Si nos topáramos con el mejor alquimista del mundo y nos pudiera dar la fórmula para el liderazgo perfecto en el siglo XXI, estoy segura de que nos diría que existen dos elementos para forjar a un líder químicamente puro: una inteligencia emocional desarrollada, un propósito bien asentado y habilidades blandas altamente desarrolladas. Más de alguno se sorprendería con esta respuesta. ¿Dónde queda la capacidad intelectual? Seguro que el alquimista nos respondería que estos ingredientes del liderazgo influyen incluso más que la capacidad intelectual. 

Tal vez, hasta nos revelaría un secreto milenario que podemos adoptar y adaptar a nuestros días: la gestión no requiere acomodarse para  encajar en algún estereotipo de cómo se supone que debe ser un líder. Esta vieja percepción nos llevó en el pasado a tener mandos acartonados, jefes que renunciaron a su propia identidad con tal de encajar y a personas que extraviaron el propósito en el camino. Más que incorporar elementos externos, el líder de hoy debe entender que la gestión dentro de nosotros. Es tan simple —o tan complejo— como reconocer las herramientas que usamos para ser un buen amigo: empatía, escucha y humildad.

Mirar dentro de nosotros mismos para recuperar los atributos con los que fuimos dotados desde el nacimiento y ponerlos en juego a trabajar a nuestro favor es el principal motor del liderazgo. Se trata de ir al fondo de nosotros mismos a buscar qué es aquello que hacemos bien, que amamos hacer, que el mundo requiere de nosotros y por lo que podemos integrarnos a una posición corporativa, laboral o de emprendimiento. El camino empieza en nosotros mismos. 

Después de años de investigación, en su libro Inteligencia emocional, Daniel Goleman «fue capaz de convencer al mundo entero de que el éxito en la vida depende en un 80% de factores emocionales y solo en un 20% de factores puramente cognitivos.» Años más tarde, en su libro Inteligencia Social integraría las habilidades blandas como otra parte fundamental de los rasgos del éxito y el liderazgo.

La buena noticia es que todos llegamos a este mundo con un paquete de nacimiento en el que se incluían ciertos atributos. Son conductas con las que hemos contado toda la vida como ese sentido común que no es más que la actitud positiva, la atención, la claridad en la comunicación, la organización, la resiliencia que hoy se han convertido en prioridades para alcanzar relaciones exitosas, pero sobre todo para hacer frente a los retos del futuro profesional. 

Hoy, ya está demostrado que no basta con tener amplios conocimientos en un área si no se cuenta con habilidades blandas que nos permitan explotarlos. Imaginemos a un científico con tres doctorados, pero que no sabe comunicarse; o a un grupo de gente especializada en un área, pero que es incapaz de trabajar en equipo o ser asertiva. Peor aún, pensemos en un líder que no puede transmitir sus ideas, que no sabe expresarse en forma clara, que no es capaz de escuchar en forma activa. No hay liderazgo que germine sin la semilla de la comunicación. No hay líder que hoy pueda destacarse si no conoce su propósito.

El motor del liderazgo arranca con la comunicación efectiva y funciona con el propósito. Tan relevante es este concepto que el Foro Económico Mundial estableció —para el 2025— que el 50% de los profesionistas deberán contar con determinadas habilidades blandas —denominadas habilidades del futuro— si desean alcanzar el éxito. 

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 Future of Jobs Report 2020 generó una lista de las habilidades blandas necesarias para destacar en el mercado laboral del futuro. Su criterio responde a la demanda profesional presentada por las empresas en los últimos años de la era digital. Es de suma importancia conocerlas ya que son el combustible y los aditivos del motor del liderazgo contemporáneo.

Propósito e influencia social: Se trata del carisma y capacidad de motivar a los demás. Es conocer quiénes somos y a dónde vamos. Es mirar el futuro con esperanza, pero con los pies bien firmes en la tierra.  Se trata, quizás, del rasgo de mayor demanda. Lograr que otros crean en sí mismos y en un proyecto colectivo.

Pensamiento crítico: Ser capaz de descomponer un problema o situación en varias partes para analizar las mejores opciones en su resolución. Es la capacidad de mirar fuera de la caja y de permitir que nuestra visión se amplíe y tenga un radio más ancho.

Pensamiento analítico e innovador: Una vez que hemos sido capaces de vislumbrar lo que existe más allá de nuestra nariz, es necesario “salirse de la caja” cuando la situación lo requiere; esto amerita un pensamiento divergente, que rompa con los patrones establecidos para buscar alternativas que no se habían contemplado.

Estrategias de aprendizaje activo: Es saber involucrarse con el conocimiento, hacerlo vivencial y propositivo. Darle un sentido y significado a lo que se aprende implica saber en qué se puede emplear y qué alcances puede tener lo aprendido.

Resolver problemas complejos: Implica comprender la magnitud de un problema y sus repercusiones. Considerar todos los factores, cómo se generó este problema y cuáles son las alternativas exitosas para su resolución.

Creatividad e iniciativa: Llevar a la realidad una idea innovadora, meter las manos y ponerse a trabajar. La creatividad implica “crear” otras alternativas y volverlas tangibles. No confundir el ser creativo con ser “ocurrente”; el pensamiento creativo calcula, experimenta y trabaja desde un análisis que responde a parámetros no siempre racionales.

Resiliencia, flexibilidad: Es la capacidad de recuperarse, sobreponerse y adaptarse con éxito frente a la adversidad, y de desarrollar competencia social, académica y vocacional pese a estar expuesto a un estrés grave o simplemente a tensiones inherentes al mundo de hoy”.

El propósito y las habilidades blandas no nacen por sí solas ni son producto de una educación espontánea, tampoco se heredan ni se pueden comprar en el mercado o ganárselo en una rifa, sino de un esfuerzo constante por desarrollar conductas de valor, hábitos que se internalizan en nuestra conducta. Eso nos contestaría el alquimista si le pidiéramos la fórmula para el liderazgo perfecto del siglo XXI. Valdría la pena escucharlo.

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