El precariato es un espectro silencioso y discreto que recorre el mundo y va marchitando la esperanza por donde pasa. Nadie parece dar cuenta del daño que va causando y quienes advierten no logran elevar la voz lo suficiente como para ser escuchados. Me recuerda mucho esas palabras del Manifiesto Comunista que Marx y Engels escribieron refiriéndose  de los conflictos sociales, políticos y económicos que padecía el capitalismo industrial en Francia, Alemania o Inglaterra. Esas mismas frases, resuenan por su vigencia.

Hoy, observamos cómo aparecen nuevos tipos angustias que recorren a las sociedades en el mundo, y otros horrores aparecen en el horizonte. Uno de los que me parece más urgente de observar es el de la precarización de las condiciones en las que las personas trabajan en prácticamente cada región del mundo.      

El precariato no es una fantasía ni el producto de un ánimo amarillista. Es real y es un problema de múltiples dimensiones que abarca el aspecto económico, social y cultural. Se trata, en una primera instancia del deterioro del poder adquisitivo, pero también del incremento de la inseguridad social, la inestabilidad o exclusión laboral, y los problemas de integración y cohesión de jóvenes y adultos, de sanos y enfermos, en fin de todo tipo de personas, al mundo del trabajo y la producción. Se refiere al deterioro de la vida y a la dificultad de acceder a una mejor calidad de porvenir. Todo esto, en relación a las nuevas formas de trabajo que han aparecido en el planeta por los avances tecnológicos. Cuidado, no es una crítica al progreso sino a la forma de abuso en las que algunas formas de autoempleo obnubilan y pasan por encima de las personas sin respetar sus derechos.

Podemos pensar que el precariato se circunscribe al sector de la población con un nivel educativo bajo y escasos recursos, eso es un error. La precarización es una mancha de tinta negra que se escurre en un papel de china y se extiende rápidamente.  Afecta igual a con baja escolarización, pero también ha comenzado a aparecer con fuerza entre los jóvenes egresados de las instituciones de educación superior. Es un monstruo del que cada vez menos escapan.

Podemos notar que hay un impacto grave en el deterioro de las oportunidades laborales de los jóvenes universitarios. Hay muchas razones que dan origen a este fenómeno. Las promesas no cumplidas de la globalización económica, la reconfiguración del Estado de Bienestar, la masificación de una educación superior que falla en la calidad y exigencia, la inmediatez, la falta de perseverancia, la inseguridad pueden ser factores de causa y estructura que explican la precarización. La modernización y el supuesto progreso tienen paradojas, tensiones y contradicciones que se han ido creciendo a partir de la digitalización, la automatización de procesos y la sobre oferta pública y privada de educación superior que lanza al mercado a muchos profesionistas que no encontrarán un trabajo digno.

 Esta paradoja de masificación de la educación tuvo la buena intención de  ampliar las oportunidades de formación y empleo para las nuevas generaciones de jóvenes, bajo el supuesto de que la economía crecería y de que se requerirían de poblaciones más escolarizadas y mejor preparadas para los retos de la globalización. El problema resulto en el momento en que el egreso de jóvenes de instituciones de educación superior fue en condiciones adversas. Una mala calidad de los programas de estudio, una baja exigencia escolar, un detrimento en el papel del profesor, una venta de falsas expectativas que lejos de preparar al estudiante a enfrentar los retos de exigencia laboral, los lanzó con herramientas erráticas e insuficientes para generar resultados. El mundo cambió, la gente migró y en su búsqueda, se topa con formas de trabajo que no dan ni garantías ni respeto a los derechos fundamentales.

El precariato, en más de un sentido, el resultado de un fracaso y la evidencia de una ilusión fallida. Se vende un espejismo. Se dora la píldora del autoempleo para ocultar la realidad del precariato. Encima, una economía mundial estancada se empareja con la disminución de oportunidades laborales y da como resultado el deterioro del valor simbólico y práctico de lo que significa un puesto de trabajo digno. Y quiero ser cuidadosa con este tema. No tiene nada de indigno desempeñarse en cualquier tipo de tarea decente. Pero, es un desperdicio que un médico esté manejando un taxi, cuando podría estar sanando personas; es un derroche ver a un químico o a un financiero repartiendo comida para una plataforma digital, es un despilfarro tener a un ingeniero contestando llamadas en un call center.

Bajo el principio flexibilidad laboral como sinónimo de modernidad, los trabajos permanentes, estables y con prestaciones —como derecho a seguridad social, vacaciones, aguinaldo, etc.— fueron sustituidos por las plataformas digitales, los trabajos eventuales a distancia, los pagos por proyecto, la expansión de la informalidad laboral, y la viralización de la ilusión de tener algo, que en realidad es una quimera. Es la fantasía del trabajo sin empleo. Es conseguir una forma precarizada de generar ingresos para salir con los gastos de la vida.

El precariato tiene un nudo central: el empeoramiento del empleo que ha tenido más impacto en el terreno profesional. No se ve ni el mejoramiento de las expectativas y condiciones de vida de miles de personas que cada año tienen el  propósito de asegurar proyectos individuales y familiares satisfactorios y productivos. El panorama que dibuja el precariato es gris. Las brechas de la precarización marcan el territorio de la inserción y exclusión de las personas.

El precariato nos da una falsa ilusión basada en una retórica que promete mejores posibilidades. Innovación y emprendimiento de plataformas que ofrecen alternativas que la gente toma, por no existir otras alternativas y sin entender que son sebos venenosos de la la cuarta revolución industrial: la digitalización, la economía basada en la innovación, el alargamiento de los ciclos formativos de las personas, a la búsqueda del prestigio y el éxito individual en el mundo laboral y una oferta cada vez más precaria de empleo.Pero el espectro está aquí, se mueve entre nosotros y se nos aparece con la misma cara de la Meduza, que primero luce hermosa y es después que vemos las serpientes que le salen de la cabeza.

Estas alegrías efímeras, estos delirios fugaces suelen ser el aceite de los sueños e ilusiones, aunque luego venga la triste realidad. Es más que urgente observar el nivel de la precarización de las condiciones en las que las personas viven en prácticamente cada región del mundo. El precariato es un tema serio. Muchos de quienes lo integran son profesionistas que no tienen posibilidad de empleo y desempeñan labores por las que no reciben una contraprestación. La ley de oro en economía —hacer más con menos— obliga a preferir una máquina que a un trabajador.

Hoy, nos planteamos una pregunta similar, ¿será posible que un robot nos sustituya? La cuestión que pareciera salida de una novela de ciencia ficción, hoy es el tema de discusión que convoca a las personas más poderosas del mundo. ¿Y eso, cómo nos atañe personalmente? No podemos soslayar el tema ni sentirnos ajenos. El precariato tiene una relación directa con el subempleo. Cuando alguien no recibe una paga por su trabajo, cuando el esfuerzo no se ve compensado y las condiciones de vida de un ser humano se comprometen, es tiempo de empezar a reflexionar. ¿Qué hacemos para resolver este tema? 

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