Más allá de lo que Popper bautizó: “la llamada de la tribu, esos nacionalismos y todas las taras que le son congénitas: la xenofobia, el racismo, el proteccionismo, la autarquía… Pero ¿dónde se ubica tu país en este contexto?

 Más allá del resurgir de los fundamentalismos, que quieren dejar de seguir siendo movimientos de minorías, lo que estamos viendo emerger ante nosotros es una forma de “nacionalismo híbrido”, en el que parecen converger tendencias colectivistas y populistas, al lado de sentimientos de exclusión, más relacionados en todo caso con el estatismo y el corporativismo de Estado. No es de extrañar, por tanto, que los “partidos políticos de derecha” en los que se exaltan y defienden valores nacionales hayan ido ganando terreno en gran número de países, incluidas algunos latinoamericanos.

Aunque por el contexto en el que surgen (decepción de los resultados obtenidos por aperturas de fronteras y libre mercado) no siempre son partidos políticos que se sitúan en ese ‘hibridismo’. Me refiero a los nacionalismos exacerbados de un buen número de partidos a los que generalmente se les ubica dentro de la derecha, en la cual se incluye erróneamente, la ultraderecha ideológica, que suele ser más radical y contraria a la democracia.

Entre confusiones y reductivismos

Este tipo de posiciones radicales ha proliferado en potencias occidentales, llegando a tener una presencia notoria en el Parlamento Europeo, en donde incluso se han expresado opiniones de racismo y de xenofobia, de manera particular entre los representantes de los partidos Frente Nacional de Francia, Partido Nacional Democrático de Alemania, Partido de la Libertad de Austria, así como la Liga Norte, el Partido por la libertad de los Países Bajos, el grupo político polaco llamado Nueva Derecha, formando en total una representación extremista de diputados de ese cuerpo representativo (ver SCHIEDEL, H. “Rechtsextremismus…”.). Son partidos y grupos que están ganando posiciones en sus respectivos países. Al grado que, como lo señala un estudio realizado en Austria, se calcula que en Europa 100 millones de personas piensan de esa manera.

Se enfatiza en ese tipo de ‘nacionalismo’, que no podemos abordar bajo una óptica confusa ni reductivista: una cosa es el nacionalismo de los partidos políticos de ultraderecha (como aquellos a los que se refiere el informe austriaco), y otro es el nacionalismo que puede ser de derecha o de izquierda. Distinción que parece pertinente y necesaria, ya que diariamente leemos en los periódicos y redes sociales expresiones que hacen pocos matices y confunden los términos, sin hacer las debidas acotaciones.

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Lo que aquí quiero resaltar es que hoy, y me parece que en los próximos diez o quince años, la tendencia es hacia el repliegue de los Estados frente a las ‘poderosas organizaciones’. Lo cual nos hace suponer que volveremos a escuchar expresiones que teníamos guardadas en el baúl del pasado o en el armario de los temas aparentemente superados como, por ejemplo, soberanía nacional, pueblo, nación y patria. Términos que expresan una vuelta a esquemas de gobierno más contundentes en lo público y quizá bajo una bandera mercadológicamente más humanitaria.

Así, resurge un nacionalismo que estructura el ADN de los fenómenos sociológicos y geopolíticos pendulares que exaltan a los Estados fuertes frente a las organizaciones débiles, y a los Estados débiles frente a las organizaciones fuertes. El drama se centra en quién se impone sobre quién, y donde el ciudadano se desnaturaliza para transformarse en solo ‘votante’ o mero ‘consumidor’. 

¿Cómo resolveremos la posible colisión de gobiernos nacionalistas y sistemas que en muchos aspectos son irreversibles dentro de la agotada globalización? Es cuestión que no tiene una respuesta que sea evidente ni convincente al menos hasta el día de hoy y que en buena medida constituye el quid de una descarnada discusión. 

Siguiendo a Mario Vargas Llosa (La decadencia de Occidente, El País, 20.11.16), ejemplos de fenómenos influyentes hay muchos, primero fue el Brexit y, ahora, la posible reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Incluso, la posibilidad de que Marine Le Pen intente, nuevamente, ganar los próximos comicios en Francia para que quede claro que en Occidente, cuna de la ‘cultura de la libertad y del progreso’, asustados por los grandes cambios y veloces transformaciones que han traído al mundo la globalización, se quiere dar marcha atrás en forma radical, refugiándose en lo que Popper bautizó “la llamada de la tribu” (el nacionalismo y todas las taras que le son congénitas, la xenofobia, el racismo, el proteccionismo, la autarquía…), como si detener el tiempo o retrocederlo fuera solo cuestión de mover las manecillas del reloj o voltear al pasado.

Más allá de matices, lo que es un hecho incontrastable es que ‘el nacionalismo’ es hoy un tema de debate en todos los países del mundo, tanto en los ricos como en los pobres, en los de izquierda y de derecha, en lo que cuentan con gobiernos capitalistas pro-globalización o los de tendencia socialista populista.

El caso francés

En Francia, por ejemplo, recordemos que durante la Eurocopa 2016 se suscitaron interesantes debates en torno al tema, pues con motivo del juego de Francia contra Portugal, se reunió en la Torre Eiffel de París una gran multitud (muchos de ellos pertenecientes a partidos políticos de derecha) en la que se expresaron todo tipo de emociones patrióticas y nacionalistas: los jóvenes tremolaron la bandera francesa mientras cantaron con desbordada emoción ‘la Marsellesa’. Todo como un acto de solidaridad del pueblo francés con las víctimas de la yihad y de exaltación de la unidad nacional como baluarte para hacer frente a los agresores. Tras algunas críticas de los partidos liberales y de izquierda, que acusaron a los organizadores franceses de esa magna reunión de ser belicistas de ultraderecha¸ éstos se apresuraron a responder. Según una editorialista del periódico francés Le Figaro, los nacionalistas acusaron a los pro-europeos franceses, esclarecidos europeístas amigos de la UE y de las decisiones supranacionales de Bruselas (les européistes éclairés), de tomar por el camino fácil de identificar al nacionalismo con la violencia, forma de descalificar a los partidos de derecha que incurre en el grave error, según ellos, de olvidar que un nacionalismo fuerte es la única manera de hacer frente a los ataques del enemigo exterior (RIOUFOL, Ivan. “La renaissance française est en marche”. Le Figaro 15.07.16.).

Disyuntiva radical

Más claro no puede estar. El mundo parece estar dividiéndose entre los defensores de ‘la globalización’, y los exaltadores del valor olvidado y venido a menos (haut-le-cœur): ‘la nación’. Lo cual no es necesariamente una disyuntiva radical entre el bien y el mal, pero sí entre la agitada polarización y la caótica exaltación. Ahora toca reflexionar en qué momento histórico se encuentra tu país y sus ciudadan@s, incluyéndonos a ti y a mí.

 

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