Sin duda, algunos sentirán que Elysium es una película demasiado política. Lo es y ése es su encanto.  

En el 2009, un jovencito de Sudáfrica sorprendió al mundo con una fábula de ciencia ficción cargada de política y una excelente historia. Neill Blomkamp logró con Distrito 9 (Disctrict 9) 4 nominaciones al Oscar (incluyendo Mejor Película y Mejor Guión Adaptado) ese año. La presión por entregar su segundo trabajo como director y superar el primero era alta.

Si en Distrito 9, Blomkamp utilizaba la ciencia ficción para hablar de los problemas de segregación racial de su país natal. En Elysium (2013) la metáfora nos lleva a territorio más cercano, teniendo como tema central la migración de zonas de extrema pobreza a mejores praderas y la brecha inconmensurable entre ricos y pobres. Ésa del 1% contra el 99% restante.

Max (Matt Damon) es un huérfano que ha pasado toda su vida en el área superpoblada y pobrísima de los Los Ángeles. De niño soñaba con llegar a Elysium, una estación espacial en la que los ricos viven sin sufrir hambre o enfermedades, pero la realidad dicta que esa fantasía no se concretará. Ha aceptado su destino terrestre.

Un accidente en la planta ensambladora donde trabaja lo condena a muerte. Arrinconado por la sentencia, Max sólo verá una salida: ir a Elysium a buscar la cura, por la fuerza si es necesario.

Hay en la historia escrita por Blomkamp ambición, se hace patente su deseo por superar en su anterior filme. Esas ganas hacen de Elysium un producto muy disparejo, con caídas y momentos increíbles por igual.

Uno de los grandes aciertos es la multiculturalidad de la cinta. Aquí los latinos inmigrantes hablan español, los sudafricanos gritan en africanier, Jodie Foster luce su mejor francés, etcétera. Los grandes estudios hollywoodenses tienden –por lo general– a huir de la diversidad idiomática, Blomkamp no. En su mundo sin fronteras, un indio puede ser el presidente de manera orgánica a la trama.

Visualmente Blomkamp no esconde sus influencias –Stanley Kubrick, George Miller, Andrei Tarkovsky, Paul Verhoeven–, con sutileza evita caer en el juego de la trivia y del festín visual como fin último, como sí lo hacía Oblivión: El tiempo del olvido (Oblivion, 2013) de Joseph Kosinski hace unos meses. Esos paisajes naturales del Bordo de Xochiaca –el infierno está a la vuelta de la esquina– y el diseño de producción de Philip Ivey ayudan a completar la idea de aquellos que tienen todo y los que no tienen nada.

El poco desarrollo de ciertos personajes termina por afectar el desarrollo de la trama. Sobre todo si comparamos los roles de Diego Luna, Alice Braga y Jodie Foster con el competente desenvolvimiento de Matt Damon o la intensa y efectiva actuación de Sharlto Copley –de víctima a victimario en una sola película–. Los primeros pasan gran parte de la cinta sin tener mucho que hacer, a pesar de ser personajes secundarios un poco de desarrollo no les hubiera caído mal.

Sin duda, algunos sentirán que Elysium es una película demasiado política. Lo es y ése es su encanto. Comparada con la vacua fábula ecologista de Después de la Tierra (After Earth, 2013), se agradece la fallida ambción de Blomkamp en el género.

Es un fallo hermoso y trepidante.

 

El efecto Derbez

La semana pasada no dio tiempo de hablar de Eugenio Derbez y su No se aceptan devoluciones (2013). La cinta tuvo un primer fin de semana cargado de dinero (más de 140 millones de pesos), en parte impulsado por la popularidad del comediante y otro tanto por la falta de competencia en los cines. Fue uno de los peores fines de semana de este año, todavía a veces hay noches que me despierto llorando.

La controversia no se ha hecho esperar. Con un bando apoyando a ultranza a Derbez y el otro denostando al largometraje y a su creador. Como amlistas vs calderonistas, aristeguistas vs bozzistas, lavolpistas vs huguistas, chetos de bolita vs chetos tradicionales.

Ni una, ni otra. Sí, es un producto lleno de lugares comunes, chistes vulgares, estereotipos, giros de tuerca lacrimógenos, etc., pero su presencia en salas viene a ser un interesante balance al cine mexicano imperante en los últimos años, ése que está más interesado en ganar premios en festivales, que en generar público y audiencia.

¿Hubiera sido deseable una mejor calidad en el producto? Sí. Para los interesados en el tema, pueden leer mi crítica a la cinta aquí.

*Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de Forbes México.

 

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