Durante todo el año electoral en Estados Unidos no se pudo labrar una narrativa cinematográfica tan oscuramente entretenida o angustiosamente curiosa como la de la misma elección, con sus ya conocidos protagonistas y situaciones, lo que le arrebató protagonismo a todos los ámbitos del entretenimiento, particularmente al cine, que este año vio una sensible baja en sus entradas en taquilla, pero que reflejó en varios sentidos lo que el enfrentamiento Trump/Clinton acaparó. A inicios de año, en el Festival de Sundance, la película que emergió con un altísimo perfil fue El nacimiento de una nación del cineasta afroamericano Nate Parker que narra, con escandalosa grandilocuencia, el levantamiento de un grupo de esclavos en una plantación del Sur de Estados Unidos en tiempos de la Guerra Civil. La cinta, que se presentó en México en el Festival de Morelia, rápidamente se convirtió en la puntera por el Oscar, hasta que después de un escándalo de abuso sexual por parte del director, fue bajando su perfil hasta que, tras el triunfo de Donald Trump, la distribuidora 20th Century Fox, ha decidido cancelar su estreno en distintas partes del mundo, aún después de haber pagado una suma récord para hacerlo. La historia de un grupo de esclavos que se sublevaban en la White America tenía una sincronía ideal con las voces críticas que clamaban diversidad en la industria del entretenimiento, motivadas por el optimismo del fin de la Era Obama y la continuidad que se garantizaba con la eventual presidencia de Hillary Clinton, pero ahora los reflectores han sido tomados por otro sector de la sociedad estadounidense, marginalizado por el neoliberalismo y reivindicado por el discurso nacionalista y proteccionista de Trump. Es justamente ese sector, la clase media baja o baja caucásica, el que fue el centro de varios filmes a lo largo del año, algunos que pudimos ver en México, como The Other Side del documentalista Roberto Minervini, en el marco del Festival Internacional de Cine de la UNAM, Hell or High Water de David Mckenzie y American Honey de Andrea Arnold que se pudieron ver en el Festival de Cannes o El Día de la Independencia: Contraataque, en la cartelera veraniega. Estas películas presentan, desde perspectivas distintas, una visión que exalta el lumpen económico, social, mental y afectivo de una población anclada en valores de otra época, silenciosamente agresivos, intimidantes, incomprendidos y exiliados de una sociedad que en su afán de progreso y ansia cosmopolita dejó muy detrás las necesidades de dicho segmento. Sea en la melosidad pop de los adolescentes de Dulzura americana, los grupos paramilitares y las bacanales anti-Obama de The other side o el ridículo patriotismo de los héroes en El día de la independencia: Contraataque, denotan la mezcla de melancolía, furia, desolación y vulgar patriotismo que triunfó en las pasadas elecciones. Ecos de la lucha de resentimiento de estos Estados Unidos, que buscaban recapturar su “grandeza” contra el discurso incluyente y progresista de la Era Obama se pudieron apreciar en filmes como Loving de Jeff Nichols, parte de la Muestra de la Cineteca, en la que el matrimonio interracial de Mildred y Richard Loving es sentenciado a prisión en la Virginia de 1958 en una sociedad no muy distinta a la actual. El resentimiento estaba presente también en El maestro del dinero de Jodie Foster, en la que un joven, desesperado y en crisis, tomaba como rehén al conductor de un programa de televisión sobre finanzas que en uno de sus programas aconsejó invertir en lo que resultó un terrible timo y que culmina evidenciando la insaciable avaricia de las cabezas de Wall Street mientras que Oliver Stone en su panfletaria Snowden hace una apología del ex investigador de la Agencia Nacional Seguridad de EU que reveló el espionaje masivo que el gobierno de Estados Unidos hace, no solo a su pueblo, sino al mundo entero. Explotados, defraudados y espiados, la balanza se inclinó movida por la confusión y el miedo, que se convirtieron en enormes obstáculos en recientes fantasías como la atmosférica La Llegada de Dennis Villeneuve o Animales fantásticos y donde encontrarlos de David Yates elaboran sofisticadas alegorías en las que el auténtico esfuerzo de comunicar tiende puentes con “los otros” y donde la persecución de minorías -una cacería de brujas literal- encuentra una solución en la magia de la comprensión y la empatía. Las películas lo logran, la realidad no. Ante tiempos aciagos e inciertos, la industria de Hollywood habrá de decantarse por tres alternativas: reflejos, trampas o escapes. ¿La resistencia? Esa seguirá quedando en manos de cineastas de otros países como Andrey Zviagintzev (Leviatán, 2014) en Rusia o Kleber Mendoca Filho (Aquarius, 2016) en Brasil. La industria entonces creará  reflejos de una sociedad descompuesta y profundamente fragmentada, trampas que banalicen o, peor aún, ensalcen el lado más intolerante del discurso trumpista o escapes que provean distracción, confort o júbilo aunque sea pasajero. El primero de estos, que sin duda será coronado por la industria en los siguientes Óscares será el musical La La Land de Damian Chazelle, una agridulce píldora que presenta el idilio entre una actriz y un cantante y que a pesar de su colorido, gracia y encanto, no termina sin recordarnos que la fantasía más sublime es la más cruel: la que nos regresa devastados a lidiar con el mundo real.   Contacto: Twitter: @jjnegretec   Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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