Cuando se recorre México y la belleza de sus pueblos y playas, Acapulco es parte de los lugares imprescindibles… desde El Chavo hasta Luis Miguel ha hecho parte del imaginario del país, que hoy se ve impresionantemente destrozado por vientos de 300 kilómetros por hora, y que horas antes de tocar tierra eran una tormenta tropical. 

El icónico balneario que logró sobrevivir años de inseguridad delincuencial y corrupción política quedó al borde de la destrucción por la inclemente naturaleza.

Hasta ahora se confirman 27 muertos y se estima que las pérdidas económicas sumen al menos 15,000 millones de dólares, según la firma de análisis de riesgo especializada en desastres naturales y guerras Enki Research. Y es que las imágenes no mienten: la destrucción que trajo el huracán Otis para muchos implica la reconstrucción de una ciudad emblema que ha quedado prácticamente en ruinas.

Deja perplejos a meteorólogos e investigadores naturales cómo en menos de 24 horas una tormenta tropical nivel dos terminó convertida en un huracán nivel cinco, muchos advierten que los modelos predictivos generalmente utilizados no lograron prever este fenómeno. 

También el periodista Carlos Loret de Mola confirmó en su programa lo que se comenta -y debate- en todas partes: el presidente no anunció a tiempo lo poco que se sabía sobre la llegada de Otis como huracán. 

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No dedicó un minuto de su interminable mañanera (donde mucho es atacar a todo aquel que cuestione la 4T, también he sido parte de esa treta) a advertir que para la noche había que prepararse para una tragedia, sabiendo que desde 3:15 de la madrugada del martes el servicio meteorológico mexicano comenzaba a ver la transformación de la tormenta. Sólo hasta la noche, a escazas horas de que Otis tocara tierra, López Obrador habló en su cuenta de X (antes Twitter). Sin comentarios.   

Pero más allá de la polémica política, no deja de preocupar el incremento en el impacto que dejan los fenómenos naturales en la actualidad, desde el calor extremo incendiando y deshidratando continentes, inviernos inclementes que retan toda supervivencia, lluvias torrenciales que inundan ciudades de todo tamaño, o tornados devastadoras como este. 

Es una realidad… otro elefante en el salón del que pocos quieren hablar: Estamos ante la normalización del clima extremo como parte de la existencia humana, en un momento donde la lucha por detener el curso del cambio climático sigue su curso, buscando que esta nueva realidad no sea la transición hacia un contexto futuro cataclísmico.

Porque las cifras no mienten: de acuerdo con el Centro Nacional de Información Ambiental de Estados Unidos (NCEI en sus siglas en inglés) en 2002 hubo en este país siete eventos climáticos que le costaron a los contribuyentes 60.4 billones de dólares. Para 2022 las emergencias llegaron a 18, y el monto saltó a 178.8 billones de dólares.

Mirando a futuro, un estudio realizado por la Universidad de Oxford prevé que para 2040 los gobiernos incrementarán un 35% su gasto en desastres naturales, y vicisitudes como el Fenómeno del Niño y veranos con temperaturas bordeando los 50 y 60 grados Celsius serán parte de la cotidianidad de muchos. La devastación de Otis parece entonces como otra ‘puerta al futuro’ que nos muestra tangiblemente las consecuencias que tiene y tendrá el cambio climático.

Sin embargo México prevalece gracias al impresionante instinto de ayuda de sus habitantes, que me recuerda el terremoto de 2017 en CDMX, y como desde el CEO hasta el vendedor informal se remangaron para mover escombros, preparaban tacos para compartir, y armaban brigadas de apoyo. 

En este momento, la Secretaría de Gobernación de México difundió 14 lugares en la Ciudad de México que funcionarán como centros de acopio para los afectados por el huracán, los influenciadores de todo tipo están movilizando ayuda, corporativos como Bimbo y Coca-Cola alistan convoys, las vecindades arman grupos de WhatsApp para la ‘coperacha’, y viene más. 

Gestos que reconfirman el gran corazón y tesón de los mexicanos, que mantienen la esperanza de un mejor mañana. No puedo dejar de pensar en la primera vez que fui a Acapulco en 2008 y la experiencia inolvidable que fue. Estoy con ustedes compartiendo el dolor y las ganas de salir adelante. Porque SOMOS CHINGONES. 

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*El autor es consultor global de negocios; enfocado en consumo masivo, estrategia competitiva, innovación, y prospectiva.

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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