

Con información de EFE.

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