Por Julián Andrade* Para el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, hay que recuperar la senda de desarrollo que se habría roto en 1982. La lectura que hace del pasado es interesante, porque vuelve a la vieja polémica entre políticos y tecnócratas, a la ruptura de algunas de las corrientes progresistas con el grupo que tenía el poder y que encabezaba el presidente Miguel de la Madrid. En efecto, los años de la crisis y sus ajustes, terminaron por crear fisuras en el PRI y la más importante fue la Corriente Democrática que encabezaron Cuauhtémoc Cárdenas, Ifigenia Martínez y Porfirio Muñoz Ledo. López Obrador se sumaría al proyecto en 1988 e iniciaría así una larga marcha hasta obtener el poder presidencial en 2018, luego de una votación histórica en su favor. Acaso por ello, uno de los ejes de la política del nuevo gobierno, será el alejamiento de estrategias y modelos económicos que, a su modo de ver, significaron mayor pobreza para la población y una enorme corrupción. Hay una cierta nostalgia por el pasado, por la ilusión de aquel país en el que se lograron altos niveles de crecimiento y en los que los proyectos de los gobierno postrevolucionarios significaron un desarrollo social de altas dimensiones. Sin embargo, esa propuesta estaba envenenada, porque solo podía sobrevivir atada a la lógica de un partido dominante que tuviera como eje de las decisiones al presidente de la República. Además, la profundización de la crisis significó un daño patrimonial para las familias más pobres y se tuvieron que posponer proyectos para enfrentar la devaluación del peso, la baja del petróleo y el enorme dispendio de los “administradores de la abundancia”. El gobierno de José López Portillo terminó en el descrédito y bajo presiones internacionales enormes, aunque quedó el saldo positivo de la Reforma Política, la que permitió la participación de la izquierda por las vías legales. Lo que se hizo desde los años ochenta, es poner controles al presidencialismo y empujar la apertura democrática, la que en el año 2000 permitió la primera alternancia con la llegada de Vicente Fox a Los Pinos. Un dato interesante es que justamente en el gobierno de De la Madrid cuando iniciaron esfuerzos sistemáticos para construir una política de seguridad pública y otra nacional adecuada a las circunstancias internacionales. Esto es, los sexenios previos resultaron más que tenebrosos en el tema de las corporaciones y un ejemplo claro de ello fue la Dirección Federal de Seguridad. Por eso, me parece, hay que ver con cuidado el pasado del estatismo mexicano. No existió aquel país de crecimiento y paz y más bien su recuerdo es una construcción narrativa que ha servido en la disputa del poder político. Quizá la clave para el nuevo gobierno, radique en retomar los resortes de la política social, pero aceptando lo que no funcionó y asumiendo la necesidad de preservar los equilibrios que provienen de los órganos autónomos y que hicieron, entre otras cosas, posible su propio triunfo. *Periodista y escritor. Es autor de la Lejanía del desierto y coautor de Asesinato de un cardenal   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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