Por: Nora Méndez*

La crisis sanitaria que hoy vivimos ha tenido ya graves repercusiones en materia socioeconómica, ante lo cual han surgido múltiples y muy loables iniciativas ciudadanas para tratar de aminorar el impacto inmediato en las familias más golpeadas. Sin embargo, la necesidad de atender los temas urgentes de salud y alimentación parece nublar la mirada ante otro tópico también fundamental, la educación, con repercusiones en el corto, mediano y largo plazos.

El cierre de institutos en todo el mundo por la pandemia, aunado a la ya evidente recesión mundial, está teniendo impacto en millones de niños y jóvenes a nivel global, amenazando con marcar a generaciones enteras. Por supuesto, el golpe ha sido muy desigual entre los diferentes niveles socioeconómicos, a partir de los recursos de los hogares y de las propias escuelas.

Las dificultades de la enseñanza a distancia son abrumadoras aún en los casos en que se cuenta con equipo de cómputo y conectividad que, sabemos, son lujos reservado a pocas familias. Conocer la realidad de la mayoría de estas es entender los espacios constreñidos en que conviven muchas de ellas, superponiendo las dinámicas de estudio con las de la casa y, en muchos casos, también del trabajo. Es entender que una gran cantidad de padres no pueden acompañar los esfuerzos de sus hijos, por falta de tiempo, de conocimientos o de capacidad para transmitirlos.

Esto ha repercutido ya en la calidad de los aprendizajes. Especialistas de la NWEA (antes conocida como Northwest Evaluation Association) y de las universidades de Brown y Virginia, calculan que los logros de los infantes en Estados Unidos en materia de lectura serán de entre 63 y 68 por ciento, con respecto a un año promedio, en tanto que los logros en matemáticas alcanzarán solo entre 37 y 50 por ciento. En el mismo país, se habla de una pérdida de instrucción promedio de alrededor de siete meses de estudio, lo que se agrava a nueve meses en alumnos latinos y a diez en la comunidad afroamericana.

El Banco Mundial ha subrayado la necesidad de atender el tema educativo frente a la pandemia, que ha venido a agudizar los retrasos y brechas en la formación que ya se vivían en un gran número de países. Este organismo, y otros tantos especialistas en la materia, alertan sobre los antes mencionados impactos en los aprendizajes, pero también ponen el reflector en temas de la oferta y demanda pedagógicas.

Por el lado de la oferta, se señala el riesgo de que las naciones, ante la necesidad de atender los efectos sanitarios de la enfermedad, no cuenten con recursos —o bien no los orienten de manera adecuada— para el necesario fortalecimiento de sus sistemas escolares, desde la atención a los puntos básicos que aseguren la salud y seguridad de los estudiantes, hasta aquellas nuevas inversiones que faciliten la continuidad educativa, ya sea con educación híbrida o a distancia, que vienen a sumarse, en muchos casos, a las insuficiencias previas de equipamiento básico que requerían cientos de miles de escuelas alrededor del mundo.

En el lado de la demanda, el riesgo de deserción se multiplica al sumarse las lagunas en los aprendizajes con la falta de recursos de las familias y la consecuente necesidad de millones de jóvenes de integrarse al mercado laboral de manera prematura, condenándolos a precariedad laboral a lo largo de su vida. Nuevas generaciones con menos herramientas para integrarse al trabajo, justamente en un entorno económico que, se prevé, será el más complicado de los últimos 100 años.

Ante este escenario, se habla ya del riesgo de una generación perdida a causa de los impactos en la educación del Covid-19 y es preciso actuar ya para evitarlo.  Si bien los gobiernos deben jugar un papel central en este sentido, como sociedad debemos aportar todo cuanto podamos para contribuir a evitar una tragedia con repercusiones sumamente dolorosas en la vida de millones de personas. Es inaplazable no solo por los niños y jóvenes, que merecen la posibilidad de cumplir sus sueños y forjarse una vida más promisoria, sino también por la mera conveniencia económica de evitar un impacto negativo de enormes dimensiones en la productividad y futuro económico de nuestros pueblos.

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LinkedIn: Nora Méndez

*La autora es Directora de Fundación Aliat – Aliat Universidades.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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