Paradigma del villano tras su marcha al Real Madrid, inauguró la era de los madridistas «galácticos». Abandonó la carrera por la presidencia de la FIFA—sobre la que pesan sospechas de corrupción— tras criticar el sistema de elección. Conversamos con él durante la celebración del 75 aniversario del reloj Portugieser de IWC. Por José Manuel Ruiz Blas Las retinas del buen aficionado al futbol aún atesoran la imagen eléctrica de Figo, el artesano inexpugnable del regate, asomándose al área con pólvora en las suelas. Nadie ha vuelto a ejecutar aquel lance que lo consagró para siempre: la pausa, la bicicleta como canto inaugural de una maniobra de escapista con que amartillaba la pierna en lo que dura un parpadeo, cosechando un imposible palmo de césped para el disparo. Sus diagonales explosivas, más el sprint criminal, alimentaban el miedo de los defensas rivales, invadidos por el pánico como bañistas vulnerables que vieran la aleta dorsal de un tiburón peinando las aguas costeras. El defensor nunca se esperaba lo que le había visto hacer tantas veces. Tras la verbena de recortes, driblings y zigzags, el balón siempre acataba obediente el pie de Figo. Después, con cualquiera de sus dos letales piernas,  perforaba la red del rival. Futbol de autor. La generación de oro Hay que rastrear los orígenes de Figo en el sur del Tajo, el río que baña Lisboa, hasta Cova da Piedade, una localidad proletaria donde recalaron sus padres, que huían de la dureza del mundo rural del Alentejo portugués. Después de pasar un tiempo en Lisboa, donde Figo nacería el 4 de noviembre de 1972, la familia se asentó en un foco obrero de emigrantes con la mirada puesta en la capital portuguesa. Allí, Figo comenzaría a dar sus primeros pasos con el balón en el humilde club Os Pastilhas. Su talento no pasó desapercibido: un ojeador del Sporting de Lisboa se fijó de inmediato en él. Con el club lisboeta firmaría en 1985 su primer contrato. Figo se unió a la lista de talentos surgidos de la cantera del Sporting, que se reveló como una eficaz incubadora de genios: ahí estuvieron Futre, Cristiano Ronaldo, Simao, Nani o Quaresma para testimoniarlo. Figo lideró la llamada Geração de ouro (generación de oro) portuguesa. Con tan sólo 17 años debuta en la máxima categoría del futbol portugués ante el Marítimo. Dos  años más tarde, lo hará en la selección absoluta, dirigida por Carlos Queiroz, aquel entrenador con aspecto de gastado galán ibérico con el que coincidirá más tarde en el Real Madrid. Gracias a su deslumbrante partido frente al Real Madrid en la Copa de la UEFA de 1994, liderando a los Leones lisboetas, atrae la atención de media Europa. El equipo blanco intentó ficharle, pero fue Johan Cruyff quien más lo quiso para su Barça, con el objetivo de hacer olvidar las filigranas de Michael Laudrup, aquel delicado artista de hechuras vikingas que jugaba con la cabeza alta, y antiguo ídolo del barcelonismo que se instaló en la trinchera del eterno enemigo. En el Barcelona, Figo se consagró definitivamente, junto a Rivaldo y Kluivert. Eficaz por igual a las órdenes de tres  entrenadores tan distintos como Cruyff, Robson o van Gaal, Figo se las arregló para triunfar sobre el álgebra juguetón, el británico primitivismo y la obsesiva matemática de los tres preparadores. El parte de conquistas dejó en su haber dos Ligas, dos Copas, una Supercopa de España, una Recopa y una Supercopa de Europa. En el Barcelona, Figo fue promovido al estatus de capitán, mientras echaba raíces biográficas profundas en Cataluña. Allí conoció a su mujer, la modelo sueca Helen Swedin, con quien se casó en el Algarve portugués en 2001 y de cuya unión nacieron sus tres hijas: Daniela, Martina y Stella. En la era de la sobreprofesionalización y el marketing, Figo y Helen fueron una de las parejas mediáticas que han seducido de manera más convincente a las cámaras. Por primera vez un futbolista empezaba a vestirse bien, a llevar trajes, con ese brillante pelo de alquitrán, el torso de un friso dórico y una mandíbula teñida por una sombra de barba sexy. GettyImages-2414176 De héroe a villano Sin embargo, el episodio de su fichaje por el Real Madrid vendría a enturbiar la estable felicidad como azulgrana. En el 2000, Florentino Pérez, candidato a la presidencia del Real Madrid, anunció como baza electoral que, si resultaba elegido, Figo se incorporaría a la disciplina madridista. El explosivo anuncio rompió las expectativas electorales. El presidente a la sazón, Lorenzo Sanz, venía de conquistar dos Copas de Europa y una Intercontinental en tres años de mandato. Persuadido de ser inexpugnable merced a los triunfos deportivos, Sanz adelantó las elecciones, esperando ser plácidamente reelegido, sin antagonistas. El anuncio de Florentino fue recibido con perplejidad primero e incredulidad después. Sustraerle al enemigo su mito, capitán y abanderado, sonaba a tarea ímproba. Para ello se necesitaba además una montaña de dinero que nadie estaba en condiciones de reunir. Figo intentó escurrirse de la prensa, desaparecer en medio del órdago. La directiva barcelonista se mostraba indiferente ante la posibilidad de que la élite futbolística estuviera cortejando al ídolo culé. Desencantado con una directiva que no había  escuchado sus ruegos de mejorar su contrato, Figo firmó un compromiso con Florentino Pérez para fichar por el Real Madrid. Aquel verano concluyó con la victorial electoral de Florentino y el ingreso de Luís Figo en el club de la capital de España. Su familia recibió amenazas de muerte. El candidato desembolsó los 10,000 millones de pesetas a los que se elevaba la cláusula del portugués y éste fue presentado con la inmaculada playera blanca del Madrid. Figo inauguró la «era galáctica» del Madrid, el sistema espectacular basado en la incorporación anual de una mega estrella del olimpo del futbol mundial. El alto desembolso de sus fichajes se compensaba en las arcas por el retorno de inversión gracias al marketing y a los derechos de imagen. A Figo le harían compañía después Zidane, Ronaldo y Beckham. Sólo la imagen de «traición » empañó esta etapa deportiva. Su regreso al estadio barcelonista como jugador blanco dejó episodios de violencia verbal, mil decibelios de ira y un mar de pancartas hostiles. «He sido uno de los pocos deportistas que ha tenido cien mil personas en contra. Me ayudó a madurar, a crecer para aguantar muchas más cosas». Descabalgado al papel de villano, el héroe de antaño erradicó para siempre de su corazón aquel primer amor por el Barça. Obtuvo el Balón de Oro en el 2000, en el año de su huida. Fue por los méritos como azulgrana, pero lo recibió vestido de paradójico blanco. El ballet mortífero que conformó junto a Zidane, Ronaldo y Beckham (a quien llegó a arrebatar el costado derecho) le elevó al pedestal de los elegidos: dos Ligas, dos Supercopas, una Copa de Europa, una Copa Intercontinental y una Supercopa de Europa fueron el botín con que engordó su abultado palmarés personal. Figo empezó a ser un inquilino incómodo en el vestuario y cayó en desgracia, relegado a un ostracismo envuelto en habladurías, con turbios ingredientes de enemistad con el palco presidencial y un clima de revancha personal. El brillo del astro se opacó dentro del club madrileño. Aterrizó a plomo en el banquillo, como un satélite averiado, en vísperas de un Madrid-Barcelona, el mismo duelo del que había sido protagonista, durante una década, desde las dos orillas. Ya no se movería de ahí. Según dijo más tarde, Florentino le prometió que abandonarían el Madrid juntos, pero fue el portugués el primero en hacer las maletas. Y lo hizo solo. Con la carta de libertad en el bolsillo, se encaminó hacia Italia. Recaló en 2005 el Inter, un club que llevaba 15 años sin hacerse bordar el scudetto de campeón de la liga en su elegante camiseta negriazul. Salió airoso del reto: el Inter consiguió la liga, la primera de cinco consecutivas, cuatro de ellas con Figo. Allí se retiró. Ha sido directivo, embajador de la Champions League y se embarcó en la pugna por la presidencia de la FIFA —de la que se retiró— apostando por un nuevo formato de Mundial e inició durante estos últimos años una aventura empresarial relacionada con el mundo digital. Además divulga el arte del balón a través de su red de escuelas, sobre todo en China. Un hombre que no le teme a nada. DSC_3128retergt

 

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