Por: Carlos Fernández de Lara

Hace poco más de cinco años escribí uno de los reportajes que más me criticaron entre mis colegas periodistas porque muchos lo veían como un simple texto sin valor o relevancia periodística. “Eso nunca va pegar”, “Nadie lo va usar”, “Es una tontería y gasto extra, ¿cómo para qué lo querría?”, me dijeron. Sin embargo el texto se hizo y la hipótesis detrás del mismo se cumplió. 

Era sobre el futuro de un nuevo tipo de gadget, que apenas comenzaba a sonar de firmas como Samsung y que se rumoraba pronto que compañías como Apple lanzaría sus propias versiones: los famosos wearables, particularmente los relojes inteligentes.

Aunque sonaba a un engaño de las firmas tecnológicas, que constantemente buscan cómo  hacernos gastar más en artículos inútiles o poco necesarios, y parecía en efecto una broma  que los usuarios quisieran pagar miles de pesos por colocarse pulseras o relojes en sus muñecas para recibir las mismas notificaciones que sus teléfonos inteligentes ya les daban o llamar por teléfono cual película de Dick Tracy, el reportaje que estaba trabajando busca demostrar que los wearables eran algo más que un moda en el mundo de la tecnología porque su nacimiento, más allá de permitirnos leer un mensaje de WhatsApp, correo electrónico o ver quién nos llamaba sin tener que sacar el smartphone de nuestro bolsillo, representaba la oportunidad de darle al ser humano una  serie de datos e información que nunca antes había tenido: datos sobre el estado de su actividad y por ende de su salud. 

Datos que para países como México, en el que se estiman más de 11 millones de diabéticos y 15.2 millones de mexicanos con hipertensión, podrían crear una diferencia en el concepto de medicina preventiva y posiblemente reducir los costos del sistema de atención médica.

En efecto, creo que aún no vale la pena adelantarse a ese futuro, pues todos los relojes o bandas inteligentes que se venden actualmente en el mercado no tienen la validez y garantía de ser perfectos en el diagnóstico de ninguna enfermedad, es decir, de ninguna manera reemplazan las citas y revisiones constantes con los médicos y profesionales de la salud. Tampoco son equipos que pueden ser accesibles para todo tipo de población, sean por limitantes de su costo o porque requieren de otras piezas tecnológicas para funcionar (principalmente smartphones).

Sin embargo, la tecnología no se detiene y está a punto de dar grandes saltos en los próximos años y para todos aquellos que dudaban al principio de que “Nadie lo iba a usar” o “Eran una tontería”, no podrían haberse equivocado más.

De acuerdo con la firma de consultoría IDC, solamente en el primer trimestre de 2020 se vendieron en todo el mundo más de 72.6 millones de dispositivos wearables, casi 30% más que lo registrados en el mismo periodo pero de 2019. ¿Y México? Recientemente la firma de análisis The CIU publicó en el estudio “Análisis y Dimensionamiento del Mercado de Smartwatches en México”, que se contabilizan 9.4 millones de usuarios de relojes inteligentes al segundo trimestre de 2020, cifra que representa un nivel de adopción de 9.1% sobre el total de los mexicanos mayores de 12 años.

Espacio en el que firmas como Apple y Samsung, controlan más de un tercio del mercado, pero en el que existen más de una docena de jugadores desde grandes marcas como Huawei y Xiaomi o Fitbit, hasta firmas especializadas como Garmin. 

En algunos casos el nivel de adopción está creciendo a tales ritmos, que en 2019 Apple se convirtió en la firma de relojería más grande del planeta al vender 31 millones de Apple Watch, más relojes que las ventas combinadas de todo el sector relojero de Suizo, que incluye a marcas como Swatch y Tag Huer.

Y conforme su adopción crece, también lo hacen sus capacidades. Los primeros relojes inteligentes entregaban datos sencillos sobre la cantidad de pasos y cálculos extraños en la lectura de la quema de calorías de nuestros cuerpos. Sin embargo, a medida que las firmas de tecnología comenzaron a ver el potencial del mercado comenzaron a crear hardware y algoritmos mucho más avanzados y específicos en sus lecturas.

De simples lectores de frecuencias cardiacas y rutinas generales de ejercicios, algunos relojes inteligentes gracias a sus algoritmos y sensores hoy tienen la capacidad de realizar sencillos electrocardiogramas, medir los niveles de oxígeno en la sangre o detectar con mayor precisión la diferencia en la quema de calorías que el cuerpo humano genera entre diferentes actividades físicas, que pueden llegar a ser tan específicas como el Yoga o el baile.

Y los planes  por entender la salud humana  no se detiene, firmas como Apple, Samsung y Google han invertido millones de dólares recientemente para aliarse con institutos de cardiología, enfermedades respiratorias o centro de investigación para comprender cómo ese números o datos que registran los sensores de las pulseras o relojes, pueden ser  indicadores de ataques respiratorios, paros cardíacos, problemas de asma o incluso la capacidad de detectar enfermedades como el mismo Covid-19. 

Sería una tontería de mi parte pensar que hoy estamos en esa realidad, pero de la misma manera que hace cinco años nadie creía en esa redacción que los seres humanos querrían o sacarían una ventaja de llevar una pequeña computadora atada en sus muñecas, estaríamos cometiendo el mismo error si seguimos creyendo que los wearables no son quizá el gadget más útil que el ser humano ha creado en la última década. 

No solo por el beneficio que hoy han entregado a millones de personas, que han visto en esos datos de actividad física un pretexto para hacer ejercicio, sino en el potencial oculto que tienen sus algoritmos de inteligencia artificial y sensores, que cada vez son más accesibles y que con cada generación van aprendiendo  un poco más sobre cómo se enferman los seres humanos, pero también sobre cómo los pueden ayudar a salvarles o mejorarles la vida.

Contacto:

Periodista y experto en temas de tecnología y negocios*

@Charleeyya

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