Es un pillo encantador. Es un buscapleitos que dice las cosas como son. Él miente cuando es necesario y durante 33 años ha pavimentado su camino hacia lo más alto de la lista Forbes 400.   Para ser un hombre que ha dominado los noticiarios nacionales casi todos los días durante los últimos meses con su nociva campaña presidencial, Donald Trump trabaja en una suite sorprendentemente tranquila. La persona más requerida en el planeta ha pedido que no le pasen llamadas durante casi dos horas para sentarse con Forbes y abordar, pieza por pieza, un tema que le preocupa en lo más profundo del alma: La cantidad que Forbes dice que con­forma su fortuna. Desde el debut de la lista Forbes 400 de estadouniden­ses más ricos, en 1982, de 1,538 magnates, ninguno ha estado más obsesionado con el cálculo de su patrimonio neto año tras año como Donald J. Trump. La valuación de la fortuna de Trump este año tiene una impor­tancia adicional, claro, debido a su intento más audaz: su altamente improbable –pero ya no inconcebi­ble– búsqueda de la presidencia de Estados Unidos. Trump ha presentado declara­ciones patrimoniales que ubican su fortuna en al menos 10,000 millones de dólares (mdd). Después de entrevistar a más de 80 fuentes y dedicar recursos sin precedentes al cálculo de una sola fortuna, terminamos con una cifra menor a la mitad de eso, 4,500 mdd, aunque de hecho es la cifra más alta que hemos tenido para él. “Estoy contendiendo por la pre­sidencia”, dice Trump. “Mi fortuna es mucho mayor de lo que ustedes dicen. No me veo bien, para ser honesto. Quiero decir, me veo mejor si valgo 10,000 millones que si valgo 4,000 millones”. Para los miembros de la lista Forbes 400, quizá, pero cuando se le presiona, incluso Trump admite que, para los votantes, la diferencia entre 4,000 y 10,000 millones es tan abs­tracta e irrelevante como una estre­lla que está a 4 o 10 millones de años luz de distancia. Al final, la queja de Trump sobre nuestros números es impulsada por Trump: cómo lo ven sus pares y aún más importante, cómo se ve a sí mismo. Siempre ha sido así. El Trump paradójico que ahora paraliza a la cultura política estadounidense es el mismo con el que la lista Forbes 400 ha estado bailando durante 33 años.   La lista Forbes 400 La edición inaugural de la lista Forbes 400 en 1982 introdujo todo tipo de nombres en el discurso nacional, y muchos de esos magnates, que hasta entonces habían per­manecido fuera del radar, pelearon contra los datos recién descubiertos. El abogado de un titán de Oklahoma, por ejemplo, ofreció dar el nombre de un reemplazo si su cliente era sacado de la lista. También estuvo el caso del desarrollador de bienes raí­ces de Nueva York, Donald Trump, de 36 años, cuya primera entrada, que calculaba que él y su padre, Fred, se dividían a partes iguales una fortuna de 200 mdd, terminó así: “Donald afirma que son 500 millones”. Trump se ha medido a sí mismo alineando activos contra pasivos du­rante toda su vida adulta. En su best­seller de 1987, The Art of the Deal, recordó su patrimonio neto cuando se graduó de la universidad (“quizá 200,000”, probablemente la única vez que valuó a la baja su fortuna), haciendo alarde públicamente de un punto de referencia para medir su éxito futuro. Añadió tres y casi cuatro ceros a esa cifra durante la década de 1980. Perfeccionó el arte del cabildeo patrimonial. A las oficinas de Forbes llegaban resúmenes financieros, a menudo con membretes dorados en relieve con el nombre de Trump para darles un brillo adicional. “Pronto aprendimos a tomar el número que nos proporcionaba sobre su patrimonio neto, dividirlo entre tres y trabajar a partir de ahí”, recuerda Harold Seneker, quien di­rigió la lista Forbes 400 durante los primeros 15 años de su existencia. Y, de hecho, la regla de “dividir entre tres” pareció funcionar duran­te toda la década de 1980, incluyendo 1988, cuando lo vinculamos con una fortuna de 1,000 mdd. Donald, no contento con su nueva condición de millonario, respondió que eran 3,740 millones. Conforme pasaban los años, Trump adoptó un toque más perso­nal, a través de llamadas telefónicas y cenas, invitando a su director de finanzas de toda la vida, Allen Weis­selberg, a acompañarle. Bueno con los nombres y repartiendo dulces, Trump puede ser muy encantador. La primera vez que lo entrevisté para Forbes, hace más de 20 años, me llamó desde la sala de espera de un hospital. Su segunda esposa, Marla Maples, acababa de dar a luz a una hija, Tiffany, me dijo. Las motivaciones de Trump para inflar su patrimonio neto fueron impulsadas en parte por dólares y centavos. “Era bueno para el finan­ciamiento”, Trump reconoce ahora, repitiendo lo que otros desarrolla­dores nos han dicho en los últimos años: que poner sobre el escritorio de un banquero una copia de la lista Forbes 400 a veces puede ayudar a asegurar préstamos más grandes y mejores tasas de interés. Cuando yo era un reportero novato que ganaba 27,000 dólares al año en la lista Forbes 400, el mayor desarrollador de centros comerciales en Texas, el fallecido Jerry J. Moore, me ofreció un trabajo como publirrelacionista con un cheque de seis números y “mucho golf” si sólo impulsaba la cifra de su patrimonio un poco más cerca de la condición de billionaire. Trump también fue pionero en convertir sus desarrollos en una marca paraguas de lujo. Cuando un periodista llamado Timothy O’Brien publicó el libro Trump Nation en 2005, un gran fragmento apareció en The New York Times alegando que la fortuna de Trump valía máximo 250 mdd (frente a los 2,700 mdd que Forbes calculaba y los 7,800 mdd que Trump presumía). Trump lo demandó por una fantástica cifra de 5,000 mdd en daños y perjuicios. Si bien la metodología de O’Brien era defectuosa, el caso fue desestima­do. Pero el extenso testimonio de Trump, obtenido por Forbes, pone de relieve la conexión que él ve entre su riqueza y su marca. “Yo no ganaba poco en ese entonces, pero fui per­cibido así”, declaró Trump. “Como resultado, creo que el artículo daña a mi marca, y me daña a mí”. “Para los registros, él considera a la 400 como una especie de Biblia”, dice una nota en el perfil de Trump en forbes, después de una comida en 1990 con el staff de la lista Forbes 400 en el Gotham Bar & Grill de Nueva York. “Y está convencido de que otros lo hacen también”. Cuando entra de lleno en el papel, la experiencia del patri­monio neto de Donald Trump es un espectáculo y una exhibición memorable, con planos de edificios, fotografía aéreas y visitas guiadas. La más reciente inicia en el gim­nasio de la Trump Tower, que luce como una sala de entrenamiento de un Sheraton, excepto por la asombrosa vista. El único ejercicio que presenciamos en el gimnasio ocurre cuando el jefe de campaña de Trump, Corey Lewandowski, corre a su lado y susurra con urgencia algo al oído de su jefe. Trump se vuelve hacia mí. “Scott Walker acaba de dejar la carrera”, dice, refiriéndose al gobernador de Wisconsin, quien, hasta que Trump llegó a agitarlo todo, había sido considerado un sólido contendien­te la presidencia. “Creo que eso es bueno.” Trump me lleva a su penthouse de tres pisos para intentar demostrar que sin duda vale el doble de los 100 mdd que nosotros le atribuimos. Su invitación para ver el Versalles en los cielos no necesitaría insisten­cias, pero Trump la vende de todos modos: “Te voy a mostrar el primer piso de mi departamento, nunca lo he hecho antes, no hago eso”. Excepto que sí lo ha hecho, para Access Hollywood, Newsweek y Ex­tra. Y a un fotógrafo de forbes en el año 2000. Vamos, su entrevista con 60 Minutes se llevaría a cabo en ese mismo primer piso al día siguiente, para ser compartida con 15 millones de personas el domingo. Trump nunca ha permitido que los peque­ños detalles se pongan en el camino de una buena presentación de venta, ya sea de una idea o de un edificio. En 1990, sin embargo, la hipér­bole Trump le salió por la culata. El mercado de bienes raíces de Nueva York colapsaba, sus casinos de Atlantic City comenzaron a tener problemas y él tenía el agua hasta el cuello con su nuevo jugue­te, la aerolínea Trump Shuttle. En 1989 Forbes valuaba su fortuna en 1,700 mdd. En la primavera de 1990, forbes imaginaba que su pa­trimonio alcanzaba los 500 mdd en el mejor de los casos. Para el otoño el endeudado Trump tenía una “capacidad de convocatoria igual a cero” y salió de la lista Forbes 400. Al igual que hoy, Trump estaba sentado en su oficina y refutó la valuación. No fue muy convincen­te. “Voy a mostrarte números de flujo de efectivo que nunca le he mostrado a nadie antes”, dijo en ese entonces, con su confianza habitual, pero dobló las páginas para ocultar la columna final. Y si bien insistió en que su patrimonio fluctúa entre los 4,000 y los 5,000 mdd, forbes tenía registros que Trump había presen­tado ante un organismo guberna­mental, en los que afirmaba que en mayo de 1989 sus activos netos eran de sólo 1,500 mdd, un tercio de lo que nos había dicho e incluso un poco menos de lo que forbes había calculado el año previo. Esas mentiras se volvían más descaradas cuando se ahondaba en los detalles. En 1988, Trump envió a forbes un documento que enlistaba sus residencias perso­nales –incluyendo Mar-a-Lago, su mansión de Palm Beach–, con un valor neto total de 50 mdd. Al mismo tiempo, sus declaraciones juradas colocaban el valor total de esos activos en 30 mdd, más una carga de deuda de 40 mdd. Trump también dijo que era propietario de 159 mdd en acciones y bonos, todas ellas libres de compromisos. No obstante, los documentos pre­sentados ante la sec (la Comisión de Valores de Estados Unidos) mostraban que pidió prestado a lo grande para comprar las acciones, las que posteriormente colapsaron. A Trump no le gustó ese desafío a su reputación. Él publicó un ensayo en el diario Los Ángeles Times: “Forbes materializó una venganza personal en su versión impresa”. Él sostuvo que el reportaje “deli­beradamente equivocado” estaba impulsado por el deseo de vender revistas y dañar su reputación. Le dijo a Sam Donaldson de ABC: “Forbes ha estado tras de mí du­rante años, constantemente detrás de mí. Forbes está haciendo todo lo que puede para hacerme quedar tan mal como sea posible.” Demos un salto 25 años hacia el futuro. Trump es célebre por su in­capacidad para disculparse. Pero él ahora admite lo obvio: que él estiró los hechos en esos días oscuros. “Por cierto, nunca me quejé.” Cuando recuerda que, efectivamen­te, se quejó, Trump se encoge de hombros. “Sí, lo que sea.” grafico_trump Publicidad Salvo en alguna versión de un chiste en el que dos personas entran en un bar, el Papa y Donald Trump probablemente nunca ha­bían sido mencionados en la misma frase. Pero la providencia intervino a finales de septiembre, cuando Fran­cisco, en su primera visita a Estados Unidos, decidió oficiar la misa de la tarde en la Catedral de San Patricio de Nueva York, y los planificadores papales decidieron que la procesión formal, que recorrería la Quinta Avenida encabezada por el Papa­móvil, comenzara justo debajo de la Trump Tower. Y así, Trump pregunta si pode­mos interrumpir la entrevista para portada de Forbes para avistar un acontecimiento improvisado. Cuan­do se acerca la caravana del Papa, Trump lleva a una media docena de personas a un balcón en la esquina de un quinto piso adjunto a la sede de su campaña, el “piso político mejor ubicado en la historia”. A 22,358 dólares por metro cuadrado (o 113,885 si haces caso a los núme­ros de Trump), no es una exagera­ción. Sin embargo, además de los carteles que cuelgan de las paredes y una mesa triste o dos, es un sitio completamente muerto. El hombre más rico en buscar la presidencia dirige una operación esquelética, basada en lo que le dicta su instinto y en la publicidad gratuita que le dan los medios. “Yo, literalmente, he gastado 543,000 en mi campaña”, dice Trump. “Otras personas ya han gastado 20 o 25 millones”. El famoso Papamóvil yace unos 20 metros debajo de nosotros, espe­rando a su pasajero. También 20 metros debajo de nosotros miles de personas esperan en la Quinta Avenida para tener un avistamiento papal. Teniendo en cuenta la cantidad de católicos en Nueva York y la visita de un Papa argentino a la ciudad, más o menos la mitad de esos asistentes es de ascendencia latina. “Fran-cis-co, Fran-cis-co”, fue la ovación mien­tras se acercaba el pontífice. No es exactamente la base de votantes de Trump. Por primera vez, Trump no busca atención: “Me vería como un idiota… éste es el día del Papa”. Pero últimamente, en especial con su 1.83 de estatura y esa melena, no tiene otra opción. Así que Trump saluda al público desde su balcón, una especie de Juan Perón de pelo naranja. Los abucheos y silbidos no se hacen esperar. Impasible, Trump se vuelve hacia mí. “Noventa por ciento positivo”, dice. “Noven­ta por ciento es bastante bueno. Tomarías ese 90% de inmediato en unas elecciones.” ¿Acaso Trump escuchó lo que todos los demás, pero inmediata­mente dio un golpe de timón hacia el absurdo? Si bien hubo un puñado de aplausos, los silbidos definitivamente se llevaron el día. ¿O es que acaso sólo escuchó lo que quería? Mientras el Papa recorre las calles debajo del nido de Trump, la actitud general del millonario es extra positiva. “¿Ves lo que quiero decir acerca de este edificio? Ésta es realmente una gran pieza de bienes raíces. Hombre, tenemos una buena ubicación”. Durante una conversación anterior Trump dijo en diferentes oportunidades que podría vender su participación en la Torre Trump por 2,000 o 2,500 mdd, incluso por 3,000. Cuando se crean con tal facilidad 1,000 millones extra (muy lejos de los 530 mdd en los que nosotros valuamos el edificio), es fácil ver cómo afirma que su fortuna ronda los 10,000 mdd. Esta visión del mundo ofrece una posible explicación a lo que es quizás el mayor enigma que rodea al candidato Trump: ¿Cómo puede alguien tan inteligente y elegante promover ideas tan ignorantes –y a veces peligrosas–, ya sea un vínculo refutado entre las vacunas y el autis­mo o la mentira sobre la posibilidad de que Obama haya nacido en Ke­nia? Y al mantener su mensaje sim­ple y repetirlo con convicción una y otra vez, Trump tiene la capacidad de moldear los hechos. Cuando apa­rece en The Late Show with Stephen Colbert al día siguiente, el anfitrión afirma que Trump tiene una fortuna de 10,000 millones, sin vacilar. Desde el regreso de Trump a la lista en 1996 ha tenido una relación más matizada con la Forbes 400. Desde el lado de Forbes aplicamos la política de Reagan: Confía pero verifica. Trump comparte más informa­ción que ningún otro en la lista, y aceptamos lo básico. Pero sin prue­bas de propiedad o deuda o activos específicos, nos mantenemos cautos. Por lo general el equipo de Trump nos muestra sus inver­siones líquidas. El año pasado vimos la documentación para el efectivo y equivalentes de efectivo por 307 mdd. Ahora afirma tener 793 mdd, pero no está dispuesto a demostrarlo. Así que juga­mos a lo seguro con 327 mdd (extrapolados para incluir el producto de la venta de Miss Universo). Del mismo modo, en el sector inmobiliario, Forbes valúa a Trump usando modelos de margen operativo. El equipo de Trump asume que apare­cerán de la nada compradores con muchos millones en efectivo, que se otorgarán permisos de zonificación y que las casas en torno a los campos de golf serán construidas sin costo alguno para él. Como en los viejos días, nuestros cálculos son de más o menos un tercio de los de él. Y en cuanto al valor de la marca Trump, que su equipo a menudo valúa en miles de millones fantasma, ahora constantemente le damos un valor de cero. Decimos que el valor de la marca ya está integrado en su patrimonio neto y no le asignamos un valor teórico actual para futuros acuerdos. Pero Trump y su equipo también nos corrigen en cosas como los metros cuadrados de Niketown (de­masiado bajos) y las cargas de deuda de Trump Park Avenue y el Old DC Post Office (de 170 millones a sólo 8). También, dada su insistencia, reanalizamos la Trump Tower y el campo de golf Doral. En total hemos añadido 700 mdd a nuestra estima­ción inicial de su patrimonio neto. Mientras tanto, Trump, como es su costumbre, habla duro. “Él es un macho alfa, uno en esteroides”, dice Phil Ruffin, miembro de la lista For­bes 400 cuya asociación con Trump en Las Vegas ha dado a cada uno 96 mdd. “Es fuerte. Es competitivo, extremadamente competitivo.” “Creo que estás tra­tando de hacerme ver tan pobre como sea posible”, dice Trump, cuyas declara­ciones de campaña política sostienen que sólo en este año su patrimonio ha aumentado de 8,700 mdd (3,300 millones de ellos sólo por la buena volun­tad de la marca) a más de 10,000 mdd. Durante sus entrevistas él plantea que “mucho más de 10,000 mdd”, y dice que otra “respetada revista que está por salir” calcula su fortuna en 11,500 mdd. “Te vas a ver mal”, añade. “Y mira, todo lo que puedo decir es que Forbes es una revista en bancarrota, no sabe de lo que está hablando. Eso es todo lo que voy a decir porque es vergonzoso para mí.” Mi pregunta general para Trump es simple: ¿Cree que Forbes usa una metodología diferente para valorar su fortuna de la que usa con el resto de los titanes de bienes raíces en la lista Forbes 400? “Sí, lo creo”, responde. “Sí.” Y al final de nuestra entrevista pregunta si tengo un titular en men­te para la historia. Le digo, sinceramente, que no. Entonces le pregunto si tiene alguna sugerencia. El populista que quiere ser presidente, con la cuenta bancaria del multimillonario y la percha papal, apenas hace una pausa para pensarlo: “El Rey”.  
  • Nota publicada originalmente el 28 de octubre de 2015. 

 

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