El British Antarctic Survey (BAS), creado hace 60 años para explorar y cartografiar las zonas más inhóspitas del planeta, afronta en la próxima década un desafío aún mayor del que se marcó en su nacimiento: comprender el impacto del calentamiento global en los polos, el eslabón más débil del sistema terrestre. 

Desde el cuartel general del BAS en Cambridge (Inglaterra) partían a mediados del siglo XX expediciones envueltas en un aura de misterio y desafío, dispuestas a trazar mapas de regiones aún desconocidas, obtener datos científicos básicos y asegurar la presencia británica en zonas remotas pero estratégicas durante la Guerra Fría. 

Ahora, desde sus oficinas se planifican complejas misiones de investigación en las que colaboran geógrafos, biólogos, climatólogos, expertos en física espacial, vehículos autónomos e Inteligencia Artificial (AI), como constató EFE en una visita de prensa a las instalaciones. 

La presencia humana en bases como Rothera, en la isla Adelaida del océano Glacial Antártico, continúa siendo imprescindible para la investigación. También lo es el papel de grandes rompehielos como el RRS Sir David Attenborough, capaz de avanzar con 90 personas a través de una capa de hielo de más de un metro de espesor.

La automatización, sin embargo, gana cada vez más terreno, y el desarrollo de vehículos autónomos como el mediático batiscafo robótico Boaty McBoatface se ha convertido en una parte esencial del trabajo en el British Antarctic Survey.

“Hace sesenta años, la Antártida estaba prácticamente inexplorada y gran parte del esfuerzo científico se centraba en hacer observaciones elementales, mapas básicos para saber lo que había allí”, explicó a EFE la directora del BAS, Jane Francis. 

“Hoy en día todavía hay lugares por explorar, pero los nuevos descubrimientos se centran en el cambio climático”, indicó Francis. “Nuestra nueva estrategia se basa en comprender no solo lo que está ocurriendo en las regiones polares, sino cómo esos cambios están afectando al planeta en su conjunto”, recalcó. 

Cada dos semanas, en Cambridge se reciben datos sobre la velocidad a la que se desplaza la capa de hielo antártica y cada mes, nuevas mediciones sobre su grosor. 

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La exploración polar afronta el mayor reto de su historia: el calentamiento global

Los investigadores del BAS analizan además información proveniente de sismógrafos, radares y satélites para estudiar las propiedades del manto helado por el calentamiento global y lo que oculta bajo su superficie.

Su objetivo es predecir cómo evolucionará el deshielo y hasta qué punto elevará el nivel del mar en los próximos años, una de las mayores incertidumbres que afronta el Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU (IPCC) para ofrecer al mundo una imagen precisa sobre las amenazas de la crisis climática.

Entre sus focos de interés destaca el glaciar Thwaites, una masa helada de 120 kilómetros que desemboca en el mar de Amundsen. “Si colapsara por completo, la masa perdida de ese glaciar podría provocar una elevación de 65 centímetros del nivel del mar”, señaló la geógrafa Bryony Freer, integrante del equipo de Dinámica del Hielo y Paleoclima del BAS. 

A partir de 2016, comenzó a observarse un retroceso de la cobertura helada de la Antártida que iba más allá de la variabilidad detectada en las imágenes de satélite durante las cuatro décadas anteriores.

Ese cambio repentino ha impulsado numerosos proyectos científicos para tratar de mejorar los modelos que explican las corrientes de agua y viento en los polos, la capacidad del fondo marino para absorber dióxido de carbono y otros aspectos del clima en latitudes extremas, un esfuerzo en el que el BAS está profundamente involucrado. 

Al mismo tiempo, la velocidad de los cambios obliga a los geógrafos de la institución británica a actualizar constantemente sus mapas de las regiones polares, que se comercializan y sirven de referencia en múltiples ámbitos. 

“Hemos tenido que modificar numerosos aspectos de los mapas. En la Antártida, específicamente, la línea de costa está cambiando todo el tiempo, es un lugar muy dinámico”, señaló Andrew Fleming, jefe de la unidad cartográfica. 

Además de las transformaciones geográficas, los biólogos del British Antarctic Survey analizan las características de los animales que viven en temperaturas gélidas y tratan de predecir su vulnerabilidad ante los cambios. 

Algunas especies marinas de las regiones más frías tienen vidas especialmente largas, de más de 60 años, y no comienzan a reproducirse hasta los 20, una lentitud que dificulta su adaptación, expuso Melody Clark, líder del equipo de biólogos del BAS. 

“Con el rápido ritmo del cambio climático que estamos experimentando en este momento, estos animales tendrán suerte si cuentan con al menos una generación para adaptarse genéticamente, algo que definitivamente no va a suceder”, subrayó Clark.

Con información de EFE.

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